¿Leones o bueyes?

El Gobierno del DF. anunció que el lunes 7 de este mes  iniciará el cierre parcial en las inmediaciones de la Glorieta de Cibeles para construir los reductores de velocidad. Estos trabajos durarán una semana. La rehabilitación prevé saneamiento de la vegetación.

La Plaza Miravalle, mis valedores, cuánto tiempo hace que no sabía de ella. Así pues, ¿ahora resulta que resistió a Carlos Hank? ¿Que  existe todavía?  Aquel su macizo de árboles gigantescos, ¿sigue en su lugar? La estatua de La Cibeles que España donó a nuestro país, ¿todavía nadie  se la ha robado? Esto lo pregunto a ustedes porque hace años que no visito la plaza de marras, y porque se publicó la siguiente noticia allá en los tiempos en que el regente de la ciudad era nada menos que el por aquel entonces poderoso profesor Carlos Hank, hoy difunto y olvidado, o casi:

La Cibeles muere de sed entre mugre y abandono. En su majestuosidad, la estatua muestra el descuido y el menosprecio de las autoridades capitalinas hacia nuestros escasísimos parques, fuentes y jardines.

Yo, nostálgico, recuerdo que ya vivía en esta ciudad capital cuando La Cibeles tomó po­sesión de una Plaza Miravalle por aquel entonces flamante, como recién estrenada, con aquellos sus árboles gigantescos, aún sin asesinar. Yo un día de aquellos visité a visitar la plaza, miré La Cibeles, y así entre mí decía a la diosa de la  Grecia antigua:

– Señora Cibeles, sea usted bienvenida a su nuevo hogar. Que la madrileña nostalgia le sea llevadera y la contaminación y altura sobre el nivel del mar poco le afecten sus alvéolos pulmonares.

Por cuanto al macizo de verdes que el profesor Hank mandó asesinar para plantarla a usted, su carreta, la tracción animal  (dos leones) y los dos chamaquitos del conjunto escultórico, yo ya perdoné al regente dañero, qué otro camino me quedaba. Lo perdoné, ¿sabe usted por qué? Porque perdonar a los sobrones del Sistema de poder es vocación de agachones como yo. Usted me entiende, ¿no es cierto?

De agachones, sí, porque los mestizos de Cortés y Malintzin ya olvidamos el verbo asumir, y todo lo delegamos en los Hank sexenales. Protestamos, sí. En manada exigimos también, aborregados en el zóca­lo capitalino, y a propósito: esté usted preparada, porque ya tendrá ocasión de hartarse a la voz de otra de las altivas maneras de protesta ciudadana, que compendiamos en cinco viriles toques de cláxon.

Porque a los descendientes del guerrero águila y el conquistador extremeño nuestras virilidades, allá en la entrepierna, se nos van trocando en cornetas de aire comprimido para que mediocres, neuróticos y acomplejados, a claxonazos gritemos nuestra hombruna protesta contra el automóvil de adelante o contra el de al lado, con la neurosis crispada, encrespada,  por la constante agresión del Poder, nuestro enemigo histórico. Que lo es, la historia y la realidad objetiva nos lo estampan en pleno rostro, pero nosotros nos negamos a entenderlo. Porque nosotros, señora, no sabemos asumir. Delegamos y exigimos, por más que la historia nos grite la inutilidad de esas acciones. Protestamos mentándole la Cibeles al Poder, y en una mentada esperamos la solución a la desmesura de los sobrones del Sistema. Trágico.

La observé un día de aquellos, doña Cibeles.  Es usted una diosa ya madurona, pero aún de buen ver, muy plantosa en su carromato tirado por esos dos güeyes. “¡Que no son güeyes, so pasmao!”, ya la escucho protestar-. “Leones son, ¿no les ves la melena?”

La melena se las veo, y el fierro –el fiero- mirar, pero… (Esto sigue mañana.)

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