¡A desgarrarlos vivos!

El hombre-masa cree que la civilización en que ha nacido es tan espontánea y primigenia como la naturaleza, e ipso facto se convierte en primitivo.

Esta opinión le merece el tal hombre-masa a Ortega y Gasset, el filósofo de  La rebelión de las masas, precisamente. Tal rebelión, a propósito, llega a manifestarse en acciones aborrecibles, alguna de las cuales habré de señalar al final. El hombre-masa, mis valedores, que es decir ese mediocre que somos todos, si exceptuamos al idealista.

Todo en el mundo gira alrededor de las masas. Los sistemas fascistas, los gobiernos autocráticos, los partidos políticos, los organismos sociales y los credos religiosos. Todos ellos gravitan en derredor de esas masas que para el socialismo utópico sólo sirven para gobernar y para el capitalismo real sólo para ser gobernados. Pero unos y otros sistemas de dominación se viven ensalzando al rebaño de perplejos, como lo llama el norteamericano Noam Chomnsy. Por asuntos de ventaja personal y de grupo han terminado por convertir el elogio de esos rebaños en una profesión en verdad lucrativa. Frente a la masa qué distinto el individuo de ideales…

Único, irrepetible e impredecible, el individuo. Rebelde a la mediocridad, rehúsa la vocación de esclavo. Carácter, inteligencia, personalidad, el individuo de ideales es capaz de pensar, de crear estrategias, de avanzar solo, a acierto y error, por caminos que abre  al andar, como jura Machado.

Pero suele ocurrir que en ocasiones ese mismo individuo, por el peso de la soledad del que avanza sin más compañía que la de la propia conciencia, llega a rendirse y se integra a la masa de entes todos iguales entre sí. Desciende entonces varios peldaños en la escala de la civilización; su alma individual se diluye en el alma colectiva y sus pensamientos y acciones, al ser de la masa, son ahora impulsivos, tornadizos, viscerales, irreflexivos. Su alma individual se diluye en el alma colectiva y sus sentimientos y conducta se tornan los de la multitud, con todo y sus reacciones impulsivas, tornadizas, viscerales e irreflexivas. Su actividad intelectual se ha erosionado en la misma medida en que se acrecentó su necedad. El individuo se tornó bárbaro y es arrastrado por los movimientos espontáneos y la violencia, la ferocidad, el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos. Lo heterogéneo del individuo se ha convertido en lo homogéneo de la masa, tan bien trovada por los demagogos. Lóbrego.

En fin, que ya en su nueva calidad de componente de la masa, el individuo fácilmente sacrifica su interés personal ante el interés colectivo. Ha perdido su personalidad consciente y sólo obedece los ordenamientos del patriarca al que la masa buscó para, a lo visceral e irracional  acatar su liderazgo. Al líder el individuo lo ataca; la masa lo acata; en él mira a su santón, su mesías, su iluminado; todo porque la borregada es simplista y procede de acuerdo a la psicología del niño, y como él vive dando preferencia a lo fantástico sobre lo real, y quiere ser sometida por la fuerza y la violencia; porque necesita ser dominada, subyugada, tener y mantener a su  amo. Ahí el éxito del caudillo, de  los fascismos, de los falsos profetas, que tanto abundan en nuestro país. Horroroso.

¿Qué fue, entonces,del varón de ideales? Ya convertido en masa se dispone a golpear raterillos, a desgarrar sospechosos de ser sospechosos, a descuartizar infelices que asaltaron a los pasajeros de un microbús. ¡A hacernos justicia por propia mano! ¡Quémenlos vivos! (Agh.)

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