Navidad y Año Nuevo, mis valedores, se nos fugaron para nunca más. ¿Cómo festejaron ustedes las tales fechas? Para la grey católica (la inmensa mayoría de mexicanos) el rito de la Natividad de Jesús tuvo que ser, de acuerdo a su fe y sus creencias, una celebración encuadrada en la liturgia religiosa, porque de otra manera semejantes católicos no habrán pasado de ser unos tartufos, simuladores y gesticuladores que convirtieron la llegada del Cristo en no más que una fiesta pagana, sólo una ocasión para beber y engullir hasta límites del desarreglo estomacal. Porque, mis valedores, somos o no somos. Sin más. ¿Somos de esencia o tan sólo de apariencia; de forma, pero no de fondo? La respuesta, a cargo de ustedes.
En fin, que para algunos esta de la pasada Navidad fue noche a la medida para empantanar de alcohol el espíritu, situación que hubo de prolongarse en la festividad de Año Nuevo. Esos fueron los días en que se hubo de afianzar y extender entre los jóvenes, ellas y ellos, el hábito pernicioso del alcoholismo. Y es que para nosotros, lástima, cualquier celebración cívica, familiar, cultural o de índole religiosa, resulta un buen pretexto para acudir al licor: el bautizo, la primera comunión, los quince años, el día onomástico, el casamiento, el velorio, todos. No, y la celebración del Santo Patrono, y la Feria Internacional del Caballo en Texcoco, la de San Marcos en Aguascalientes, el Cervantino en la ciudad de Guanajuato, y la noche del Grito, el Desfile, el Día del Niño y el Día las Madres, fiestas todas ellas que se han convertido en borracheras descomunales en las que el protagonista e invitado indiscutible es el licor en todas sus variedades: desde el whisky y la ginebra hasta el tequila y el mezcal. Salucita.
Y por si no fuera bastante el achaque del licor, uno más, tenebroso, para los pobres de espíritu: estos días son ocasión para la subcultura de la superstición, para la abyecta industria de la superchería y la engañifa que en los días de crisis y en los del fin de año medra con la debilidad de esos espíritus encanijados. Ahora mismo florece la industria de charlatanes, brujas y brujos, augures, zahoríes, y el falso adivino, los embusteros del arcano y los arúspices de la irracionalidad; es ahora cuando se vive de lleno la época de oro de pícaros peritos del fraude y de la engañifa de cándidos, de ignorantes y desprotegidos, tan escasos de bienes terrenales como de espíritu. Suerte, amor, fortuna económica, sanación de toda suerte, mala suerte, de enfermedades. Y acudir al chamán y al adivino, al augur y el santón vividor y embustero. Y a retirarte la salación…
Pero también el oráculo frente al arcano. La inquietud del humano por columbrar el futuro lleva a ansiosos y compulsivos a la insensatez de interrogar al tarot, la lectura del café y de la mano, la bola de cristal y el horóscopo. Es entonces la hora del brujo, el adivino y toda la ralea de oficiantes de la esperpéntica industria de la superchería que medra con la ignorancia del inmaduro, el esperanzado (esperanza irracional) y el pobre de espíritu y de dineros. Y entonces, por conjurar las malas influencias y tornar propicias las fuerzas astrales, guárdate este amuleto, y cuélgate el talismán, y ejecuta este ritual, y compra (en mi establecimiento, puntualiza la “bruja blanca”) la vela, el aceite milagroso, la piedra imán. ¿Que nos depara el futuro, mis valedores? ¿Con Calderón? ¿No lo imaginan? ¿Con ese señor en Los Pinos? (Sigo después.)