Los reverendos paidófilos

La doble moral del clero católico, mis valedores. Hace algunos ayeres, ante  los casos de paidofilia de un Martín surcar-Nacif y demás casos de aberración sexual que escandalizaron a las buenas conciencias, el clero fulminó a quienquiera que fuese acusado de practicar el delito asqueroso de violación a niños y adolescentes:

Todo aquél que cometa pecado mortal, como los pederastas, debe ser castigado por la ley y excomulgado.

Muy bien,  pero luego de conocerse el caso de un sacerdote violador de niños y la exigencia popular de la aplicación de la ley contra el delincuente, ahí se alzó  desde el púlpito el criterio de las sotanas:

¿Pederastia entre los sacerdotes? Nosotros no somos jueces, y el que esté limpio de pecado que arroje la primera piedra.

Hoy mismo, a principios de esta semana, la noticia señala a la Arquidiócesis de San Luís Potosí de complicidad por encubrimiento en el caso de un sacerdote que en el 2011 abusó de  un jovencillo de quince años. “La víctima fue violada después de que el sacerdote le ofreció cerveza y una pastilla para relajarse. A los padres de la víctima se les hizo firmar una declaración jurada ante Dios para mantener el hecho en secreto y estricta reserva”. (¿Un cómplice su Dios, al que manosean a lo chabacano?

Pederastia. Ahora mismo me viene a la mente otro caso de violación por parte de la sotana a un niño del catecismo. Miro la foto del degenerado, un fulano de unos 25 años, atavío de sotana y capa pluvial. El “religioso”, joven aún, ya se advierte fofo de carnes, mofletudo y rollizo bajo su vestidura blanca con motivos religiosos: la cruz, la paloma, el alfa y la omega, el pez. Un sacerdote, sí, un paidófilo más, éste, encuevado en alguna capilla escondida en la Sierra Norte de Veracruz.

¿Los hechos que incriminan al paidófilo? Los consabidos: con el pretexto de impartir clases de catecismo, y como los servicios del culto requieren de monaguillos, el “reverendo” convocaba a niños de la localidad, de entre ellos seleccionaba a la víctima, y ya cuando la había acorralado en algún rinconcillo de la sacristía, la carnada: que te voy a enseñar ajedrez, te acompaño en tus juegos y te ayudo en la tarea escolar. Yo siempre estaré contigo, pero tú sé buenito conmigo. Y entonces…

-El padre me empezaba a besar en la boca, me metía su lengua, me abrazaba, me apretaba mi

cosa. Que me quería mucho y cerraba sus ojos, resollaba recio y se me iba restregando…

La historia de siempre: entera su potencia sexual  y ayuno de mística y temple para domar su naturaleza, el sacerdote desfoga los impulsos de libido con quienes y en quienes supone que peca con menor peligro, siempre arropado por sus superiores. “Dejad que los niños vengan a mí”.

– Me acostaba en una cama de la casa parroquial y yo sentía su miembro. Me lo apretaba y me lo refregaba en mi cuerpo. Me besaba el cuello y me acariciaba mis piernas y brazos, diciéndome que me quería mucho. Luego me bajaba los pantalones y…

El crimen clerical, perpetrado en sacristías y habitáculos de sacerdotes enfermos y degenerados, permaneció oculto, o casi,  hasta que afloró toda la suciedad del Maciel legionario “de Cristo”,  al que de nada sirvió la protección que le prestaba Juan Pablo II. Frente a panorama tan aberrante alardeó el obispo Leopoldo González  cuando Sec. General de la Conferencia del Episcopado Mexicano:

¿Curas pornógrafos y pederastas? Entre más humanos nos vean más nos van a apreciar. (¡Uf!)

Más de sotanas temperamentales,  jariosas e incontinentes, después. (Vale.)

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