Que ayer maravilla fui…

La historia, mis valedores, esa estrella polar. Para el siglo V antes de nuestra era no había ciudad italiana, de Sicilia o Asia Menor, por pequeña que fuese, que no tuviera su recinto teatral. En Atenas, por ejemplo, 15 mil espectadores se emocionaban hasta alcanzar la catarsis con Prometeo Encadenado, Las Traquinias o Edipo Rey. Yo, a propósito, hace algunos ayeres envié cierto recado a un tal Carlos Jonguitud, por aquel entonces “líder moral” (cacique, vale decir) de una por aquel entonces “Vanguardia revolucionaria” del magisterio y valedor de cierta «flaca» (así le llamaba) que se le atravesó en el camino y le aceptó una visita a algún bar, sota moza que con el tiempo lo iba a desconocer y en abril de 1989, de la mano de Carlos Salinas, a echarlo de la dirigencia del sindicato magisterial. Aquí parte de ese recado que hoy, por obvias razones, parece haber cobrado renovada actualidad.

Un teatro con cupo para 15 mil asistentes, ¿se imagina, “profesor”? El poder y la gloria que hubiese significado para usted atascarlo con realadas de militantes del  sindicato de trabajadores de la educación. Qué lucimiento personal, qué autopromoción con semejante mitin de apoyo en lo que fue el nidal, la simiente de la cultura occidental…

Pero no, “profesor”, que un pueblo como el de Grecia no hubiese soportado faramallas vanguardistas. Para ese pueblo la educación ciudadana era sagrada sobre toda otra herramienta cultural, y los hacedores de aquella portentosa cultura no iban a dejar que así como así, por ventaja personal y politiquería, a la pura ley de la imposición, se pisotearan los requerimientos educativos de toda una comunidad. “Esto sería caer en el más aborrecible de los subdesarrollos, que es el mental”, dirían,  y con toda razón, los paisanos de Homero.

El coliseo romano, “profesor”; yo lo conozco en tarjetas postales, pero así, a ojo de buen cubero, tanteo que le caben sus buenos miles de  romanos por aquel entonces absortos en el bárbaro juego de gladiadores, centuriones, leones africanos y mártires cristianos. Pero no, “profesor”; los romanos hubiesen rechazado el jueguito manipulador, ventajista y politiquero de las adhesiones multitudinarias con el que usted quiere forjarse su equipal en la Sec. de Educación Pública. Lo hubiesen rechazado por circense, teatral y faramallero. Ya oigo a Nerón:

“Antes le prendo fuego a la City que permitir se lesione la educación de nuestros chamacos”. Perfecto.

Pero hablando de estadios, que son su especialidad: Maracaná, por ejemplo. ¿Se imagina, “profesor”? Una gloria de estadio: no 150 mil fanáticos del clásico pasecito a la red, sino otros tantos vociferantes maestros (de la irresponsabilidad, sobre todo) enfebrecidos de alabíos, alabaos y hurra, hurra, hip, hips. La gloria, ¿no, «profesor»? El onanismo mental, el nirvana. Pero no, que los brasileños son fanáticos del fuchebol y no consienten otro espectáculo. Y qué hacer.

El Astrodome, de Houston, con su techo de quita y pon, una de las maravillas del mundo, dicen. Pero tampoco. Cierto es que cada que se le hinchasen los ganglios usted lo podría llenar de mentores, sobre todo de madre; pero el pueblo gringo, amante como es de la guerra y sus masacres a lo ancho y largo del mundo, no llega a la barbarie que suponen esas «concentraciones de apoyo magisterial», quintaesencia  del subdesarrollo.

“Permitirlas sería volvernos tropicales y  bananeros como esos pueblos que descuidan la educación escolar para…»

(Sigo después.)

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