Tlatelolco, retablillo anual

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¿Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Cuidad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…

Tlatelolco. Fue un día como hoy, pero de hace 41 años, cuando Plaza de las Tres Culturas anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no se hubiese crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles muertos? Doscientos, según documentos des­clasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial. Es México.

Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al general José Hernández Toledo, jefe del Batallón Olimpia la tarde infausta de Tlatelolco:

– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?

Rotunda, la respuesta del ameritado militar (¡por el honor de la patria!):

– No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno.

La historia oficial, ese oficial e interminable embuste; ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel nombrado Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese «primera dama». De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó en el difunto Siempre el Solana de marras:

– Ganas de exagerar que tiene la gente. El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un ac­cidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…

Que Tlatelolco nunca más. Ni el de la derrota de los meshicas ni el de la masacre de mestizos por parte de un Sistema de Poder nunca autocrítico, sino autocrático y autoritario. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos; hoy, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale desear desde lo íntimo del cogollo del espíritu:

Que Tlatelolco nunca más. Nunca…

Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento de masas, voceros oficiosos del Sistema de poder: en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció en brama olímpica, colguijes y banderitas tremolando al viento de otoño como signo de confraternidad, mientras el autócrata represor, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:

«¡Todo es posible en la paz…!”

Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados…

Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial, ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba hace unos años The York Times: «Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría estar a punto de sufrir una importante corrección». Sí, porque según el díario de E.U., «cuando candidato, Vicente Fox prometió formalmente una Comisión de la Verdad». Pero a ver, un momento…

¿Fox? ¿El diario neoyorkino creyó la palabra de Fox? ¿La creyó alguno de ustedes? ¿A Fox? Y es que, a decir del citado periódico, «la Comisión de la Verdad podría ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos…»

Por contras, mis valedores: algunos vislumbres de la verdad se columbran en ciertos documentos que el general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional en el sexenio del matancero, reveló a Javier García Paniagua, hijo suyo, documentos que he de transcribir aquí mismo un día de estos. (Aguarden.)

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