Los genitales de la Justicia

(La Justicia: ojos vendados, la balanza en la zurda y en la diestra la picana. Es México.)

Este vez la tortura, mis valedores. Que el pleno del Senado acaba de aprobar reformas a la Ley Federal para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Tortura, de modo tal que a quien cometa dicho delito se le aplicarán hasta 24 años de prisión. ¿Pues qué, la tortura no se había eliminado por decreto? ¿No lo establecía ya desde hace años el Diario Oficial?  “La tortura, como un sistema para obtener declaraciones de personas involucradas en delitos del fuero común, se ha terminado. Ya no se utilizan recursos como la picana”. ¿Entonces? Cándido de mí, que creí que se habían eliminado prácticas aberrantes como la que denuncia la siguiente noticia:

 A los internos los mantienen encadenados y los torturan con descargas eléctricas en los genitales.

Descargas eléctricas. Yo, morbo y curiosidad, por aquel entonces lamentaba, si seré cándido,  que por decreto oficial  ese instrumento de tortura se hubiese desterrado en este país, que desapareciera sin que me revelase sus secretos: forma, tamaño, modo de empleo, en fin. Y como ya ni picana ni descargas eléctricas se iban a utilizar en este país (lo que es la ingenuidad), fui y encaré a mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., que atravesaba por uno de sus períodos críticos de sobriedad:

– En esta o aquella piquera conocerías a algún judicial. ¿Me arreglas una entrevista con uno de los torturadores retirados, para que me hable de la difunta picana? Para un reportaje, ¿sabes?

El precio: que le curase malestar estomacal, y ya una vez resucitado y de nueva cuenta borracho: “Prepárate, pues”. Y allá vamos, y ahí fui a estacionar el volks cremita, y entonces…

Al rato entrábamos a un corredor que da a un sótano que da a un socavón pestilente a humedad y desechos humanos que tomé por estacionamiento en desuso y resultó ser la cárcel clandestina que la Justicia asignó a mi colonia. De entre las sombras y la pestilencia del cubil emergió una figura levemente humanoide. “Aquí te lo dejo, Yaraguán. Pseudo-neo-comunistoide, pero inofensivo”. Y que se retiraba a ponerse a las órdenes de un tal Madrazo, imagínense. Yo, al madrazo del temor: “Oye, no, espérate”. Se esfumó. Dije, voz destemplada:

– La picana, señor, ¿pudiera hablarme de la picana? ¿Le quedó por ahí alguno de esos instrumentos hoy ya completamente obsoletos, porque tortura y descargas eléctricas se han desterrado de nuestro país? De tener semejante herramienta, ¿la pudiese accionar, como la utilizaban ustedes, en alguno de sus compañeros que se preste voluntariamente a la demostración? Quizá podría usted conseguir algún candidato de buena voluntad.

– Y lo estoy viendo, y lo  tengo de cuerpo presente, mono.

Me estremecí. Disimulé. Vocesita que me salió atragantada: “La picana, señor,  ¿cómo fue introducida a nuestro país?”

– Por atrás, como siempre, y ya encarrerada se siguió con los aquellitos y con los pezones de las tres mamarias, si era una honorable damita la que pasaba a la báscula. ¿Qué, aguantas que a ti te la enchúfemos en el asterisco pa que la vayas conociendo? Porque me extraña que no la haigas probado. ¿No eres  ese pseudo-neo-comunistoide que en el radio se la pasa nomás echándole madre y media a nuestras sagradas instituciones patrias? Ya deberías haber probado en Tamarindillo propio los cálidos besos de la picana.

Mis valedores: yo, de los símbolos justicieros de mi país no conozco más que toga, birrete, martillo y algunas leyes.

(Mañana.)

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