¿”Ciudad homicida”?

¿“Hornos crematorios”? “Genocidio?” Dios

Así pues, mis valedores, ¿retrocedemos hasta el Medievo en lo que toca a la facultad que asiste a la mujer para decidir sobre su propio cuerpo?  ¿El derecho de un feto sobre el derecho de una mujer? Para decidirse a interrumpir el embarazo durante las primeras 12 semanas de gestación, ¿no se le reconocen circunstancias válidas, apremiantes? ¿Cárcel y excomunión para la desdichada que decida interrumpir su embarazo? Así pues, y  según criterios dogmáticos y “religiosos” inválidos en un Estado laico como aparenta ser el nuestro, ¿el cigoto es ya una persona, con todas las características y derechos de todo ente humano “desde su inicio en la concepción y fecundación”?

“Al margen de consideraciones religiosas el feto es una persona humana en potencia; interrumpir su desarrollo vital no tiene ni el valor ni las consecuencias que tendría en un ser humano actualizado”.

Como en las épocas oscuras de los abortos clandestinos: arrojar a algunas  malafortunadas al horror de la clínica clandestina, al peligro del ambiente insalubre, al lucro y a la rapacidad del “espantacigueñas”. Qué rudas presiones tendrán que soportar los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación  en el momento de decidir sobre la validez  de algunas regulaciones locales, como las de Baja California y San Luis Potosí. En fin.

Aborto, hipocresía y tartufismo. En el México de hace algunos sexenios coexistían dos países, uno real y otro ficticio. La contradicción entre ellos dos era enorme, y el predominio de la mentira, causa y efecto de la corrupción y la inmoralidad públicas, su consecuencia. Las prohibiciones contra el aborto sustentaban el país de las frases, el país irreal, frente al país de los hechos, el México real. En qué medida pueda ser válida la interrogante de los años 60:

¿Se practica el aborto en nuestro país? Qué pregunta. Históricamente el aborto, legal o ilegal, se ha practicado siempre y en todos los estratos y grupos étnicos. La sociedad mexicana ha practicado y practica el aborto inducido ilegal, al margen, a pesar y en virtud de la legislación penal que lo sanciona.

En México las mujeres abortan, pero queremos creer que no lo hacen; el Estado finge castigar el aborto y por ello quiere hacernos creer que no existe. El número de juzgados y sentenciados por este delito es casi imperceptible, frente a los miles de abortos clandestinos. La sociedad mexicana cierra los ojos ante el aborto, mientras lo practica a escondidas, y el fenómeno sigue en aumento, precisamente por la actitud puritana del Estado de mantener una norma legal absolutamente impracticable.

Y que “el aborto lo practican mayormente mujeres casadas, con muchos hijos, católicas y en una edad promedio de 30 años. No es un problema de jóvenes, de solteras o de relaciones extraconyugales o ligeras. Las mujeres no sólo mueren por aborto, sino que, además, quedan lesionadas, en un porcentaje alto, en su capacidad reproductiva, sexual y de estado general”.

“El criterio del periodismo tiene connotaciones muy negativas: asesinato, crimen, pecado, homicidio, libertinaje, destrucción, egoísmo. Puras razones morales, para ignorar las de tipo social y económico. Quienes se oponen al aborto, siempre  en función de sus intereses de clase y posición ideológica, son los partidos políticos y profesionales de la clase media, organizaciones patronales, eclesiásticas y religiosas, etc.. Ello propicia una monstruosa demanda de abortos y un mercado negro e ilegal”.  (Mañana.)

 

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