El Santo, mis valedores. Extemporáneo y rabón por achaques de espacio, va aquí, para todos ustedes, el retablillo anual que dedico a la memoria de ese Santo de la santería popular que parió, creó y crió la imaginería de las masas populares, y que permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de esas vetustas películas que exhuma el cinescopio. Porque vivo está, redivivo en la conciencia colectiva a contracorriente del tiempo que todo lo borra. El Santo, El Enmascarado de Plata. Fue un día cinco de febrero de hace 27 años, me acuerdo…
Otro día el paisanaje amanecía huérfano porque, de repente, se le fue el Santo al cielo, el Santo de su devoción, El Enmascarado de Plata. Qué tiempos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos, que no es lo mismo El Santo que 27 años después. Yo, al recuerdo del símbolo popular, le entono mi endecha anual, y así clamo a la memoria del que se nos fue El Santo al cielo:
Santo, Santo, Santo señor de los cuadriláteros, Santo Enmascarado de Plata, de rogamos, óyenos. Sanchopancesco quijote de máscara y capa cirquera: ahí donde ahora tomas resuello tras de caer vencido en la rigurosa lucha a una sola caída y sin límite de tiempo, escucha a tus devotos, los que acá quedamos. Esto te lo digo porque eres el Santo tutelar de la fanaticada de todas las arenas del barrio, donde se creyó y se cree en ti y en ti se confía como nunca en ninguno de esos luchadores rudos, villanos del golpe bajo, la trampa y el costalazo, que han dejado memoria ingrata en esa arena que se nombra “México”. Y ahora esa manga de beatos mediocres que se arriman a la advocación de Felipe del sagrado corazón de Jesús… Macabro.
Esto te lo digo, Santo, por lo que en mi gente eres de ánima y estilo, de amalgama e identidad, contraseña y memoria colectiva; porque mueres al modo del purulentillo del panteón náhuatl, requemado en la hornaza para revivir Quinto Sol, símbolo y Santo de la santería popular. Porque a tu advocación se arriman ésos a los que dejaste solos y huérfanos porque se quedan sin Santo y seña. Desde el cuadrilátero al que hayas ido a parar mira por nos; por la desfalleciente esperanza de esa fanaticada que acá se queda luchando día con día en este encuentro desigual a cotidianas caídas que tiene sentenciado a perder con los rudos del costalazo por las malas artes de árbitros vendidos, cuando no comprados. Mira por ellos que, siempre perdidosos y patéticos héroes por delegación, de tus triunfos sacaban los suyos y el desquite contra los rudos, esos del negocio de la política y de la política del negocio que me tienen al paisa con la espalda en la lona. Santo señor de la menesterosa esperanza en esta arena que se nombra México: tu capa y tu máscara fueron y en olor de leyenda lo son todavía, la materialización lentejuelera del heroísmo y la honestidad, el valimiento de desprotegidos y el triunfo del bien sobre el mal, símbolo populachero de la Justicia, acá donde Justicia no existe para el respetable más que en el pregón de los gritones del cuadrilátero. Nos la nombran, sí; nos la cantan, nos la predican, nos la mientan a cada rato. ¿Y..?
Santo: tú que en gallardas contiendas desenmascaraste a tantos, ¿y a ésos cuando, Santo señor? Te rogamos, óyenos a los que en lugar de asumir, preferimos seguir delegando; en mesías, en “impuestos”, en “espurios”. Mis valedores: quedo a deberles la continuación de esta endecha anual que entono en honor de El Santo, Enmascarado de Plata. (A su memoria.)