Esperpéntica

Esto, mis valedores, lo redacté para ustedes cuando en los oídos del cuerpo social restallaban las altisonancias del «góber precioso», del «góber piadoso», de Emilio Gamboa. Hoy, en los tiempos de la abyección, no quiero desperdiciarlo. Dice:

Es noche de sábado. La mente un paño de lágrimas, me arropo en la nostalgia de los adioses, yo que a despedidas me he pasado la vida, y a despedidas descascarando las telas del corazón. Es noche; cerrados, mis ojos buscan a tientas la advocación de Santa María. No la de Lourdes, no la de Fátima; Santa María la Redonda, con su tocaya y vecina, Santa María la Rivera. A la distancia del tiempo y la geografía, entre el Garibaldi mariachero y el Tepis Company de bandolero corazón, y desde aquel que fue San Juan de Letrán hasta San Juan de Aragón, rastreo el ánima y estilo de lo que perdimos, de lo que se fue para nunca más: la carpa…

Aquí te nombro, carpa del arrabal, voz y pulso de la barriada, su perfil, su ánima, su estilo, su identidad. Contigo se nos fue la última carcajada de la cumbancha, que abría la tarde y la noche con el pregón motivoso del gritón, bocina de victrola en boca: «¡Prrr! ¡Prrr…! ¡Señoras y caballeros, la función va a empezar! ¡Dos tantas por un solo boleto! ¡Pasándole por ái, prrr…!

Y ya bajo la lona embreada: ¡Mi señor  don Resortes Resortín de la Resortera! «¡Cheñor Patiño, cheñor Patiño!» «¡Ese Palillo! ¡Te lo… por el etc»! Desde el cielo de los artistas carperas, que es decir el cielo del oropel, la chaquira y la chaqueta (¡Ese Borolas, hágamela… caridad!»), requintean las benditas ánimas del clásico trío del bolero «romántico», y las risotadas de la gayola al son del cómico apicarado de esa carpa donde se nos quedó un buen retazo de adolescencia, el de aquella señoras pechugas, y semejantes carnazas, ya cuarentonas, de tamaño familiar y familiar sexualidad, lonja libre y celulitis a discreción, que hinchan una trusa color mamey al son del meneo, del zangoloteo agasajador; que a bandazos de carne pura atizaron la combustión de unas hormonas apenas espinillentas o ya en el cuarto menguante. No lloro, nomás me acuerdo… (Los camerinos, como el mejor, el más oloroso queso gruyere: por todos lados acribillados a agujeros para por una módica cuota poder fisgonear a la de cumbia y danzón cuando se muda de trapos…)

Aquí te nombro, fantasmón del arrabal, candileja de la nocturna cachondería, del amago camal y el onanismo frenético, el contagio venéreo y esa pornografía encabritada que, en la postal, se distribuye al olor de unos sanitarios pintarrajeados («puto yo»). Y yo, con Manrique, pregunto: ¿qué se fizo el bataclán? Las carpas de la Aragón, ¿qué se fizieron? Tan preclaros vestigios de una cultura de entraña popular, la del desahogo y la sátira, del calambur y la frase de triple sentido, se nos murieron de inanición. El Tivoli, su hijo legítimo, natural y muy «putativo», cayó y calló a la puñalada trapera de aquel puritano Uruchurtu, mal aprendiz de dictador. Hoy, por sacar la cara por el postrer estertor de lo que la carpa fue, apenas un diluido teatro Blanquita

Esta noche de sábado me duele el México que se desdibuja para nunca más, que con la TV se nos pierde como se nos perdieron la moneda, las costumbres y la tradición, para tornarnos gringos de pacotilla despreciados por los gringos. Esta noche miro en la mente al cómico que gesticula, ademán procaz y en la diestra caracolitos, ante un auditorio de sombras nada más. Porque la carpa se nos murió en olor de desidia, de apatía, de indiferencia total.

¿Resistirá el Blanquita? Si no, ¿qué camino le queda al tandófilo sino alcoholizar su frustración en la piquera o la briaga de buró? No. Que el paisa siga gustando del sketch carpera, que no se me vaya a volver adicto de ese siniestro bataclán de los cómicos virtuales, patetismo puro y puro esperpento, que desde el partido político maman para sus bufonadas nuestros dineros. Que el asiduo de carpas y cómicos albureros no se torne vicioso de esos del negocio de la política y la política del negocio. Que no me lo diviertan las bufonadas de los aprendices de legisladores que rostro enharinado juegan el juego del pastelazo verbal, el insulto procaz y el indecoroso circo verborreico. Que el gusto del tandófilo no se vaya a degenerar con las patéticas machincuepas de un Juanito esperpéntico, invento no de AMLO, ni siquiera del TRIFE, sino de unos periodistas que al cálculo de que suya era la revancha, se ufanaban, exultantes y mordaces, al morder los zancajos del tabasqueño: «¡Bravo! ¡Al Peje le salió el tiro por la culata!» ¿Le salió a quién? México. (Esa carpa nacional.)

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