Que lo callen

Las desviaciones psicológicas, mis valedores, las deformaciones de la personalidad. ¿Alguno de ustedes habrá leído Bartleby, donde Melville refiere el  caso del escribano aquel? Cierta mañana, al recibir de su jefe la orden: “Copie estos documentos”, “preferiría no hacerlo”, le contestó Bartleby. Y de ahí en adelante, en una extraña actitud de resistencia pasiva y rotura total del orden establecido, a todo y a todos contestó lo que sería su desgracia:  “Preferiría no hacerlo”. Así hasta un final acorde con tan extraña manía.

Como resultado de una decepción amorosa Edgardo (comedia de Jardiel Poncela) decide nunca más levantarse de la cama, donde transcurre su vida de todos los días, hasta que cierta noche… En fin.

Leí de la chifladura del sabio aquel, personaje incidental de Mascaró, el cazador americano, novela de Haroldo Conti, que lo llevó a perfeccionar una bicicleta voladora con la que se dio a vivir en las alturas y desde su eminencia regodearse en orinar a los viandantes. Y qué decir del protagonista de El barón rampante, novela de Italo Calvino, al que pega la chifladura de vivir trepado a los árboles del bosque ribereño de la ciudad,  sin nunca volver a poner un pie en tierra. Extraño.

Oskar, en El tambor de hojalata, de Grass; un día, a sus pocos años de edad, decide ya no crecer; en plan de adolescente transcurre su vida. El licenciado Vidriera, del autor de El Quijote,  se cree forjado de vidrio y se cuida de que nadie lo vaya a romper. Y a propósito:

A ese otro, al que estoy pensando, yo no le pido que se vuelva de vidrio y viva espantado de que algún tabasqueño me lo vaya a estrellar, ni que en lo alto de una columna viva de hinojos y en oración hasta que levite. No le voy a pedir que decida no alzarse más de su cama y deje en paz mi país. No le habré de pedir que se encarame en algún armatoste volador para que desde allá arriba siga emporcándonos con sus desechos corporales. Yo, de él…

De él sólo hubiera querido que al modo de Bartleby (a cuyo temple no le llega ni al dedo meñique del pie derecho; el izquierdo, que es zurdo) tuviese los hovos del escribano, de modo tal que cuando el gringo le impuso la Iniciativa Mérida o esos contratos de riesgo en PEMEX que tanto lesionan al país y tanto nos lesionan a los mexicanos él, de repente varón de tamaños en su nidal, a las exigencias de Washington hubiese replicado, y no más: “Prefería no hacerlo”. ¿Pero él?

Ah, si al contrario de El barón rampante él ya abandonara la copa, no la de su afición sino la de Los Pinos, que no están para sus pinitos políticos, y dejara ya de andarse por las ramas. Y lo mejor de lo mejor, mis valedores:

Que él, como los monjes cenobitas que yo de seminarista intentaba emular, de aquí al primer día de diciembre intentase hablar con neuronas, no con las  glándulas, salivales y de las otras. Que de aquí a entonces dejara ya de opinar, declarar, recalar, recular, acusar, acosar, atracar, atacar, contra-atacar, desdecirse; que pensara para hablar y no hablara para pensar y darnos a todos en qué pensar, y alarmarnos con esa salivosa diarrea que a todos salpica. Que de aquí hasta diciembre, si es que alcanza a llegar, resistiera la compulsión. ¿Que tantea no poder?  Lavativas de Prozac, tal vez. De ansiolíticos, mejor. Una trepanación, lo máximo. ¿O vamos a seguir aguantando esa su voz, «amigas y amigos», mientras nos miente sobre su guerra particular contra el crimen organizado, que casi  «va ganando» mientras «casi» logra atrapar al Chapo Guzmán? (¡Agh!)

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