Desgraciados, madre patria

Aquí finaliza el recado que envié a mis amigos guatemaltecos cuando en plena dictadura militar envidiaban nuestros gobiernos civiles.

Marucha y Virgilio, ¿recuerdan? En el recinto oloroso a maderas donde nos leímos poemas tronaron ráfagas de metralleta. En voz baja, doloridos de la guerrilla y el gobierno militar:

– Cuándo tendremos un gobierno civil, como ustedes.

Lo tuvieron. Fue presidente un Cerezo civil de frutal apellido. Yo, no por aguarles el tinto sino por un impulso de amistad,  desde aquí les envié aquel recado:

“Felicidades. Atrás han quedado, ojalá que para siempre, la bota y el espadón cuartelero. Seguro estoy de que ustedes, a solas en aquel cuarto que huele a maderas, a estas horas brindarán con tinto y alzarán la voz y la copa en honor del gobierno civil como en México

Felicidades, pues, pero un momento, no alzar la copa todavía, no iniciar ese brindis. Aguarden, amigos, que acabo de leer el primer discurso del primer gobernante civil:

Mi administración sucederá a varios regímenes de derecha que en el último siglo gobernaron en beneficio de los poderes económicos y en perjuicio de la mayoría de la población pobre.

“Oiganme, que algo debo y quiero decirles. El de Cerezo sería una pieza oratoria redonda, de mucha sonoridad, porque de los presidentes es, si no otra ninguna, la gracia de la retórica, de los discursos grandilocuentes. El de la toma de posesión sería altisonante, garapiñado de esos vocablos que le dan sabor: derechos humanos, justicia social, hacer más por los que menos tienen,  y así seguiría la diarrea de promesas y vocablos domingueros (tú, Virgilio, ya habrás descorchado la segunda de tinto.)

¿Cerezo les prometió que los crímenes del pasado no quedarían impunes? ¿Pactos de solidaridad, enciclomedias, seguro popular, empleos, en fin?

Al llegar a este punto el discurso provocará la diarrea de aplausos de una claque política rastrera y servil. ¿Que cómo lo adiviné? ¿Intuición mía? Experiencia, sin más.  Yo habito en la entraña de un gobierno civil, donde a las masas siempre me les han embombillado, como supositorios, discursos de ese jaez. Que si arriba y adelante, que si la solución somos todos,  renovación moral, les voy a dar en toda su mother-nización, para el bienestar de la familia, un voto útil para el “cambio”, “presidente del empleo” y cuidado con ese que es un peligro para México. Ah, demagogos. Ah, Guatemala. Ah, México…

Marucha, Virgilio: en mi país, más allá de las promesas embusteras, a cada ascenso presidencial corresponde un ascenso en los precios de la canasta básica y una desilusión de los cándidos, que cada seis años esperan una vez más, contra toda esperanza. Marucha, Virgilio: ya conocen a estas horas el rigor de los licenciados; ya probaron la distancia que va de su verba salivosa a la acción. Guatemala y su mellizo del norte son vidas paralelas y un destino común de pueblos sometidos porque se niegan a pensar, a ejercitar la autocrítica, a organizarse no en muchedumbres sino en comités ciudadanos autogestivos para así, con la ley en la mano, darnos ese gobierno que mande obedeciendo. Pero no, nosotros, a ¡e-xi-gir! a ésos. Lóbrego.

Y ahora, de repente, el horror: ¡Otto Pérez! En la Guatemala dulce y sombría de los héroes civiles sacrificados, ¡el regreso al gobierno del espadón y la bota cuartelera! Clama el poeta:

Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados – Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte…”

Pero ánimo, que amanecerá. Vale, pues. (México.)

 

Destierro, encierro, entierro

Fue hace apenas algunos años. Para la Guatemala dulce y sombría de los poetas y héroes civiles (Otto René Castillo,  Lía Cardoza y su marido escritor y tantos más embozados con nombres de combate) terminaban los tiempos feroces de la dictadura militar. Con un Cerezo Arévalo trepando las escaleras del palacio nacional se iniciaba la era de los gobiernos civiles. Poco duró el gusto a los hermanos chapines, al parecer. Después de Alvaro Colom ahí prepara su arribo al sillón del gobierno un Otto Pérez, bota y espadón militar. Guatemala.

Yo estuve en aquella ciudad capital durante los tétricos años del cuartel y la mazmorra castrense. Hice, de amigos, a una pareja de escritores, ella y él. Después de una tarde de charla, tinto y café, yo ya de regreso en mi tierra, les envié este mensaje:

Marucha y Virgilio, amigos ausentes: sea este un a modo de mensaje del náufrago que ustedes encuentran extraviado en la playa, y que en leyéndolo recuerden de golpe al fuereño aquel que de visita en su tierra, en la fugacidad de un par de horas fue amigo de ustedes, estudiantes de la Universidad de San Carlos. ¿Se acuerdan? En el forastero identificaron al fabulador de relatos  y novelas de fantasmagorías, como aquel Bramadero, una Malafortuna de muertos resucitados y aeroplanos antediluvianos, y una cierta Trasterra que… Sí, lo real maravilloso, que dijo Carpentier el cubano.

De llegarles el mensaje recordarán el café, el tinto y aquel poema que me ofertaron mientras hablábamos de verso libre y alejandrinos. De repente, ¿se acuerdan?, en la quietud de Guatemala (“donde se oye cuando una garza cambia de pie”,que dijera Cardoza y Aragón) retembló aquella descarga de metralletas. La charla, a media voz, se empantanó en asuntos de guerrilla y dictadura militar. A ti, Virgilio, te oí aquella tristura:

– Cuándo será ese día en que nuestro país disfrute de un gobierno civil como el de ustedes, en México. Cuándo será ese cuando…

Y me interrogaban acerca del presidente de mi país; un licenciado Jerásimo, por supuesto. Es que eran los tiempos del PRI-Gobierno…

Qué tiempos. Reinaba entonces su graciosa majestad Echeverría Primero. Después vendría la alucinante danza de la(s) pompa(s) y circunstancias de Su Alteza Real JLP, y luego la sórdida galería de los mediocres cuanto rapaces vendepatrias, donde destacó Su Alteza Serenísima, uno chaparrito, peloncito, orejoncito, que con su voz de pito de calabaza se dirigía a sus súbditos:

“¡Compatriotas! ¡Liberalismo social! ¡Solidaridad! ¡Con el Tratado de Libre Comercio, directamente al Primer Mundo!” (Válgame.)

Tú, Marucha, el suspiro: “Cuándo tendremos en Guatemala un gobierno civil…” Y un trago al tinto. Al desgano, me acuerdo.

Yo, por no desilusionarlos, hermanos guatemaltecos, sofrené mi primer impulso: contarles eso en que los gobiernos civiles habían convertido los asuntos de mi país. Pero sí, años más tarde, por fin, llegaría para ustedes el turno del mandatario civil. Al tomar posesión de su cargo, el del frutal apellido (Cerezo) iba a clamar, índice en alto, las promesas del consabido catálogo: “¡Compatriotas, mi gobierno retornará al camino de la democracia, la justicia social y el respeto irrestricto de los derechos humanos”. Perfecto.

Perfecto, sí, ¿pero dónde había yo escuchado esa promesa siempre incumplida? En fin. Ustedes, amigos guatemaltecos, contaban ya con su gobierno civil. Yo, entonces, conocedor del paño y escamado por la acción nefasta de unos gobiernos civiles… (El lunes.)