Hijos putativos

Las alianzas políticas. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, reza la síntesis de esos acuerdos de dos o más elementos disímbolos que en un momento determinado transigen en lo accesorio con ánimo de unir fuerzas e intentar una acción exitosa contra el enemigo común.  Ya después cada uno por su camino, y la paz.

No es el caso de ciertos individuos a los que la historia certifica de colaboracionistas de oficio y de beneficio, que por el medo personal y de tribu se ponen al servicio del Poder,  siempre  dispuestos a realizarle la obra negra y el trabajo sucio. Los Chuchos de Nueva Izquierda, pongamos por caso, tanto los hijos putativos del talamantismo logrero como los ex-comunistas y los guerrilleros arrepentidos a tiempo. Aquí, a diferencia de ésos, va un ejemplo de alianza provechosa para dos que en otras circunstancias son enemigos mortales.

¿Por qué la grotesca personalidad de ese individuo? ¿Una infancia tan desdichada que hasta hoy no ha podido superar frustraciones y esos empozados rencores que lo forjaron ruin y torcido? Hoy mismo (taras, complejos) disfruta (disfrutaba) con todo lo yerto,  lo corrompido y la destrucción de los más débiles, que ante los fuertes su cobardía lo empuja al reculón. La muerte de los animalillos indefensos, pongamos por caso. Aquella tarde, a propósito:

Deleitoso sería observar agonía y muerte de algún animal. Tuvo qué conformarse con una araña que  logró capturar y encerrarla en un frasco de cristal y a deleitarse observando cómo fallece de hambre y de sed. Pero de súbito: ¿y si atrapo una mosca, la encierro con la araña y observo la lucha y la destrucción de las dos, una devorada y la otra de sed?

Atrapó una mosca y la encerró en el frasco, y a disfrutar de su mutua destrucción. He ahí la mosca, intentando volar en el recipiente y con los ojos de la araña fijos en ella. Y a gozar el final…

Pues sí, pero… ¿qué ocurría dentro del frasco? El ataque se posponía.  Para apresurar la lucha los privó de alimentos, pero ni así. En el fondo del frasco, la araña  parecía desinteresada de una mosca atejonada en lo más  alto de su prisión. Y parecían crecer, hasta el punto de que tuvo que mudarlos a recipientes más amplios, porque su tamaño aumentaba de forma antinatural. ¿Alimento? Ni agua, y a esperar…

¿Pero cómo?  Mosca y araña crecían  de tamaño; una parecía más feroz que nunca, y la otra más que nunca dispuesta a luchar por su vida. El sádico se regodeaba  ante la inminente destrucción. Entre más grandes de tamaño más feroz iba a ser su contienda y más deleitosos los resultados. El inválido espiritual no llevaba prisa, y el fenómeno del crecimiento de mosca y araña lo mantenía a la expectativa. Las trasladó a una enorme pecera, y a aguardar el final. Pero contra lógica e instintos naturales, en el recipiente nada ocurría que no fuera el crecimiento de tamaño. ¿Cuándo, cómo llegaría el final?  Gigantescas, inmóviles, los ojillos clavados hacia el frente, mosca y araña parecían aguardar. No se observaban entre ellas, sino que miraban hacia allá  donde,  después de media botella y despatarrado en el sillón,  el hombrecillo se había dormido. Y así, dormido, lo sorprendió el final. Porque, mis valedores,  fue entonces…

Lenta, la araña se había desplazado en dirección de la mosca, que se aproximó a la araña. Entre ambas hicieron saltar la tapa del recipiente y brincaron fuera de su prisión. Y así fue como de aquel hombrecillo….

Toda la casa  había corrompido la osamenta cuando lo encontraron.  (Vómito.)

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