Una red de agujeros…

El «descubrimiento» de América, mis valedores. En torno al suceso histórico que dividiría en dos la historia de nuestro mundo lo afirmaron en su momento Marx y Engels, ni más ni menos:

«Eso y la circunvolución de África, ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición…»

Hoy, a 517 años del «Tierra a la vista», la celebración, y el comentarista: Los que tal vez no encuentren motivo de celebración son los indios, que no entenderán que se hable del descubrimiento cuando sus antepasados llevaban milenios en estas tierras. Si hubo descubrimiento fue el indio el que descubrió, por ejemplo, que sus tierras originales no eran suyas, sino de un señor que se llamaba la Corona; que sus dioses no eran ciertos; que su piel cobriza era signo de inferioridad y motivo de discriminación; que él y todos sus ancestros habían vivido en el pecado; que de entonces en adelante debía llevar otro nombre, uno cristiano; de gente, pues; que era indio. Entró a otra historia por la media puerta de abajo, como los perros. Y aquello lleva ya siglos…»

¿Fue Colón el primer visitante de nuestros antepasados indígenas? Malqueriente de su gloria, M. André. «En Porto Santo Colón conoció por casualidad a Alonso Sánchez, que había desembarcado, moribundo; lo llevó a su casa y se enteró por él de que la Antilia, de donde él retornaba, existía en realidad (…) Desde ese momento el objetivo principal de la vida de Colón fue descubrir la Antilia y las otras tierras de la parte occidental del océano. Pero no quiso que se dijese con fundamento que había seguido los pasos de otros, que no había descubierto, sino simplemente encontrado lo descubierto por otros».

Las primeras impresiones de Colón: «Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras. Les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que tuvieron mucho placer».

Pues sí, pero también iba a advertir las piezas de oro que los isleños llevaban en la nariz, y entonces: «No puedo errar en el ayuda de nuestro Señor que yo no le falle adonde nace (ese oro)». Metal que habría de provocar una devastación cuyo tamaño logramos entremirar en la tremebunda requisitoria de Bartolomé de las Casas, Protector de las Indias: «La causa porque han muerto y destruido tan infinito número de ánimas los Cristianos, ha sido solamente por el oro y henchirse de riquezas en muy breves días».

El oro, obsesión del «descubridor»: «Cansado me adormecí gimiendo: una voz muy piadosa oí (…) Dios (…) maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas (…) De los atamientos de la mar Océana que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves, y fuiste obedecido en tantas tierras (…) Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años (…) De allí sacarán oro (…) El oro es excelentísimo (…) y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso…

Colón, el esclavista: «Diréis a Sus Alte­zas qu’ el provecho de las almas de los dichos Caníbales que cuantos más allá se llevasen serían mejores (…) que otros ningunos esclavos».

Esclavos. El benemérito De las Casas, dolorimiento e indignación luego de sesen­ta años de genocidio: Dolorimiento e indignación: «Andaban los Españoles con perros bravos aporreando los indios, mujeres y hombres. Una india enferma, viendo que no podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como lo hacían a los otros, tomó una soga, y atóse al pie un niño que tenía de un año, y ahorcóse de una viga; y no lo hizo tan presto que no llegaron los perros, y despedazaron al niño: aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile.

En la Visión de los vencidos se recoge el lamento de nuestra raíz indígena, masacra­da por nuestra española raíz: «Y fue nuestra herencia una red de agujeros». Pues sí, pero mientras el mundo permanezca no acabaran la gloria y la fama de México-Tenochtitlan». Tal es su destino, sin más. (México.)

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