La mano izquierda, mis valedores. Que un zurdo atrae siempre la mala suerte, jura la creencia popular sin más base que la ignorancia. A propósito, el incidente se produjo en la tertulia de anoche cuando al codazo de la tía Conchis el espejo brincó de la pared a la alfombra. La conserje de Cádiz, la mano diestra en la boca:
– Válgame, ¿no les digo? Esta mañana me levanté con el pie izquierdo.
Silencio. Luego el maestro: “Así que con el pie izquierdo. Detestable es nuestra costumbre de discriminar lo mismo a mujeres que a indígenas, y tanto al extranjero como a la preferencia sexual distinta. Aquí alguno podría asegurarse limpio de culpa, ¿pero acaso estamos conscientes de la discriminación que a diario, desde que nacimos y en perjuicio propio venimos ejerciendo contra nosotros mismos?»
“¿De nosotros mismos?”, pensé. (Quedo, en el aparato, Bach.)
– “Me levanté con el pie izquierdo”. ¿Esa frase no evidencia la discriminación que a favor del lado derecho de nuestro cuerpo aplicamos contra el izquierdo? Y no sólo es tolerar tal discriminación; para nuestra desgracia, la fomentamos todos los días. Contertulios: miremos nuestras dos manos. Esta es la diestra, esta otra, la siniestra; ésta es la derecha, y esta la chueca, la zurda, la inhábil. ¿Y desde cuándo cayó el mal fario sobre la izquierda? Desde que el mítico Crono(s), para castrar a su padre Urano, le sujeta los genitales con la mano izquierda, que desde entonces carga el estigma del mal aguero, y hasta el día de hoy».
Mirábamos del envés nuestras manos, del revés, las meneábamos. “Toda la civilización ha sido forjada con la diestra y para los diestros, y es así como los humanos estamos mutilados, hemipléjicos, cuando pudiésemos, cuando debiéramos poseer dos manos diestras”.
(Nunca se me había ocurrido.) Y fue ahí, mis valedores, donde me percaté del perjuicio que sin darnos cuenta nos causamos a nosotros mismos. El maestro, sus referencias históricas:
“Cuando Jacob, con la complicidad de su madre, perpetra el fraude horroroso contra Esaú y se apodera de la primogenitura, ¿para el testimonio qué mano coloca bajo los genitales de Isaac su padre, si no es la diestra? ¿Y con qué mano es bendecido al recibir la fraudulenta primogenitura?”
Y que en el drama inconmensurable de la Crucifixión, ¿hacia qué mano ubica Mateo al Buen Ladrón? ¿Y al tal Gestas, padre que fue de los Bribiesca, Sahagún y Montiel, Gordillo, Salinas, Romero Deschamps y ralea de compinches, ladrones todos de nuestros dineros públicos?
Al asumir su cargo el presidente gringo, hijo putativo del puritano fundador, ¿con cuál mano jura sobre la Biblia? También quien jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, con la diestra lo jura.
En el templo los clérigos y los padres en el hogar nos saturan de bendiciones. ¿Con qué mano las dibujan?
Dios, llegado el Juicio Final, va a clamar en el Valle de Josaf: “¡A mi diestra los justos, que conmigo estarán en el Paraíso. A mi siniestra los réprobos, destinados al fuego y la eterna condenación!” Y la exhortación del maestro:
– Limpien su mente de consejas y creencias, contertulios, acerca de que un zurdo acarrea la mala suerte. Esa es una vil superstición.
Será, ¿pero a mí por que se me vino a la mente la efigie del matancero de la mano zurda que de herencia nos dejó sólo sangre, llanto y salación? A mantenernos prevenidos y alerta, mis valedores, porque ahora se le antojó a Margarita Zavala salir por el PAN y llevarlo a Los Pinos. ¿No será zurda? (¡Cuidado!)