La justicia, esa desconocida

Xalapa. Un sujeto que pretendía asaltar a ganaderos de la zona sur de Veracruz fue linchado por los vecinos.

Mejor hablar de esa  “justicia”, mis valedores. Hablar de la “justicia” que los ganaderos acaban de aplicar a principios de esta semana. Referirnos a  la “justicia” que se conoce en este país. De la “justicia” que el Verbo Encarnado prometió que iba a  aplicar a familias tan corrompidas como los Salinas, los Fox, los  Montiel. De la “justicia” que el de Los Pinos (“cumpliré y haré cumplir la Constitución  y las leyes que de ella emanen””) aplica en  los casos recientes de los procuradores de “justicia” con cadáveres de criaturas debajo de la cama, los sobornados de yate y autos de lujo y los corruptos de departamentos de lujo en Polanco.

Mejor hablar de la única “justicia” que se conoce en este país, una venganza vil  con alias de “justicia” (Martí, Wallace), en la  alegoría que  Kafka consigna en El Proceso, novela en la que un tal José K. es masacrado en la trituradora maquinaria de una “justicia” semejante a nuestra, con leyes y jueces, tribunales y expedientes y una atmósfera asfixiante donde el acusado nunca llega a enterarse del delito por el que sufre un proceso que lo llevará a la desgracia. Aquí el caso alegórico.

Hubo una cierta ocasión en que José K., buscando algún juez con quién indagar acerca  de su expediente, acude a la sede del  tribunal y recorre sus sombríos corredores hasta llegar a una oficina que atienden una secretaria y un burócrata menor (los magistrados, invisibles). Joven y pleno de salud y vigor, conforme se interna en el edificio de la “justicia” va sintiéndose presa de náusea, debilidad, desvanecimientos. La secretaria, al observarlo:

– Llevémoslo a la enfermería.

“Puedo caminar yo solo”. Pero le era imposible mantenerse en pie. Se alegró cuando decidieron trasladarlo a la calle.  “Vamos, levántese, supere su debilidad”.

Mareado, José K. sentía viajar en un barco golpeado por la tempestad. Le pareció oír el rugido de olas que se precipitaban sobre él, como si el corredor se balanceara, como si los que en sus asientos aguardaban justicia oscilasen al compás del balanceo. Le era imposible comprender la calma que manifestaban los dos funcionarios que le conducían casi arrastrándole. Se percató de que le hablaban, pero le era imposible entenderles. Sólo podía oír el ruido que llenaba todo el espacio y que  retumbaba como la sirena del navío. De pronto aspiró un golpe de aire fresco. “Está  en la salida, márchese”.

José K. sintió que tornaban todas sus fuerzas y descendió con rapidez los escalones que conducían a la calle. Observándolo desde arriba, los dos burócratas.

– Gracias, muchas gracias –Casi no pudieron responderle. Ellos, acostumbrados a la atmósfera viciada de las oficinas donde se impartía una  “justicia” semejante a la nuestra, no soportaban el aire fresco, el oxígeno. Se hubiesen desmayado si José K. no se apresura a cerrar la puerta. Ya en la calle se sintió fuerte otra vez. Espléndido.

Hasta aquí, mis valedores, la kafkiana alegoría, y a esto quería yo llegar: ¿resistiríamos nosotros el contacto con la verdadera justicia, esa desconocida? ¿La resistirían jueces, magistrados y procuradores? Nosotros, de recorrer los laberintos de ese mundo viscoso, vicioso y viciado de la “justicia a la  mexicana”, ¿no sufriríamos vahídos, desvanecimientos? Si de pronto se viesen forzados a aplicar la justicia, ¿los Baz Baz, Chávez Chávez y Verbo Encarnado,  la resistirían sin desmayarse?  (México.)

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