México y la Justicia, mis valedores. «Soy mexicano, pero es una porquería de país», clama un Ezequiel Elizalde, víctima sobreviviente de la banda de secuestradores denominada «El Zodíaco». Y más adelante: «Somos una porquería como país». La víctima de un secuestro se exaspera porque al dejar en libertad a uno de los presuntos agresores, en este caso una mujer, los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación infieren una segunda violación a la mencionada víctima de los secuestradores.
Cuando el susodicho Elizalde asegura que «somos una porquería de país» a mi juicio acierta con el diagnóstico, que es el mismo de tantísimos mexicanos, diestros como somos en el catálogo de agravios. Pues sí, pero este país es lo que somos todos los mexicanos. Sin más. Porque, mis valedores, México es un Estado. Un Estado son sus instituciones. Sus instituciones están manejadas por individuos. Los tales están ahí por mí tanto como por Ezequiel Elizalde acontece en ella. Por comisión u omisión yo, ciudadano, como también Elizalde, soy el responsable de quienes así manejan las instituciones del Estado, que es mi país. México es una porquería porque yo mismo lo soy, y junto con un millón 150 de connacionales lo he hecho a mi imagen y semejanza. México, mi país. Horroroso.
En ese entendido hoy, ante el incidente de la liberación de uno de los presuntos secuestradores de Ezequiel Elizalde y otros desdichados más, como nunca antes me averguenzo de mí, porque he permitido que la institución toral del Estado, que es la encargada de impartir Justicia, esté manejada por seres carentes de ética y de moralidad personal, de entereza e independencia a la hora de dictaminar sus sentencias. Porque eso que para la Justicia ocurrió cierto día de miércoles exhibe a una cáfila entes desvergonzados que más allá del Derecho Positivo y diversas y amañadas interpretaciones y tecnicismos diversos, han cometido violación tumultuaria en agravio de las víctimas de la banda El Zodíaco. Qué país.
Porque para esos de toga y birrete resulta que hoy amaneció blanco lo que era negro apenas ayer, y que es hoy inocente quien apenas ayer cargaba una sentencia de 60 años. Emasculados espirituales son esos que ayer, con el espurio de mecha corta, obedecieron las consignas del tal, y hoy, dando una maroma de 180 grados, obedecen la indicación con fines de relaciones internacionales que les marca el nuevo mandón de Los Pinos. ¿Con Calderón se culimpinaron y ahora, con Peña se yerguen, o es al revés?
Y que por causas idénticas y en igualdad de circunstancias uno de los inculpados alcanza su libertad mientras el otro, tortura mediante, continúa en la cárcel, me averguenza también. Me abochorna mi propia persona, a la que toga y birrete así faltan al respeto al presentarme semejante capacidad de elasticidad de criterio a la hora de juzgar (¿en tiempo y forma?) a los inculpados; que me presentan la que fue su claudicación anterior, o la actual, sin pena, decoro, rubor, verguenza profesional y cabal varonía, quinteto -oncena- de emasculados.
«Que ahora le den puerta abierta a Caletri, a Daniel Arizmendi«, se exaspera Elizalde y sí, ya puestos en situación de prolongar la ignominia, menos afrentar sería para nosotros y también para la Justicia que a Israel Vallarta y toda la banda de El Zodíaco esos mismos togados les concedieran su libertad por el mismo motivo que a uno de los tales cómplices, en este caso una mujer. ¿O qué, distingos en la Justicia?
(Esto sigue después.)