Periodistas

El pueblo no ejerce los derechos de soberano sino en las elecciones.

Tal afirmó a su hora don Joaquín Fernández de Lizardi, pero le faltó añadir que  el elegido del voto manda sin obedecer y el votante obedece sin mandar. Tal es la esencia de la «democracia representativa». El Pensador.

Todos los campos de la expresión escrita dominó el personaje: el periodismo, su genuina vocación,  y la sátira, la versificación, el drama y esa novela en donde crea, para ejemplificación y reflexiones morales un personaje inmortal: El Periquillo Sarniento, flor y espejo de la picardía y desenfadado lenguaje de calambures y doble sentido que a todos nos resultaría familiar si en este país se acostumbrase la lectura. Lizardi dejó la obra de intención didáctica y de ejemplaridad, visión esperpéntica con la que ponía en evidencia las desmesuras y los desafueros de su tiempo, esas que perpetraban  las autoridades civiles, el clero y los militares de aquel entonces. ¿Y los de hoy?

Por cuanto al grado de heroicidad que suponía el oficio de periodista en los tiempos aciagos del porfirismo ese fue el sello de identidad de Lizardi: censura y prisión, persecuciones y agobios económicos, y vuelta a empezar, algo lógico para un periodista de su trascendencia y valor personal en el gobierno de Díaz.

¿Por qué Lizardi caía en prisión? Por sátiras que describen el México de principios del siglo XIX. ¿Distinto al México actual? ¿Qué tan distinto?

“Nada falta a tu dicha, patria mía, – Tienes frailes, langosta, policía, – Puertos sin naves, tropas sin calzones, – Caminos solitarios con ladrones, – Siempre apretada tu tesorería, -Partidos y colores a porfía, – Papel que vale menos, aunque debe, – Un rey que lo conoce y no se atreve, – Faltaba un año santo: en este día, – ¡Bendito Dios!, el Papa nos lo envía…»

Y qué vigencia mantienen las reflexiones que Lizardi nos legó en los periódicos más o menos efímeros que fundó a lo largo de su ejercicio periodístico. Por este párrafo pueden juzgarse:

Compárese los males que pueden sobrevivir a la República, entre que se anulasen las elecciones y los que le vendrían con algunos diputados elegidos por tramoya, esto es, que no merezcan serlo. En el primer caso se mina la soberanía de la nación. En el segundo nada se pierde con seis u ocho representantes ineptos, sino diez y ocho o veinte y cuatro mil pesos anuales…

Y cuánto de humano, cuánto de aleccionador y de melancólico se trasmina en la nota que redactó el periodista cuando tuvo que dar por muerta la publicación del Correo Semanario de México. La nota la tituló Despedida, y a la letra dice:

“La escasez de subscriptores, que no proporciona que se costee este periódicos, y mis graves enfermedades, no me permiten continuarlo. Doy gracias a los señores subscriptores que han tenido la bondad de favorecemos hasta el final, suplicándoles dispensen las erratas, dilaciones y otros defectos que no he podido evitar.

A los señores subscriptores que aún restan algunos piquitos, suplicamos proporcionen su remisión, pues no habiéndose costeado el periódico, claro es que nuestro bolsillo debe pagar lo que falte.-México, 4 de mayo de 1827″.

Y a propósito: ¿hoy día cuántos periodistas comparten las penurias de El Pensador?  ¿Cuántos de esos que a estas horas enfervorizan a las masas sociales para que se interesen en sufragar viajan desde su mansión – chofer, guardaespaldas- hasta la oficina del diario o estación de radio o  de TV? ¿Cuántos? México.

Benemérito, El Pensador.  (A su memoria.)

Periodista, fabulista, héroe civil

¿No advertís que aunque yo muera jamás faltarán escritores instruidos y resueltos que continuarán combatiendo los abusos..?

El Pensador Mexicano, mis valedores.  A él he de referirme esta vez; a su obra magnífica. El héroe civil fue el primer fabulador que parió nuestro Nuevo Mundo, si hacemos de lado a don Fernando de Alba Ixtlixóchitl y algunos más que nacieron al arrimo de frailes y conquistadores. Lizardi dedicó su vida a la denuncia de vicios y corruptelas de un México que se asomaba a la independencia. Periodista por vocación, fue al propio tiempo novelista y dramaturgo, y por necesidad de expresión, versificador. Admirable.

Admirable, sí, por su vida y obra como liberal, moralista y filósofo, que ejerció actividades lo mismo de educador que de satírico e intelectual. Pero El Pensador fue, antes que nada, varón de virtudes que a golpes de denuncia pública defendió sus ideales, formuló sus cuestionamientos y difundió su verdad por todos los medios a su alcance: la novela, el ensayo, el libelo, la farsa, el artículo, la versificación. Lizardi, creador del inmortal Periquillo Sarniento. Los mexicanos no lo han leído porque los mexicanos no leen. Punto.

Qué diferente contraste hace lo que el lector ha leído, escrito en España bajo un sistema monárquico, y lo que ve en México acerca de la libertad de imprenta, bajo un sistema republicano.

La historia pública del Pensador arranca de 1811, cuando a los 34 años de su edad se mete de lleno a la difusión de las ideas, así en los campos del periodismo como en los de la ficción, y en esa suerte de volandera mercadería que fueron las hojas sueltas en donde se desbalagaban rumbo a todos los rumbos sus sátiras, invenciones y arengas; sus denuncias y reclamos a favor de la moral y las buenas costumbres; hojas que se leían en callejas y plazas públicas, en la posada, el figón, el camino real, y que prefiguraban esa literatura que, peripecias históricas más adelante, soltarían las prensas de Venegas Arroyo para difundir las calaveras de Posada y aquella levantisca literatura que ayudó a desmoronar la vera efigie de Porfirio Díaz. Tales hojas difundieron la cultura popular en la forma del corrido que iba a perpetuar las hazañas del arriscado y el valentón, y la jácara y los lances de amor. Soberbio.

Hace la discordia tanto daño en el cuerpo político como las contagiosas en el físico.

No fueron propicias las circunstancias donde se vino a delinear el primer gran mural de la vida y las costumbres del México que nació a la vida independiente, mural que El Pensador fue realizando con lenguaje de típica y acendrada raigambre popular, con la fiel recreación de tipos de la mejor tradición picaresca derivada de la española –Guzmán de Alfarache y compinches magníficos-, tales como el tahúr y el sacármelas, el recuero y el coime, el bandido y el matasiete. Y aquellos los escenarios de la picardía lizardiana: el calabozo, el mesón, la mancebía y demás universidades del crimen y la vida arrastrada.

Fernández de Lizardi lanza a la vida pública el primer ejemplar de El Pensador Mexicano en octubre de 1812, donde vacía sus primeros ejercicios periodísticos y comienza a ejercitar la denuncia pública, con el resultado normal para aquellos tiempos calamitosos: el editor y articulista fue a pagar con cárcel su oficio arriesgado, y de entonces vendría a derivarse un modo de ser, un estilo de vida que marcaría la existencia de El Pensador, hasta el día en que llegó la tuberculosis, y detrás la muerte. (Sigo mañana.)