La quincena trágica

El brote de influenza que acalambra el país. ¿O debo decir la epidemia? ¿La pandemia, quizá? Durante el tanto de quince penosísimos días el tema de la bacteria o el virus diseminado a lo largo del territorio, que se afirma ya afecta a decenas de países y provoca la alarma a nivel mundial, ha sido en los medios de condicionamiento de masas un asunto machacón, recurrente, masticado y vuelto a masticar, exprimido y vuelto a exprimir, remolido y vuelto a remoler, macerado, masacrado y vuelto a masacrar. Y así hasta la náusea, y así hasta la fecha en la que yo, cuando menos, he sido contagiado no por la epidemia de influenza, sino por la de un atracón pantagruélico de información chatarra, que no parece sino que la dirige el IFE, Instituto Federal Electoral, con una diferencia esencial: en la emergencia sanitaria no sé si se trata de un brote, una epidemia, una pandemia, una mentira o una verdad. De la propaganda del IFE sí sé, basado en la ciencia política, que su propaganda constituye un embuste total: ni el voto es poder, o entonces haría que las promesas de campaña se cumplieran cabalmente, ni es poder la exigencia, porque ninguna fuerza social organizada le confiere tal poder, y en su indefensión las autoridades

ni la ven, ni la oyen, ni la sienten, y que no se le puede llamar democracia a lo que sólo es un proceso electoral (electorero, que se realiza a un costo de millones de pesos). Ese proceso es apenas una de las vertientes de la democracia formal, menos importante que la democracia participativa y mucho menos de la democracia social. El trío, en última instancia, constituye la democracia liberal. Denominar democracia al solo proceso electoral, electorero, es una enorme trampa verbal. Eso no es democracia, ni crece, ni crecemos nosotros. Sin más. Por cuanto a la ventolera de la emergencia sanitaria…

Mi esperanza la cifro en que una vez que se calmé la psicosis colectiva logre desechar de mi cuerpo tanto virus y tantísimas bacterias de una campaña que me mantuvo bien informado de que «debo lavarme las manos a cada rato», y sea capaz mi organismo de desechar el contagio, y me cure del empacho que me causó el tsunami de la información oficial y la información oficiosa, ese del cubrebocas, el estornudo, el esputo, válgame…

Y es que a lo largo y ancho de esos quince días los analistas se han avocado a analizar la epidemia con más o menos conocimiento de causa y más o menos elementos de juicio, pero sus voces son acalladas por el estrépito de cientos de gárrulos de la radio y la televisión que, voz engolada y afán protagonice-, en enlaces nacionales de costra a costra y de frontera a frontera, se han dado a pontificar, a reiterar, a machacar los mismos lugares comunes una y otra vez, desmenuzando y destazando el tema tanto más cuanto menos lo entienden, todo esto en jornadas de horas y días y a lo largo de enlaces nacionales que son el cuento de nunca acabar. Ah, el espectáculo de esos lectores de noticias que, diestros en la lectura, ahora se miran en el trance de improvisar, y qué exhibición de limitaciones en ese terreno. A semejante parafernalia hay que agregar el lucimiento y el protagonismo de los profesionales de la entrevista, que se dan vuelo preguntando a este, a aquel, al que se deje o sorprenden desprevenido. Los gárrulos de radio y TV son un ataque de influenza para el que no existe el antídoto…
¿El resultado de las tales entrevistas? A más preguntas más contestaciones y más cuestionamientos, y más dudas, más incertidumbre, más azoro y perplejidad, porque, mis valedores, donde hay muchos informadores no existe ninguno. ¿Las ráfagas de información? Siempre las mismas y cambiantes siempre, y siempre contrapunteadas entre sí, que se afirman, se mientan, se mienten y se desmienten en medio del vocerío, las contradicciones, los dimes y diretes, y qué mortificante es sobrevivir en la panza del ruiderío, la estridencia, la confusión, el pandemonium. La náusea

¿La trayectoria de la influenza, su evolución? A saber. No sabemos a qué atenernos, de modo tal que en lo aborrascado del panorama al tanteo avanzamos, a la pura adivinanza, a lo milagrero algunos, y todos al filo de la navaja viral, según los informadores. Y qué hacer.

Por lo pronto, mis valedores, una dolencia ataca la ciudad: la halitosis. Porque las masas sociales…

(Mañana)

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