Orgánicos

Oscurecía cuando me recosté frente a aquella vieja. Antes de que ella acabara yo me dormí. Desperté cuando acabó la vieja película: El mago de Oz. Ah, la nostalgia de mirar rediviva a Judy Garland, estrellita precoz que al madurar en edad (inmadura del resto) arrastró aquella vida atorrenciada de droga,  alcohol y somníferos, miserable vida. El mago de Oz. Muchos de ustedes, ladeados ya hacia esa región de la vida, penumbra y crepúsculo, donde todo se nos chorrea de añoranzas, a la evocación de esa cinta antediluviana percibirán el aletazo de la añoranza. Qué tiempos…

Medianoche era por filo. Frente al cinescopio mi Nallieli y yo nos entreteníamos con las correrías hazañosas de una Judy que, niña todavía, cruza la pantalla (voz de ave, ricillos) bailoteando al unísono de El León Cobarde, El Hombre de Hojalata rechinando de orín y El Espantapájaros que anhela un humano corazón (temerario él, que no calibra riesgos de infartos y amores mal avenidos, si lo sabré yo.)

Y ahí estábamos; yo, en el sillón, tila en la mano; al cuadril y bebiendo de mi pocillo, mi única; en el cinescopio, la danza de brujas, magos y demás fantasmas, los del bosque encantado y los de un televisor con la antena mal orientada. Comencé a cabecear, y sin apenas sentirlo ya me había mudado a la región de los sueños oníricos, mucho más reales que los de Hollywood. Desperté.

– ¿En qué terminó El mago de Oz, nena?

Ahí, ribereña de mi oreja, su voz: “Ya vencidos los riesgos del bosque encantado Judy y sus amigos llegan a la presencia del mago y le exponen sus cuitas, y el prodigio: en el pecho de paja de El Espantapájaros alienta un corazón humano (ahora podrá conocer el misterio de un amor como este que yo te doy, bigotón). El Hombre de Hojalata logró una mágica lubricación de las coyunturas. Ya nada le rechina”.

–  ¿Y El León Cobarde ya es todo un valiente?

Mis valedores: de lo que mi única me informó infiero el final. El León Cobarde logró su propósito de adquirir valentía. No fue fácil milagro hacer valiente al cobardón; más allá de ensalmos y bebedizos no hay mago que pueda volver valiente a un pusilánime. “Pobre león. Si hubieses visto sus gimoteos porque no lograba la bravura”. “Ya no chilles, leoncito”, le decía el mago. “Donde sea y como sea, pero bravura yo te he de conseguir”. Y preparó una pócima y se la dio a beber. “A ver si  dio resultado. Para probarte, leoncito, ¿qué opinas del soberano del reino?”

– Un estadista que cumple la ley.

Como todo cobarde, lambiscón. Como todo lambiscón, cobarde y prudente, cauteloso:  “El soberano reinante llegó al trono por unánime aclamación gracias a su enorme carisma, su arrolladora personalidad y su don de mando. ¡Viva nuestro  rey!”

Corazón de pollo y redaños de jericalla, lo cobarde y lambiscón no se le cura, y qué hacer. El mago se sentó a cavilar, y de pronto: “Hallé la solución! A ver, León Cobarde: ¿qué opinas de López Obrador?

Y rápido, la repentina valentía: “¡Ese demagogo populista sigue siendo un peligro para el reino! ¡A la horca  ese terrorista!”

– ¡Perfecto! ¡La pócima surtió efecto! ¡Ya eres todo un valiente, corazón de león! (Lo transformó en ave carroñera.) “Volarás hasta un reino de encantamiento gobernado por un soberano de mentirijillas que necesita leones que sean valientes atacando a quienes no se puedan defender. El reyecito te va a hacer periodista intelectual a su servicio para manipular el criterio de los pobres de espíritu. La paga en dólares. ¡A volar!

Voló, y acá lo tenemos. (¡Bravo!)

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