Haiga sido como haiga sido

Será la entrada del presente mes, serán estas lloviznas nocherniegas, será que siento el ánimo fruncido de asco y desprecio por ese infeliz que allá, por los pinos, está a punto de ausentarse, que de hecho ya se ausentó,  que falleció, que nació muerto y en olor de formol y cadaverina. Mi espíritu debería estar de fiesta porque desaparece de mi conciencia ese sobrevalorado que haiga sido como haiga sido ahora cae al desván de la historia, que es decir al olvido, la indiferencia, la muerte, y ya…

Esto presupone que al mediocrillo lo habrán de chispar de las primeras planas, que en carne viva habrá de sufrir la quemadura del abandono, la indiferencia, la extinción. Algún insulto, si acaso; desganado, que no vale cebarse en un infeliz que más allá de la gloria falsa de las candilejas que le aprontaron los “medios” no pasó de ser un pequeñajo al que en la medida de las aclamaciones al tanto más cuanto yo repudiaba. Porque, mis valedores, que se va o se fue, eso es un hecho. Y si no, ¿dónde están las multitudes que apenas ayer aclamaban al bienamado, telilla del corazón? Los mimos y los aplausos, ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto chiqueo y de las fotos en primera plana? Como dedo chiquito lo trataban los “medios”, como niña de sus ojos, como monito de sololoy, como a  ídolo popular (impuesto) lo aplaudían y cada gesto le festejaban, cada pirueta, cada mohín. Para él todo era buen placer, y yo digo: las ternezas, los placeres, y los humos de copal, ¿qué fue de la escandalera?

Aprended, flores, de mí – lo que va de ayer a hoy – que ayer maravilla fui – y hoy sombra de mi no soy…

Yo nunca fui de sus paniaguados. No me uncí al carretón de sus cortesanos de oficio y de beneficio; repugnancia me provocaban las peregrinaciones de cortesanos serviles, logreros y ventajistas, con su exhibición barata -carísima- de idolatría. Yo no, que nunca pretendí cercanía con él. Yo siempre de lejecitos, porque desde que trepó al sitial entre frondas y pinos me cayó en el caracol del ombligo, que Palillo decía. (Mi única, arrimadita a mis lomos, mira lo que voy escribiendo, y musita de boca a oreja: “Ha de ser cosa de noviembre, mi amor, que siempre te torna melancólico y falto de tolerancia con la mediocridad”. Pudiera ser.)

Sea como puede que sea, para mí el tal, desde que nació a la popularidad facilona que otorgan los “medios”, siempre fue un plomo, un  hígado, un sangre pesada mediocre y vulgar. Sin más. Ah, pero todavía hace algún tiempo aquel espectáculo, abyección pura, de una borregada que se vivía festejando semejante catadura, un tanto sombría. Qué tiempos.

Pero eso ya se acabó, pobre infatuado. Desencantados, esos que ayer organizaban romerías para ir en peregrinación a aclamarlo le vuelven la espalda. El mediocre fue arrojado a su espacio natural, el  desván de la historia, y que allá por los pinos venga pronto algún animal menos vulgar.

Pobre del pobre oso panda, digo;  qué fin tendría. Si siga olvidado en su jaula o ya lo hayan chispado de por los pinos. A saber.

Y ahora, de pronto, foto a todo color, una anciana aparece con un animalejo peludo en los brazos, y la noticia: “Totalmente conmovida se sintió la reina Sofía de España con unos pandas gemelos de apenas dos meses, quienes (sic) nacieron en el Zoo Acuarium de Madrid. La soberana los abrazó, los besó y hasta les dio su biberón”.

Cuando chiquito en la cuna – todos me querían mecer -ora que estoy grandecito – ninguno me puede ver. Condición de humanos. (Felipe.)

 

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