Poinsett y congéneres

La diplomacia imperial, mis valedores. Con el pretexto del Estado fallido al que hay que salvar, los diplomáticos norteamericanos han cumplimentado la doctrina expansionista de su país contra el nuestro, desde el agente especial  Joel R. Poinsett y el nefasto embajador Henry Lane Wilson hasta John Gavin y sucesores. Ayer nomás fue Tony Garza y detrás de él nos enviaron a cierto Carlos Pascual, cubano-norteamericano especialista, precisamente, en “estados fallidos”. ¿Qué hizo el tal, más allá de enfurecer al de mecha corta en Los Pinos? Cuidado con el rapaz, nos previene José Martí.
Y es que Estados Unidos, desde la época colonial, ambicionó posesionarse del territorio mexicano. Anexión fue en un principio la meta de su política colonial, estrategia que varió siglos después: No anexión. Absorción es la palabra. Absorción que sería financiera, política, social, cultural. ¿El imperio logró su propósito? Sería cuestión preguntarle al presidente Benito Juárez y a los gerentes de Washington, de Porfirio Díaz  al actual. Es México.
Cuando el país inició su movimiento independentista los caudillos enviaron un comisionado para lograr la ayuda de los vecinos del Norte. El  presidente Monroe la ofreció a cambio de que México se agregara a Estados Unidos. El ofrecimiento fue rechazado, pero Jackson,  el sucesor, lo intentó por medio de Joel R.  Poinsett, que en su primera medida como “agente especial” propuso al gobierno de México la compra de Texas. Cinco millones de dólares, la oferta.
Este J.R. Poinsett escribió un libro donde quedó asentada su visión del país que encontró en 1822. Aquí, para que comparemos lo que en nuestro país va de ayer a hoy, los siguientes párrafos. Primero, los habitantes.
“Hay cuando menos 20 mil en esta capital, cuya población no excede de 150 mil almas, que carecen de domicilio fijo y de modo visible de ganarse la vida. Después de pasar la noche a veces al abrigo y a veces a la intemperie, salen en la mañana como zánganos para mendigar, robar y en último caso trabajar. Si tienen la suerte de ganarse algo más de lo necesario para sus subsistencia, se van a la pulquería. Ahí, hombres y mujeres tirados en el suelo, durmiendo la mona (…) Como rateros y carteristas son sumamente diestros”.
El mercado: “Multitud de léperos, a quienes me advirtieron que no tocara, pues sus sarapes hierven de bichos asquerosos”. (El vecindario de la Magdalena Contreras, bajo una plaga de piojos. No en 1922, sino en la nota de hace tres días. Y sigo.)
¿Inseguridad pública, problema exclusivo del México actual? No, que ya en 1822 lo denunciaba Poinsett:
Los comerciantes pidieron licencia para exportar el numerario desde meses antes, pero se les dijo que los caminos estaban demasiado inseguros para permitir el transporte de valores a Veracruz; que se habían dado pasos para extirpar a las hordas de bandoleros que infestan esta región del país; que se daría aviso tan pronto pudieran pasar las conductas sin peligro.
«Como teníamos pensado ir al teatro, tomamos nuestros sables para poder regresar a casa de noche sin peligro. Esta les parecerá una extraña precaución en un país civilizado, pero aquí es absolutamente necesario. El portero de nuestra casa, al verme salir de noche, recién llegado, sin armas, me censuró por lo que tuvo a bien calificar de temeridad mía; me dijo que eran numerosos los robos y los asesinatos». (¿Ayer nada más?)
«De acuerdo al arancel formulado por el gobierno a gran prisa y cuajado de errores…» (Esto sigue después.)

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