De cierta fabulilla hablé ayer con ustedes, y les relataba que en luengos ayeres y remotas tierras existió un país de magia y encantamiento habitado por una comunidad de antropoides que desde cierta cabaña situada en un busque de pinos manejaba un administrador. Por ahí va la cosa.
Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día el hombrecillo aquel, traicionando sus promesas de cuando llegó a la cabaña de pinos, decidió que alimentar a los antropoides con la dieta acostumbrada era un derroche y era un desperdicio, y de ahí en adelante restringió drásticamente la ración de alimentos, y lógico: a la changada le cayó de la changada, y en orangutanes, gorilas y chimpancés estalló la inconformidad. Se prendieron los focos rojos. Y la estrategia que tenían en la mente (los maldicientes afirman que es plagio de un tal homo sapiens): «¡Movilización! ¡E-xi-gi-mos!»»
Los descontentos, al monumento a la Madre. “En la madre. Qué se me hace que les dejo ir el ejército», discurrió el hombrecillo, pero ejército cuál, si a cartucho cortado y hedores de pólvora, sangre, llanto y dolor, lo traía empeñado en su guerra particular contra el manchón de ilegítimo. Y qué hacer.
Alzada la ceja izquierda observaba cómo los antropoides comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle, alzar los puños y organizar plantones y mega-marchitas. Manoteando, pelando los dientes. “¡Este-púño-síse-vé! ¡E-xi-gi-mos!» Ajale. «Ya mero les suelto a los granaderos», pensó el acosado. A los preventivos, a la ministerial, a la federal, a la judicial, a todas, existentes y canceladas. Allá, abajo, la protesta en aumento. «¡Al plantón!» Y qué hacer. El hombrecillo estaba crispado, cuando en eso, prepotente vozarrón:
– ¡Vamos al cambio! ¡A combatir la corrupción, la pobreza y el desempleo! ¡Seguridad pública!
– ¡Vino, vino!, clamaba el de los pinos. «¡A tiempo vino mi sucesora!»
Y no era ella sola; por su lado corrían otros dos, cada uno con distinta propuesta (original, nunca antes escuchada en el territorio):
– ¡Seguridad pública! ¡A combatir el desempleo, la pobreza, la corrupción! ¡Al cambio!
Y el tercero de los tales: «¡Abatiré la pobreza, traeré la seguridad pública! ¡Empleo para todos! ¡Al cambio!
Todos, como se advierte, bandereando propuestas distintas y nunca antes formuladas por los previos aspirantes a la de los pinos. «¡Vamos al cambio!»
Allá por Reforma, puños en alto: «E-xi-gi-mos!» Mantas, pancartas, consignas vituperosas contra el de la ceja arriscada: “¡Falso, impostor!”, a grito pelado. Y fue entonces: ahí, valido de la ocasión, el candidato oportunista brazo, mano e índice en alto y todavía sin conocer el problema:
– ¡Conciudadanos! ¡Yo traigo a ustedes la solución!
¿Que qué? Se frenan las masas y observan al gritón.
– ¡Su problema conmigo tiene la solución! ¿Cuál es?
Habló el chimpancé de la cotorina azul cielo: «¡Es la mísera ración de comida que nos da el de los pinos!
Y que cuál es esa ración. «Tres viles plátanos en la mañana y cuatro en la tarde. ¿No son hijeces del impostor?»
El candidato pensó, calculó, y de súbito:
– ¡Problema resuelto! ¿Conque tres plátanos por la mañana y cuatro en la tarde? Yo les ofrezco no tres, sino cuatro plátanos en la mañana, con tres en la tarde, ¿cómo la ven?
Perfecto. Se arregló el problemón. En la changada reventó el júbilo: «¡Sí se pudo! ¡Ora sí! ¡Con este sí ya la hicimos! ¡Ya no tres, sino cuatro en la mañana, con tres en la tarde!» ¡A votar por él!»
Yo me quedé pensando, nomás pensando. Qué más. México. (Mi país.)