Fue una noche de miércoles aquella del martes trece. En mi insomnio aguardaba el amanecer para lanzarme con la tía Conchis hasta algún remoto consultorio de una tal Hermana Máxima, experta en huevos (de gallina, para limpias). En mi insomnio repasaba las frases lapidarias con que el Arzobispado de México, en su semanario Desde la fe, reprobaba las prácticas de astrología, que es decir de idolatría:
«Lo contrario de la fe no es la razón. Es la superchería, que hace al hombre temer a la razón». Y esto que va para ustedes, católicos de mi país que consultan a la Bruja Blanca: «El católico que se pone bajo la protección de los espíritus comete un pecado de idolatría perversa…»
En fin. El pecado que yo perpetraría más tarde sería aún más grave: de estupidez. Todo por haberme comprometido con la conserje de Cádiz, y qué hacer. ¿No cumplir? ¿Soy acaso presidente del país para engañar con falsas promesas? ¿Yo, mis valedores, no ser fiel a un compromiso que en mala hora asumí? ¿Faltar a una promesa yo, con la varonía en su nidal?
Mañana de miércoles que fue aquel martes trece Muy de mañana enfilé la trompa rumbo a La Villa (trompa del volks). Mega-marchitas y peregrinaciones más tarde, la tía Conchis y yo nos mosqueábamos en el consultorio de la Hermana Máxima, doctora en ciencias ocultas.
Ahí, en el cuartucho que la hace de sala de espera, tristeaba el almácigo doliente de almas en pena(s) que aguardaban turno para despojarse de la salación y entrar a la disneylandia de la felicidad. Un ensalmo, unas ramas de piral, y a huevo (de gallina): como malas escamas que se desprendieran de una piel que milagrosamente tornaba a la vida, atrás quedarían los problemas tercos, añejos; los achaques de salud, el mal de amores. Yo, al oído de la tía Conchis: «Pero usted, creyente en su Dios…»
– ¿Mi dios? Llámelo por su nombre: López Obrador…
– Usted es más o menos católica. ¿Se religión le permite estos ritos?»
– Por eso mismo de aquí vamos a echárnosla de rodillas, toda la basílica.
En fin. Observé el cuartucho: motivos astrales; que si la estrella de Jerusalén, que la cruz biomagnética, el macho cabrío, la virgen, el escorpión. En lo alto, caracteres en rojo sangre: «Se hacen limpias. Ojo de venado para el mal de ojo. Pata de conejo para la mala pata y la salación Para que no te asalten. Para que no te agarren si asaltas. Para el mal de amores la piedra imán. Vuélvete irresistible con el sexo puesto (sin la o)».
El viaje había sido largo y penoso. En el volks hasta donde la mega-marchita lo permitió; de ahí el metro, el micro, a pie varias cuadras. «Estoy todo sudado», dije al llegar. «Está sudado a la desgracia, bigotón La edá».
Así había sido el viaje: en las cuatro esquinas, el ambulantaje, los payasitos, los rateritos, los limpiaparabrisas. En el metro vendedores, pedigüeños, ruidajo de sonsonetes baratos; en todas partes la necesidad, la pobreza, el desánimo, la exasperación En radios y teles, en diarios a toda página: robos, asaltos, corrupción. De repente: – Le toca a usté, seño. Por acá, si me hace el… cuidao con esa cortina, no se acabe de rasgar. El bigotón que se quede afuera, ¿no?
Entré detrás de la Hermana Máxima Consultorio en penumbra. Olor a sándalo y pies, a yerba macerada y sobacos, parafina, entrepierna. «Hermana, ¿qué aflige tu corazón? ¿Cambiar tu destino? ¿Conocer tu pasado, tu porvenir, tu presente? ¿Trais mal de amores? ¿Deseas sacártela, la lotería, el melate.?»
– Esta condenada salación, hermana. Una limpia, o sea…
– Orita te la retira el huevo de los astros.
– El salado es otro.
– Ah, el bigotón. Túmbese pantalón y chonchines y se me coloca en cuatro.
– No, otro. ¿Me puede hacer una limpia a control remoto?
– Puedo, hermana, sólo que los astros necesitan una foto de tu saladito.
Entonces fue. Vi que la tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que, sostenida a la altura del cuello, le alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas. Juan Diego de chal y peinado permanente, la presentó ante la Zumárraga del batón. «¿Le servirá esta foto…?”
(Válgame) La del diálogo con los astros observó el cartelón. Lo extendió sobre una mesita, le prendió cuatro veladoras.
– Claro que esta foto me sirve Procedamos a proceder…
Mortecinas, las cuatro luces mal alumbraban al salado que con todo y sus poderes esotéricos la charlatana, por lo que he visto después, no supo limpiar: un mapa de México, nuestro país. Ah, pero yo ya iba preparado para el rito mágico que le iba a solicitar a la Hermana Máxima, del que mañana les hablaré. (Aguarden)