Holocausto

Marcelo Ebrard esta vez. El jefe de gobierno del DDF y los corralones  (¿de su propiedad?) donde va a caer el vehículo al que pescaron descuidado. Mi volks. fue uno de ellos. Ayer mismo corrí a pagar una fianza altísima y logré liberarlo de esa prisión de alta seguridad que es el corralón. Amarga la boca, desparramada una bilis negra y bebiendo una de valeriana para amansar  el cableado nervioso, dejé  el volks. reponiéndose en la cochera (ya con antecedentes penales, fichado y con su expediente abierto) e inicié el ejercicio de un inútil onanismo mental. Don Marcelo:

¿Ha leído El Proceso, de Kafka? Peor es la burocracia con que se manejas los corralones. ¿Ha visto en una película esa fila de prisioneros judíos a los que (desnudos, un jabón en la mano) encerraban en galerones con duchas que soltaban  gas venenoso? Lo que no ha visto, o tiene de piedra el corazón, es esa fila de desesperados que avanzan a dos, tres por hora rumbo a la covacha donde se atejona un blue demon para arrebatarnos la fianza con qué sacar un ánima del purgatorio. Anima de cuatro ruedas.  Señor:

¿Un solo cobrador? ¿Un solitario blue demon atejonado en aquella covacha ya oscura al punto del mediodía, cuando la cola avanza a dos, tres víctimas por hora, bajo el rayo del sol? ¿No alcanza el presupuesto para conchavarse uno más, encuevarlo en otro cuartucho y que de manera menos tardada (menos abominable) nos hiciera pagar lo que no debemos? ¿Nuestros impuestos, 18 o 20 mil millones con los que le hacen propaganda al valido de los dos Salinas, el orejón y el de lentes, no alcanzan para un verdugo más? (Aquel jovencillo que no alcanzó a cubrir el total de la fianza: «¿Puedo mirar mi moto?» «Pero no se le arrime demasiado, jovenazo».  De lejos la contemplaba, y lo que es el amor: a un lado dos motos grandes,  potentes, pero para él su motoneta era el más hermoso adorno de un lóbrego corralón.). Y la viva metáfora de la burocracia, señor Casaubón:

La joven que recibió mis originales y les sacó copias me veía la cara, miraba la foto, me volvía a mirar («¿le cái que es usté? Se ve rete cachetiado, qué distinto en la foto». «Es que me la tomé ya hace un par de semanas»); ella hacía su labor en una silla de ruedas mientras que acá, a la intemperie, una treintena  de víctimas me antecedía y otra treintena sentía yo detrás de la cola, qué feo se oyó. Con cada víctima se tardaba el blue demon el tanto de 20, 30 minutos; y en la cola, señor Casaubón,  aguardaban mujeres con sus criaturas, mujeres  embarazadas, un hijo con la madre llorando a lágrima viva (era al revés). Una guera robusta, único ser que protestaba:

– ¡Ya mero me exigen  mi acta de defunción!

– Con dos copias, señito -el blue demon, alzada la visera del casco. Y el de la fila: «Eso,  si no  alcanza a llegar con vida hasta la puerta del cobrador».

Yo, como los demás aguantando a pie firme, pero como los demás  ya aflojando el derecho, que la pierna se me acalambró, ya el izquierdo, en el que comencé a perder sensibilidad. Me recargaba en la pared, intentaba ponerme en cuclillas, agitaba esta zanca, no fuera la gangrena. Observé a la señora que, acá bajita la voz, con el rosario en la mano imploraba el milagro de que avanzara la cola. Y la media tarde, con un firmamento que amenazaba lluvia…

Un tejabán, señor jefe del DDF. Unas cuantas butacas, unas bancas de madera, unos tabicones que sirvan de asiento a quienes miré a punto del desmayo. Los niños, señor, las criaturas…

(Más de la atrocidad, un día de estos.)