No del todo morir

La trascendencia, mis valedores, ese elemento psíquico que unido a la vinculación, el arraigo, la identidad y varios más, confiere al humano la salud mental. La trascendencia se logra a base de obras que beneficien a los demás, con las que el individuo agradece a Dios, a la Moira o a Madre Natura el don inconmensurable de la vida. La trascendencia.

En diversos programas de radio suelo analizar dichos y acciones de personajes relevantes en la historia del país, y al recorrer la  galería de tantos  figurones indefectiblemente me topo con una constante: la parcialidad y el maniqueísmo de la historia oficial, esa embustera. Este y este otro, excelsos; aquel, y el otro, nefastos.  Blanco y negro. Sin matices, a conveniencia del Poder y de sus oficiantes en turno. Sin más.

Por vía de ejemplos en el periodo de la Conquista: por cobardón y dado al pensamiento mágico logró trascender el tlatoani Moctezuma Xocoyoltzin, y por su estatura de héroe lo consigue Cuauhtémoc, todo esto en la aviesa versión oficial que oculta a lo púdico las malas acciones del «único héroe a la altura del arte», definición de López Velarde que nunca he querido entender. La historia oficial oculta púdicamente las acciones negativas  del «Aguila que desciende«, como la violencia que ejecutó en contra de  Cuitláhuac y  su nombre final de Fernando Cortés Cuauhtémoc, como se dejó bautizar el nuevo cristiano, que a la hora del sufrimiento invocaba al Dios del conquistador. Nada de esto se asienta en la historia oficial. Es México, nuestro país.

La trascendencia,  esa secreta esperanza de no morirnos del todo. Que  cuando yo sea difunto y según pasen los días, las semanas (los meses, ¿será mucho pedir?), alguno llegue a acordarse de mí; que me recuerde de buen talante, o al menos no disgustado del todo. Esta necesidad de trascendencia como uno de los condicionantes, repito, de la salud mental…

En algún programa de radio me referí a la Conquista, y de la Independencia digo a todos ustedes aquí y ahora:  ¿habrá personaje  más ensalzado por la historia oficial que Miguel Hidalgo? ¿Habrá héroes purísimos más olvidados que Fray Melchor de Talamantes, Azcárate y Primo Verdad?

Y estalló la Revolución, y con ella, ¿quién más venerado que Francisco I. Madero, espiritista y vitivinicultor? ¿Quienes más olvidados que Ricardo y Enrique  Flores Magón? Zopilotera y hedor esa historia oficial, oficialista…

Pero de pronto nos cayó encima el Tricolor, y de los individuos que sentaron sus dos reales en la presidencial, ¿alguno, de aquel almácigo de mediocres, depredadores y uno que otro asesino, merece la trascendencia, con todo y que se apoyaron en las muletas del periodismo oficioso?  Jueces, fiscales y abogados defensores, los medios de condicionamiento de masas se la viven quemando copal ante el sillón  el santón sexenal, pero no pueden evitar que contra servilismo y cortesanía al tanto más cuanto se alce el juicio del tiempo, y  los santones al desván de la historia. Desde el primer Nopalito en la historia reciente del país hasta el resto de irremediables mediocres. No el Tata Cárdenas, por supuesto; él, que nos dio ese petróleo cuyos restos ahora ofrece Peña a los gringos. Don Lázaro ha salido limpio, o casi, del juicio histórico.

Pero hablando de mediocres:  porque logró la hazaña de arrojar del paraíso al Adán tricolor, un Fox mediocre hasta el tuétano de los entresijos, sé lo que digo, logró arañar la anhelada trascendencia, pero… (Más de Fox y su apestoso Tamarindillo, el lunes.)

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