“¡Pues que los maten!”

La masacre de Acteal, mis valedores, y por que no se nos muera la memoria histórica, aquí un esbozo de aquello, atroz, que se perpetró un 22 de diciembre de 1997 en la comunidad de Las Abejas, Acteal, municipio chiapaneco de Chenalhó, donde paramilitares priístas asesinaron a 9 varones, 15 niños y 21 mujeres, cuatro de ellas embarazadas.

Hablaban los noticieros de muertos a machetazos y pedradas, cosa de indios salvajes. “Falso, afirma el periodista Hermann Bellinghausen. El trabajo de exterminio fue eficiente, y a su manera, limpio”. Esa matanza no fue espontánea, que en la conciencia colectiva se vino preparando desde tiempo atrás, para que se aceptaran con naturalidad aberraciones como esta de un Luis Enrique Grajeda, entonces director del Centro Patronal de Nuevo León:

En Chiapas deben ser desarmados los grupos paramilitares y zapatistas sin importar que mueran miles de personas, pues su presencia ha dañado seriamente el prestigio internacional de México y propiciado que se vaya un mundo de dinero de inversión extranjera a otros países. Si se van a morir miles de gentes, que se mueran. De adoptarse esa decisión no habrá ningún riesgo para la población civil. Que salgan de Chiapas los que así lo deseen, para que cuando se entre con todo el ejército en Chiapas se actúe contra quien se tenga que actuar. Si se van a morir ahí miles de gentes, pues que se mueran, pero están afectándonos muy seriamente en las relaciones internacionales, en nuestro prestigio internacional, en la cuestión de inversión extranjera. ¡Se está yendo un mundo de inversión extranjera a Venezuela y Brasil! (Delirante.)

Una vez perpetrada la carnicería, la organización Las Abejas, de la que formaban parte las víctimas, denunció que el presidente priísta de Chenalhó “se ha dedicado a organizar a los grupos paramilitares y obligan a las comunidades a cooperar económicamente para liberar a los presos y apoyar la cancelación de las órdenes de aprehensión liberadas contra los autores de la masacre. Así provoca más conflictos y división entre las comunidades, y luego nos culpa de lo que él mismo está provocando”.

Que la memoria histórica no se nos diluya: “En los lugares donde ha estado la muerte se siente su fuerte presencia. Aquí acaba de suceder la mayor masacre de mujeres y niños en la historia moderna de México. En esta hondonada rota, surcada de huipiles ensangrentados y toda la destrucción de una horda, apenas antier se asentaba un campamento de 350 refugiados. Sus casas, antes de ser destruidas, quedaban en Quextic, barrio de Chimix. Hasta hace un mes. Los hoy muertos y heridos se encontraban rezando a orillas de Acteal. Estaban orando. Así, de rodillas, desde cerros circundantes los tomaron por la espalda los disparos de armas de alto poder. Y así  se fueron muriendo hasta sumar cuarenta y cinco.

Una mujer aprieta entre las dos manos el blanco rebozo ensangrentado de su hija Susana, muerta. Un hombre habla sollozante. Se murieron en la balacera todos sus hijos y un nieto. «Perdió 6 de su familia»: el traductor.

Rosa Gómez estaba embarazada cuando cayó moribunda en la explanada del campamento. Sus asesinos llegaron hasta ella para rematarla. Y uno de ellos, “con un cuchillo –relata un testigo y hace un ademán de puñalada que inmediatamente reprime con un temblor-, le sacó su niño y lo tiró allí nomás”.

¿Sobre la masacre de feligreses qué dijo Norberto Rivera? ¿Qué el alto clero católico, que no, por cierto, cristiano? Dios…

Es Acteal. Es la justicia. Es México. (Este país.)

 

Aleluya

(Para todos ustedes, a modo de rito anual, el presente retablillo navideño.)

– Por fin has vuelto, José. Toma mis manos…

Sobre la paja, María la doncella se cimbra a los espasmos de las entrañas, tiritando al viento decembrino que se cuela por entre las piedras mal asentadas. Belén.

– Cuánto tardaste, José…

– Perdonarás la tardanza, mujer. Los pies se me fatigaron  buscando en el tianguis objetos exóticos:  el arbolillo de Navidad,  musgo y escarcha, luces y esferas. Los ojos se me iban tras de confites y canelones, y cacahuates y colación, y un par de regalitos, el tuyo y el del que está por llegar. Pero María, si hubieses visto los precios. ¿Pues a qué ciudad de rapaces hemos venido a parar? ¿En manos de qué mercachifles vino a caer el misterio santo de la Navidad? ¡Precios en dólares, moneda nacional de este desdichado país!

– Siéntate aquí. Pon mi cabeza en tu pecho, tú que aguardas con júbilo la llegada de Jesús.

– ¿Por quién, si no por ustedes dos, intenté entibiar este pesebre? Por ti, María; por él, para que no se hiciera una idea demasiado lóbrega de esta que vendrá a ser su tierra hasta el día del Carmelo.

– El frío para las carnes desnudas del que está por llegar.

– Y ni cómo proporcionarle una chispa de calor. No en esta ciudad.

– Pon aquí tu mano. ¿Sientes la llegada del Niño? ¡Está por llegar! Creo que voy a gritar un poco. Quedo…

– Animo, aprieta mi mano, resuella hondo, llámalo por su nombre.

Jesús, Unigénito…

– Y ni para un pobre nacimiento pudieron alcanzar los dineros. ¿Pues qué fue de Galilea, que así se ha dejado absorber por el Imperio Romano? ¿Qué ralea de desnaturalizados es esta, que así han vendido o dejado que les enajenen su tierra? Dios…

– ¡Jesús, Jesusillo, ven con los tuyos! Allá en las alturas,  suspensa en ese raigón de cielo, la estrella del Oriente aguarda por ti, y por ti tronos y potestades afinan arpas y cítaras. Ven, y en tu busca llegarán los cristianos a la gloria de Dios.

– No, María, de los “cristianos” ya nada esperes. Entre ellos el espíritu de la Navidad se ha trocado en el espíritu del vino. Con los vapores vinosos qué puede interesarles un simple recién nacido entre paja y pasturas de un pesebre de Belén.

– ¡Ya llega, José! ¡Ya el Ungido se acerca!

– Mira a lo lejos el reguero de luces: Belén. Música, luz, alegría (embotellada). Una piquera estallante de alcoholizados.   ¿Valdrá Galilea  una gota de tu sangre, Jesús?

– Está por llegar. Ya llega. Siento que toda mi carne se transfigura…

– Ya los cielos afinan celestas y virginales y flautas dulces. Arcángeles y serafines se aprestan a entonar la gloria del que se desasosiega en tu vientre; del León de Judá, que viene a instaurar en las Galileas de este mundo la Palabra Nuevay el amor de todos por y para todos. ¡Hosanna en las alturas!

– Ah, los desgarramientos…

– Animo, María, respira hondo, llámalo por su nombre, ayúdalo a bien nacer como a bien morir habrás de ayudarlo.

Jesús, hijo, pequeñín. ¡Hijo del Hombre! ¡Jesús..!

¡Cristo ha nacido! ¡Aleluya! ¡Dios con nosotros! Y el milagro: ¿los oyes? Por los caminos resuenan los guaraches de pastores y rabadanes, y vagamundos y trashumantes. ¡Vienen a la adoración!

– Por qué tan pronto esas lágrimas, Niño…

– Reposa, que él ya está contigo. Ya paren los cielos, y la tierra se cimbra en estremecimientos. ¡Gloria al Recién Nacido que arrullas entre tus brazos! Anda, María, ábrete la túnica y dale de tu leche, que Dios el Niño comienza a llorar…

Acteal

(Por que no se nos muera la memoria histórica.)

Fue el 23 de diciembre del 97 cuando Acteal amaneció grifo de cadáveres. A la vista del almácigo de víctimas de paramilitares priístas se alzó la palabra viva del profeta Samuel Ruiz, que en su Carta Pastoral de Navidad clamó, y muy pocos lo escucharon (no la justicia ni el alto clero católico):

“Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contexto trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecución y exilio, y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chelalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido, el nacimiento de nuestra carne del Verbo de Dios, irrumpe en medio de la más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luctuosa. No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muertos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denunciado a las autoridades que lo podían haber frenado con anterioridad a este indignante desenlace.

Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso acontecimiento un verdadero crimen contra la humanidad: el hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, armados, contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados; que ese grupo victimado (“Las Abejas”) sea uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecución de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado hasta el punto de ser obligados a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se encontraban ya en calidad de desplazados; el hecho de que el ataque se haya verificado en el momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, orando por la paz; y seguramente orando por quienes les perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas.

¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que habían estado cerradas y ocupadas por grupos armados de civiles y de policías, en una ermita de Los Altos hayan sido masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la violencia. ¡Y para este pueblo tan hondamente religioso! Toda la tradición judeo-cristiana de que los templos son Santuarios para los perseguidos, aquí ha sido pisoteada. A muy temprana hora de hoy  las autoridades del estado han ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios. Ello es un agravio más a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:

– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos. No dejen que se los lleven!

Quien conoce el alma indígena sabe hasta qué punto es existencialmente indispensable hacer el duelo, llorar a los muertos. ¿Será que hasta ese consuelo les van a quitar? Sólo la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera.  Esta, y no la de la sociedad de consumo es la que permite entender el misterio de la Encarnación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor…

Cuánto trabajo nos cuesta, en este momento, decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Niño nace muerto”.

El resto es silencio. (Acteal.)

El poeta y su gloria

Atabales tocan – en Belén, pastor -trompeticas suenan – alégrame el son.

La  Navidad, mis valedores, vale decir: la unción, devoción y recogimiento de todo católico, o el tal  no pasa de gesticulador. Yo, por ponerme a tono con la festividad, busqué la literatura alusiva, y ya todo autor, todo villancico con que me topaba, era ya del conocimiento general. Insistí, y rastrillando en mi biblioteca me fui a encontrar los villancicos, frescos y olorosos a pan de flor, del Romancero espiritual que escribiera ya va para cuatro siglos José de Valdivielso, clérigo poeta que en pleno Renacimiento tomó vinos viejos y los vació en odres nuevos para sus tiempo, como para el nuestro también.  Mis valedores: ¿lo conocen ustedes, lo habrán leído? ¿No..?

Van aquí, como vía de presentación, algunas reflexiones en torno a la vida y obra de uno de Valdivielso, uno de los más significativos cantores del Recién Nacido, que ha conocido la Cristiandad. De inicio tomo estas líneas sin firma, que afirman: “La  ternura fue su fuerte. Muy a su gusto se le siente en la evocación de escenas humildes y divinas personas, Jesús, María y José. Familiar con la que fuera sagrada, infantil hasta la ingenuidad. Delicado, tierno, con sus representaciones dramáticas contribuyó, y no poco, a la maduración del auto sacramental”. Que para su obra se basa, como Lope y varios más, en aires populares de vivísima gracia, de gracia divina y de muy humanos motivos emotivos y airosos. El donaire, vuelo y revuelo que las aviva, su alegre festividad, son animado prodigio, fabuloso juego de ritmos y variaciones métricas. “Seguro, atinado,  cierto, certero, dio en el blanco al ir a dar en la blancura de la Eucaristía.

Al lavadero del río – lleva el pastor montañez –  al Cordero que nació – a media noche, en Belén – Recental de la Cordera – a quien el zagal Gabriel – vino a visitar un día – por escogida del Rey.

De este modo el poeta expresa su ingenua ternura al Recién Parido en villancicos que saben a gloria, oro en los versos del Siglo de Oro, que se expresan con el sentir de entonces, dando a Dios lo que es del pueblo, el granito de sal, mucho de ingenuidad y algo de campechanía. Se dijera que ambos, poeta y Galán divino, fueron conocidos desde un remoto más allá, carne y uña con su amor antiguo, de tan a la buena de Dios que se tratan.

Pero volviendo a la poesía religiosa, mis valedores: bueno será traer aquí algunos de los villancicos que escribiera José de Valdivielso, poeta clérigo, recoleto y menor. ¿El tema? Un pesebre, claro, y una noche estrellera, el vaho de los  animales y los lloros de un recién nacido que andando el  tiempo llegaría a coronar con  dos maderos atravesados el Monte Carmelo.

José de Valdivielso,  cantor del Recién Parido, a quien se vive cortejando de mil y una formas, poéticas todas ellas, y al que agasaja con galanuras y airosos epítetos; aquí le nombra galán repulido y allá pan de flor. Hoy lo ensalza de recental y mañana le dirá lirio oloroso, y así a lo largo y ancho de su poesía de amoroso cantor del Niño, del Niño Dios. Así expresaba su delicado amor un poeta que fue, al par que canónigo de alguna de las tantas catedrales que erigió en Toledo la devoción de los siglos XVI y XVII, amigo y valedor de Cervantes y Lope, por más que sospecho que de este último sólo en lo que pudo caber, dada la condición arrebatada y tornadiza que dicen que tenía el Fénix de los ingenios.

Las sienes coronadas de espigas de trigo – entre ellas mezclando olorosos lirios.

(Y la paz.)

¡Y llegó Peña!

¿Quebrado PEMEX? “No, por supuesto”, respondía en el 2008 Francisco Rojas, ex-director de la paraestatal: “El asunto de la falta de recursos es simplemente un argumento falaz, que no se sostiene por ningún lado. Hay recursos suficientes para poder invertir en PEMEX, y una vez que se invierta habrá más ingresos”.

Pero tenía que seguir el proceso de una privatización que remataría Peña. Desde 1999  José Angel Gurría,  por aquel entonces secretario de Hacienda: “El gobierno de mi país deberá hacer a un lado la venta de (…) petroquímicas y enfocar su objetivo en la reforma constitucional para permitir la inversión privada en el sector eléctrico”.

El senador Manuel Bartlett: “Estoy en contra de modificar las leyes secundarias en materia energética. Lo  que se pretende es legalizar prácticas incorrectas. Las transnacionales ya están aquí, y lo que se busca con la reforma energética es legalizar lo que es un hecho”.

En 1996 Fidel Velázquez, líder de la CTM, reiteraba su rotunda oposición a la privatización disfrazada de PEMEX: “Violenta el estado de derecho”. Al día  siguiente  el presidente Ernesto Zedillo: “Los procesos de privatización que promueve mi gobierno en áreas como ferrocarriles, telecomunicaciones, gas natural, terminales aeroportuarias y petroquímica secundaria marchan de acuerdo con los tiempos previstos y en forma exitosa”.

Y entonces el reculón de Fidel: “En la privatización de la petroquímica secundaria no hay marcha atrás. El objetivo que el presidente Zedillo obtenga más recursos y cumpla los compromisos que tiene con los campesinos, los obreros y la gente desheredada de siempre«.

El petrolero Carlos Romero Deschamps: “El petróleo, sus productos, sus plantas, sus derivados, su industria, todo está a salvo gracias a la lección de democracia, patriotismo y sensibilidad del presidente Ernesto Zedillo. Puedo decir a los petroleros que los complejos se han salvado y seguirán en manos de sus legítimos dueños: los mexicanos”.

En el Reclusorio Preventivo Oriente, Joaquín Hernández Galicia: “La política privatizadora que comenzó con Miguel de la Madrid y siguió con Salinas no fue para beneficiar al país, sino a un determinado grupo. Yo vi las ganas de esos hombres de minimizar a PEMEX, vender muchas ramas, quitarnos los contratos no para licitarlos, sino para tener más ganancias. La política modernizadora no fue para beneficiar al país ni a los mexicanos, sino para mejorar a una familia y socios de ésta. Ellos no estaban de acuerdo con que las empresas fueran de la nación, y para hacerlas aparecer malas las quebraron reduciendo los presupuestos de las dependencias”.

Washington. Del memorándum de Zbigniew Brzezinski, consejero de EU. para Asuntos de Seguridad Nacional:

Debemos incluir las conversaciones sobre gas y petróleo dentro de una amplia agenda de cuestiones bilaterales, incluyendo la de los inmigrantes indocumentados. La clave para hacer avanzar las conversaciones bilaterales son los energéticos. Los mexicanos han dejado la puerta abierta. Nos toca a nosotros decidir si ya es tiempo de entrar o no”. San Diego, Calif., febrero del 2001. “G. W. Bush, podría ofrecer a México fondos para convertir a PEMEX en la mejor empresa petrolera del mundo. Si G. Bush padre proporcionó una ayuda similar a Carlos Salinas, el apoyo ahora tendría más razón, porque Bush hijo y Vicente Fox quieren integrar un acuerdo energético norteamericano.

Y el punto final. Categórico, G.W. Bush:

Necesitamos más energía. Así de simple.

¡Y entonces  que llega Peña! (México.)

 

Pragmáticos y claudicantes

El Perro, mis valedores. Así  se nombra el relato de un L. Turrent que hoy cobra requemante actualidad como elocuente metáfora de eso horroroso que se trama a estas horas en el pantanoso terreno de la politiquería, las traiciones y componendas, las claudicaciones y los turbios manejos del patrimonio nacional. Júzguenlo ustedes.

Soplaban los ventarrones de la Revolución. El militar villista era rudo,  áspero, insensible. Su contraparte, al contrario, un ser insignificante despreciado, infeliz. Era “El Perro”, como le apodaban, mote elocuente.

Y ocurrió  que al depreciado aquel le achacaron un crimen que no había cometido, y muy a la usanza “revolucionaria” ya lo iban a fusilar, y en un muro del camposanto le formaron el cuadro: “¡Preparen armas! ¡Apunten!”

¿Fusilar al pusilánime? Cómo, si no podían mantenerlo de pie. Un desmayo de ánimo, un desmayo de piernas, y aquel terror que acalambra y acogota al débil de espíritu y temple de jericalla. Un cobardón “El Perro”. El oficial de mando:

– ¡Párese, hijo de la tiznada! ¡Muera como los hombres!

Pero nada. Una vez más el terror, el desmayo, las convulsiones. Y lo que es el azar: el coronel que relata el suceso se enteró del incidente, acudió con los de turno y sin saber por qué rescató la vida del pusilánime.

No lo hubiera hecho: de ahí en adelante la sumisión absoluta del recién resucitado por el militar que, entre el desprecio y la lástima, le salvara la vida. El apocado se arrimó a la casa de su salvador y se dio a servirlo en todo y con todo, hasta granjearse el apodo de “El Perro”.

«Ahí lo tenía siempre, sus ojos humildes, fieles, puestos en mí. Me daban ganas de correrlo, de echarlo, tal como se hace con un perro de verdad, para que no siguiera cuidándome el sueño, pero él me seguía como mi sombra. Es repugnante que un hombre descienda a esos abismos de servilismo». (Tomar nota.)

De repente,  a deshoras de la noche:

– ¡Ahí vienen los carrancistas! ¡No podremos resistir!

Y la huída. Villistas y simpatizantes, por salvar la cuera (lo único con que pudieron huir), abandonaron el caserío tratando de ganar la sierra mientras los perseguían los primeros balazos. “No tuve tiempo de ensillar mi caballo. Iba a pie trepando cuestas, bordeando desfiladeros”. La luz del amanecer suponía nuevos peligros con los plomos silbándoles por los lomos.

De repente, el galope aquel. Nos parapetamos”.

Y ahí, ante el asombro de todos, en el caballo del coronel va apareciendo “El Perro”. “Las balas silbaban entre los árboles, pero iba yo sobre mi caballo. Detrás de mí, en ancas, mi sombra, aquel “Perro” que había cruzado las líneas enemigas entre los disparos de los carrancistas. Como montaba muy mal, se sujetaba en mis hombros con manos temblorosas. Muerto de miedo, como en el cementerio, cuando lo iban a fusilar. Corría mi caballo. Huíamos del peligro. Nada atendía sino esa fuga«. (¿Van tomando nota?)

Por fin. Ya estaban en la zona villista. El coronel detuvo su cabalgadura. “Sólo entonces miré, con asombro, aquellas manos lívidas, crispadas sobre mis hombros. Horriblemente crispadas”.

Y que al intentar volverse hacia el servicial éste resbaló y dio contra el suelo. Una bala destinada al coronel había sido absorbida por los lomos de “El Perro”. El militar lo llevó a sepultar al camposanto. “Pero la última visión que conservo de él: junto a un depósito de basura vi un perro muerto, de vientre inflado y patas encogidas, con unos ojos turbios tercamente fijos en la basura”.

Y ya. ¿La moraleja? (Piénsenlo.)

Cuando digo tu nombre…

A 30 años de la desaparición de Alaíde Foppa, traductora y feminista, poeta, y critica de arte, secuestrada en la ciudad de Guatemala el 19 de diciembre de 1980, los culpables del crimen permanecen impunes.

A Alaíde Foppa yo la conocí. Hoy me propongo traer hasta ustedes la memoria de la roqueña luchadora civil que vivió entre nosotros. Una luchadora de verdad, no “activista” ahijada al Sistema de poder. Luchadora por aquella su Guatemala secuestrada también, por cuyo rescate dio lo más valioso tenía, su propia vida. Alaíde Foppa.

Trasterrada de Guatemala por actividades en defensa de la mujer indígena, conmigo vino a compartir micrófonos y cabina de nuestra  Radio UNAM. Un día, de repente (la nostalgia de su tierra dulce y sombría, que dijera Cardoza y Aragón), se atrevió a retornar, de entrada por salida, a aquella su Guatemala tan apacible que “se oye cuando una garza cambia de pie”, pero trampa mortal para quien osara enfrentar a los Romeo Lucas García y congéneres de uniforme que por aquellos tiempos mal-gobernaban al país que es en tantos sentidos  hermano nuestro. A la luchadora civil la asesinaron aquellos por quienes clamó el poeta Otto René Castillo cuando en plena tortura iban a arrancarle la vida:

¡Ay, Guatemala, ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!

Fue en diciembre de hace ya treinta años, y como si fuese apenas ayer. En algún punto de la ciudad capital de Guatemala  Alaíde Foppa se disponía a abordar el automóvil cuando acribillaron a su chofer, y a ella se la llevaron para nunca más. De su paradero nunca nadie de sus conocidos volvería a saber, y hasta el día de hoy, cuando aquí, frente a todos ustedes, me he puesto a recordar a esa Hécuba de Guatemala: su temple, su mística, su heroicidad, y con ella la lucha, la cárcel y la sangre de sus familiares; de Alfonso Solórzano, el marido, del hijo Juan Pablo y de Mario tiempo después; de la propia luchadora civil. Alaíde Foppa.

De Alfonso y Juan Pablo yo poco sé. Por cuanto a Mario, de su muerte conozco las revelaciones de cierta asociación guatemalteca de periodistas democráticos, donde se asienta que  combinó la máquina de escribir y el libro con el fusil, y así hasta su muerte violenta. “Mario Solórzano murió asesinado. Nada se supo de su destino final porque el régimen de Romeo Lucas García ocultó la información por conveniencia política. Pero Mario Solórzano fue descubierto por las fuerzas represivas del régimen en un apartamento de la ciudad capital. Acorralado, sin oportunidad de escapatoria».

Tal es la seña de identidad de Alaíde y sus hijos, a tres de los cuales la dictadura forzó a convertirse en guerrilleros al igual que a los poetas e intelectuales Otto René Castillo, Rodrigo Asturias y Danilo Rodríguez, amigos míos de cuando erraban por estas tierras, exiliados.

Ay, Guatemala – cuando digo tu nombre retorno a la vida – Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.

Pero sí, hay seres que nunca mueren. Mario es uno de ellos,  y otros son Juan Pablo y la madre de héroes, ella misma heroína. Ellos nunca han de morir porque, tal como afirma  Ernesto Cardenal, poeta,  la hierba renace de los carbones – y el héroe nace cuando muere… Mientras tanto, mis valedores…

Hoy, acá, en el México de los exiliados guatemaltecos, algunos aún recordamos a la poeta y heroína de la cálida voz y, también, según la evoca A. Rossi, “aquel hermoso rostro melancólico de grandes ojos castaños que se iluminaban con su espléndida sonrisa y revelaban su luz interior”. Alaíde Foppa. (A su memoria.)

Ventosidades de la católica

Es madrugada de miércoles. La noche me la pasé sin dormir, y cómo, si  arriba del mundo estalla un millar de bombazos. No de cohetes aborígenes, que los conozco por su tono menor, sino importados, porque se trata de unas  bombas de alto poder que activan la alarma de los autos, revocan el mastique en los vidrios y fuerzan a los perracos a gemir entre espeluznos y crispación de pelambre. Pólvora china, quizá, como  también sean los derechos sobre la guadalupana  que hace años enajenó  Norberto Rivera, cardenal amigo del dinero y los del dinero. Y este hedor de la pólvora, y este aire contaminado que reseca ojos, boca, pulmones. Pues qué,  ¿la devoción estará en relación directa con el fragor de la pólvora?

En fin, que esta noche los creyentes mexicanos testimoniaron su grado de catolicidad. No de cristianos, que el cristianismo se manifiesta no en coheteros escándalos, sino en amor al prójimo. Por otra parte quedó en evidencia que la maniobra perversa del Sistema  de suprimir del calendario cívico las fechas más significativas  para borrar en las masas la memoria histórica, con la Madre del cielo vino a darse en madre, porque a contracorriente de leyes y reglamentos la jerarquía católica mantiene modos, estilo y  celebración, y es que en esta fecha el poder no reside en Los Pinos sino en el Tepeyac,  y que para los mexicanos el 12 de diciembre es su 10 de mayo.

Amanece, y yo sin dormir. El tronar de los cohetones me tronó el sueño y apestó a pólvora mi habitación. En pleno insomnio bajé a mi  biblioteca, y como otros llaman al sueño contando borregas, de los miles que integran mi biblioteca yo me puse a contar libros, pero el sueño andavete.  Boca amarga, pupilas arenosas y el reventar de tímpanos a bombazos. Dios

Y así fue; recorriendo libreros me he puesto a rememorar los inicios de mi biblioteca. Qué tiempos aquellos. Eco del lamento que en una madrugada de insomnio lanzó la protagonista de la cinta Iroshima, mi amor, con la Deneuve me duelo: qué joven fui una vez. Y este suspirillo…

La tinta ya desleída en la dedicatoria de este libro de versos: «Para que al leerlos te acuerdes de mí. Tu inolvidable». ¿Quién pudo haber sido la inolvidable del regalo y la recomendación? Examino libreros. Novela, relato, muchos ensayos. Historia, filosofía, teoría política. Desde mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir) he ido añadiendo libros, carretadas de libros a la par de las carretadas de años que he acumulado de vivir en el mundo. Examino este tratado de química, tan antiguo que aún contiene elementos de alquimia, o tan moderno que en sus fórmulas de alquimia ya incorpora elementos químicos. Incunable. Sobre las cabezas de la cristiandad repetidos bombazos. ¿Su significado? A saber.

Insomnio. Al abrir las planas de El  liberalismo se me vienen a las manos retazos de pétalos secos de un  no-me-olvides. Extraño.

Mis libros. Amo mis libros. ¿Qué destino aguarda a mis libros? Cuán pobre resulta mi humano destino, que este Tratado sobre la muerte, apenas 100 hojas en rústica, va a sobrevivirme. Insomnio.

Pero en fin, que entre la cohetera ventosidad de la iglesia católica el alba comienza a desperdigar efluvios navideños, y en un cerebro macerado a bombazos  sobrevive la idea: estoy obligado a enviar un regalo. Tomo papel de colorines y envuelvo este par de volúmenes: El petróleo mexicano y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.  «A Peña y compinches», escribo, y un timbre. (Vale.)

Peña y colaboracionistas

El Rosco y la Bicha, gatos que aceptan compartir este hogar. Ella, mansa bolita que rueda a los vientos de la caricia con sus modales de novia solterona o de recatada novicia. Frente a mí se engrifa El Rosco. Vejez y decrepitud, de repente sacúdese en accesos de tos, convulsiones y estornudos. Se arquea, toma resuello, y al sueño otra vez. Gato corriente, brusquedad de modales y la pelambre hirsuta, El Rosco es desapacible de ver, de tocar. Yo trato de sobornarlo con la croqueta, pero él ni pide ni acepta, ni implora ni se doblega. La dignidad pura, la solitaria libertad. Integro.

Y qué traqueteado a lastimaduras, qué áspera geografía su pelleja, fruncimiento y rasgaduras; y cómo no, si para sus nocturnas batallas más son los colmillos que le faltan que los caninos que le sobreviven. Pero él, indomable, irreductible, amo de la azotea. Gatazos de callejón me lo acorralan, lastiman, revuelcan, pero El Rosco y su colmillo, ni un paso de reculón. Vacilante el colmillo pero los redaños macizos, a enfrentar a los atrabiliarios. A la pura dignidad. Fogonazos sus pupilas y el colmillo desenfundado, El Rosco enseña esas encías huérfanas, y a espeluznantes maullidos mantiene a raya al sobrón, y al puro valor lo doblega, que valor es lo que al otro le falta; y a echarlo de la azotea, y a chisguetes ardorosos delimitar el territorio. Que El Rosco así es: temple, carácter, dignidad. En la defensa de lo justo no claudicar. No importa dónde, cuándo, cómo, con cuál o  con cuántos.

Y ya rasgada la cuera, no culimpinarse ni gimotear. Ya después bajará a la estancia y se echará a dormir, como si nada. Ahora alza la testa y se queda mirando algo a lo lejos, indefinido. (Ah, si pudieses pensar, o yo captar lo que piensas, qué paradigma serías de filósofo). Los aspirantes a guerreros vinieran a aprender del samurai. Los intelectuales pedigüeños vinieran a palpar el espinazo de El Rosco, indomable. Yo, al verlo enroscado en su duermevela:

– Si supieras sonreír, ¿sonreirías? ¿Cuándo, a qué horas, por qué? Cuando a solas contigo tal vez para ti sonríes, que el de la sonrisa, como el del llanto es, para el decoroso, placer solitario. Y piso de puntillas para no turbarle su sueño. ¿Sus sueños? ¿El Rosco sabrá soñar? ¿Qué altivos sueños serán los suyos, tanto como su integridad, su autenticidad? Llega la noche.

En la azotea sus maullidos. Con ellos me duermo y sueño con Lanzarotes, reinas Ginebra y Galaor con todo y el Santo Grial, y en sueños recorro azoteas de embeleco y, Sancho Panza que alucina con las hazañas de mi Dn. Rosco de la Mancha, tras de él camino entre merlines, endriagos y alucinantes molinos de viento. Cabalgo con él en Clavileño y me echo a hender los aires y remontarme hasta el éter, nidal de fulgores y errantes estrellas; más allá de la mediocridad, de la vulgaridad, de lo ruin, de lo pequeñajo.

Detrás de esos muros de embrujados castillos, magia y encantamiento, me aguarda mi Dulcinea, la amantísima. En las azoteas de mi sueño –mis sueños- yo, tras de mi Dn. Rosco de la Triste Figura, enhiesto el espíritu y el ideal flechando la inasible excelsitud, en sueños enfrento molinos de viento y gatos de la engañifa, la simulación, la ventaja, la gesticulación, la máscara…

Lo estoy mirando: decrépito, lastimado. Se me viene el impulso de compadecerlo. ¿Que qué? Alza la testa, me mira desde su altiva eminencia. Yo agacho el testuz…

El Rosco, la dignidad enteriza, inaccesible al deshonor. Bien haya. ¿Y esos gatos capones al servicio de Washington?  (¡Puaf!)

Y sus dos maridos

Termina aquí el drama de una Tonantzin a la que sucesivos maridos han terminado por reducir a la inopia, depredadores que van de Moctezuma II al actual.  Y aconteció en el México de hoy…

Despacho de abogados. Las pupilas de Tonantzin, hornazas al rojo vivo.

– Pero cálmese, señora, ¿tanto furor contra su marido? Aquí en el expediente  consta que sigue casada con el anterior, uno chaparrito, peloncito, de lentes.

– ¡Un multiasesino, licenciado, que después de empapar de sangre toda mi casa se me  huyó al extranjero! ¡Su dipsomanía no le excusa sus crímenes! De ése el amor no fui yo, sino la botella. Haiga sido como haiga sido, al tal me lo vinieron enjaretando la tele, las sotanas y los grandes capitales.

– Calmada, señora. No es el lugar ni el momento…

– !Y así quiere usted que me calme!

Tras el burladero de sus expedientes la  burocracia del despacho, rostro de aburrimiento olfatea problemas.

–  Casados por la Iglesia, según su expediente.

– Es que me salió beato, el muy hijo del Vaticano.

(Un largo son de sirena, primeriza en urgencias de parto.  Quién será el desdichado que acaba de recibir su cuarto de hora de mala suerte y en el vientre de esa ambulancia lleva a su muerte cuidándole la agonía. ¿Narco, sicario, algún inocente, que escardando entre el paisanaje aún queda por ahí alguno?)

– Mala suerte la mía, licenciado. Si viera lo cobardón que me resultó mi primer marido, un tal Moctazuma. Yel mercachifle que me resultó el de la pata postiza, que al vecino le vendió la mitad de mis tierras, y el dientón que me ametralló a mis hijos en Tlatelolco. ¿Por qué me vine a casar con aquel pelón, orejón, que malbarató mi herencia, ya tan disminuida por sus antecesores?

Flaca, avejentada,  mechón de canas en la frente y en los labios un leve temblor. Apretón de quijadas.

– Y tener que  hacer vida de casada con tales depredadores,  si es  eso pueda ser vida. Robo, saqueo, violaciones, entreguismo de mi casa al vecino sobrón.

Afuera, en la calle, repentina ráfaga de metralleta a dúo con los bombazos de los fuegos de artificio que la devoción hace explotar sobre la cúpula de Guadalupe.

– Pero yo no escarmiento,  porque años antes del seráfico borrachín del Verbo Encarnado, ¿pues no me volví a ilusionar? Alto él, fortachón, decidor y plantoso, en su labia me dejé enredar. Soltera  anochecí y amanecí con marido. ¿Fuerte, honrado y recio de carácter? ¡Un vil mandilón,  un zafio que me puso en vergüenza delante del vecindario, y tan pícaro e inescrupuloso con mis joyitas como cualquier Salinas! ¿Pues no lo enganchó por ahí alguna ofrecida de las que nunca faltan y siempre salen sobrando que se aprovechó del babotas de las bototas y le sorbió los esos (los  sesos, perdón)? ¡Con sus críos carroñeros saqueó mi casa, punta de baquetones!

– Que me rasga esos documentos, cálmese.

– Pero ahora resulta que soy bígama, licenciada. Metí al actual a mi cama sin divorciarme del borrachín con el que tuve que casarme por la Iglesia. Hay que romper ese vínculo.

– Es irrompible, señora.

Fox y la Sahagún lo rompieron.

– ¿Y usted puede dar jugosos sobornos a Norberto Rivera? Porque con dinero baila el Onésimo.

– Pero yo con qué, si todo me lo robaron, cuando lo había jurado ante las ruinas de mi heredad:   ya me saquearon, no me volverán a saquear.

Ira, dolor. Le tiemblan los labios. Intenta sofrenar el hilo de las lágrimas.

–  Y ahora, apenas  llegando a mi casa el gallito copetón…¡ya  me dejó sin petróleo y sin luz! ¡Ese y sus compinches me violaron, y  a oscuras!

(Ah…)

¡Ay, mis hijos..!

Retomo la fabulilla que inicié ayer. Tonantzin, a su marido, un tal  Santa Anna:

– ¿Así es que no andaba mi señor apuntalando con el filo de su espada la soberanía del águila real?

– Cuál espada, cuál águila real. Transacciones de mucha ventaja  para nosotros. Negocio de bienes raíces con unos marchantes de Tejas. ¿Te acuerdas, reinita, de aquellos terrenos que tenías allá por el norte? Total, que estaban nomás mosqueándose, llenándose de polvo…

Tonantzin, por no llorar, muerde el pañuelo. Piensa, mirando el andar cojitranco del espadón que enfila rumbo a la alcoba nupcial: “Mi honra, mi dignidad claveteadas en el suelo con la pata postiza del indecoroso vendepatrias».

(Apenas doncella y aún tiernas las telas del corazón, Tonantzin derramó lágrimas ardorosas ante la cobardía del primero de ellos, un tal Moctezuma II, que se arrugó frente a la cáfila de fuereños que vinieron a agredirla en su propia casa: saqueo y violación. Gacha la testa, el marido zacatón, aguantando…

Iba a llegar después cierto cojo jacarandosos que entre palenque, garito y gallera el muy baquetón malbarató algunos terrenos que Tonantzin poseía allá por los rumbos del norte. No se reponía de los destrozos que le ocasionó el vendedor de bienes raíces cuando en eso el mal fario, la mala sombra, porque ahora…

Ahora le tocaba en suerte, muy mala suerte, un matancero de oficio, tablajero del rastro municipal. Y fue así como iba a ocurrir que un mal día, en la Plaza de Tlatelolco…)

Dos de octubre, ya al pardear. En el departamento de abajo, a todo volumen, la música gringa se apesta a mariguana y ron. El tufo sube hasta acá, el 402, donde la señora Tonantzin, descalza, trapea el linolium del piso y piensa al trapear: “mi marido no vino a comer. ¿Problemas en su trabajo?” Al trapear bambolea unas carnes enflaquecidas, envejecidas. En el depto. vecino la nostalgia en tono menor: «Bañado en lágrimas…»  Abajo, la gran explanada que llaman De las Tres Culturas se va llenando de jóvenes en hervor. Gritos. Altoparlantes. Oscurece. De repente el espeluzno, la crispación. Estridentes, los fogonazos aluzan un retablo de tronchadas marionetas.  México.

Cesó del todo el estrépito. Un silencio aplastante se aplana sobre Tlatelolco. En la puerta de entrada del 402:

– Indita mía, te traje cena. Moronga, ¿te apetece?

Tonantzin observa al marido: la greña en desorden, corbata torcida, manchas rojizas en las manos. Alguna dificultad.

– Nada serio, mi amor. Tus chamacos, esos broncudos que se me quisieron insubordinar. Tres cachetadas, y a dormir en paz. Anda, cocíname la moronga.

Tonantzin se acerca a la ventana. La tufarada de sangre caliente en el rostro. Agacha la testa; en los labios un vivo temblor. Va a la cocina, y entre el chirriar de la sangre guisada la picadura de la cebolla le suelta el hilo de las lágrimas, y entre sollozos entre sí decía: “Ah, mis maridos. Esta punzada en el lado cordial…»

Una campanada a lo lejos. Ese bandazo de viento arrojó por la ventana tufos diversos: de azufre, de pólvora, de llanto recién llorado. ¿O son de la propia Tonantzin, que llora de pupilas adentro? A saber. Medianoche.

El matancero dientón, las manos pegoteadas de un líquido rojiespeso, ronca en su catre después de que a la estridencia de las ráfagas se refocilaba en el  catre de alguna putona de generoso cuadril. Una insomne Tonantzin vaga por la explanada del Tlatelolco antañón. Anima en pena, cabello suelto y ojos de fiebre, la noche de Anáhuac escucha su doliente clamor:

– ¡Ay, mis hijos..!

(El lunes.)

Mi retablillo anual

El martes, muy de madrugada, afirma el Nican Mopohua,  se vino Juan Diego de su casa de Tlatilolco, y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre pasar, dijo: “Me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora”.

Pero ahí salió a su encuentro al otro lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde vas?”

“Niña mía, voy a causarte aflicción: voy presuroso porque está enfermo un tío mío, Juan Bernardino, y voy a llamar a un sacerdote”.

Pero ahí siente Juan Diego, como escalofrío, que la Señora del cielo mirábalo con su modo de mirar, y que leía en lo profundo de su ánima. Avergonzado de su mentir clavó una rodilla en tierra:

“Y a ti cómo engañarte, Niña mía, cómo engañarte. Has de saber que de intento torcí mi andadura para hacérteme el perdedizo, por lo que ahora te he de decir: anoche mi tío Juan Bernardino, en sus delirios de fiebre, tuvo una revelación. Como  extraviado, al verme llegar se me quedó observando como si no me conociera,  y pegando un gran suspiro, clamó:

“¡Bienaventurada mi sangre, porque mi sobrino llegará a los altares!”, y sus ojos, Niña mía, fulguraban.

(La Señora del cielo, mansas pupilas, miraba a Juan Diego, y sonreía…)

“Entonces me eché a dormir, pero cuál dormir. ¿Yo a los altares? Eso significa que la Niña del cielo va a convertir el desierto en rosas, y las rosas de la tilma en el milagro de su Imagen del Tepeyácac, y que al prodigio la cristiandad va a edificar capillas, ermitas, templos y basílicas a la honra y gloria de Dios y su Madre santísima”

(Ella, sonriendo, le extendía sus brazos.)

“Lo supe entonces: de todos los rumbos de la rosa van a acudir hasta ti romeros y suplicantes, pero también un pontífice reaccionario y dado a los viajes, que en una de esas va a contemplar a mi pobre México metido hasta el cuello en la pobreza global, a una comunidad flagelada, castigada por el modelo neoliberal, y un descontento que amenaza tronar no como el cambio pacífico de una ciudadanía que aprendió a pensar y crea la estrategia para darse un gobierno al que obedecer como su mandante, sino como las masas saben estallar: a lo espontáneo, a lo inútil. “Ah, no, ¿revolucioncitas a mi?” Y el Papa de Roma va a urdir el truco de darles un bato –un beato, perdón-, más tarde santito, pararrayos de la  cólera popular. Yo, Niña mía, mirándome de santo reaccionario intentaba dormir, pero el sueño, andavete”.

(Vio entonces, o figurósele, que se añublaba el mirar de la Niña.)

“Y así, Madre mía, presentí que mi expediente, que en cosa de cuatro siglos había dormido en santa burocracia, de repente iba a levantarse y a andar, y que en el amanecer del XXI estaría yo en mi nicho de santo de palosanto.

“¿Y tal presentimiento atribula tu pecho, hijo mío?”

“Y cómo no. ¿Tú conoces a mis paisanos? ¿Te imaginas al más pequeño de tus hijos tieso en su nicho, con la marabunta de penitentes a mis pies –a mis sandalias-,  exigiendo de Dios por mi intercesión el milagro que su propia ignorancia les impide realizar por sí mismos, ahora que andan espantados porque los van a dejar sin petróleo y sin luz. Por eso fue que traté de hacérteme el perdedizo, Niña amantísima. Tú has de perdonar a la más pequeña de tus criaturas, ¡pero no milagrero! ¡Todo lo que quieras, Niña de mis ojos, pero santo no!»

La de Guadalupe, entonces, juntó sus manos, ladeó su cabeza, suspiró y parece que sus pupilas se rasaban de lágrimas. Y así se nos quedó en la tilma. (Obsérvenla.)

Tonantzin

Madrugada de Anáhuac. Hace rato se oyó cantar el cenzontle. Por el lado del lago sopla un viento rumoroso a cañas y tierra desflorada. Aquí, en la choza de varas, la joven Tonantzin aguarda, el corazón en la boca, la vuelta de su varón, guerrero que debe andar exhibiendo la gallardía del penacho multicolor en la guerra florida contra el tlaxcalteca. Madrugada.

“Y aún Moctezuma,  mi marido y señor, que no llega…”

Pupilas insomnes, la joven Tonantzin deja ir esas tensas miradas al exterior, al horizonte aquel de pirámides truncas, desparramadero de canteras con tigres, águilas y serpientes en bajo-relieve. Anáhuac.

“Ya amanece, y de mi marido y señor ni sus luces…”

Un son de teponaxtle a lo lejos. Aquí, la angustia de la desposada joven. “Que de la guerra florida vuelva ileso mi marido y señor…”

De repente, ¿y ese ruidillo? Ahí, junto al petate, un rumor solapado,  unos pasos en sigilo, esa figura que avanza a lo subrepticio, de puntitas, con las sandalias en esta mano –en esta otra, perdón; es que mal se distingue en la penumbra del amanecer-. Azorada,  Tonantzin se yergue, el puñal de obsidiana en la diestra:

–          ¡Quién anda ahí!

–          Soy yo, palomita torcaz, cálmate.

Un mal paso, un destanteo, la caída en el suelo.

– Mi dueño y señor vuelve a su casa no como guerrero triunfador, sino como indio empulcado. Ah de mis dioses tutelares…

Moctezuma II, alias El Zacatón: “Se me pasaron las aguamieles. ¿Qué haces despierta a estas horas, florecita de cempazúchitl?

Todavía tiernas entrañas, Tonantzin se echa a llorar al peso del desencanto. Conque la guerra florida era de tlachicotón…

– ¿Sabes qué, mi amor? Me entretuve con unos gachupines en la pulquería de aquí a la vuelta. Tuvimos una averiguata. Tiéntame las jetas. ¿Ves? Me madrearon entre varios.

En la penumbra del amanecer en el valle de Anáhuac Tonantzin lloraba quedo y entre sí decía: “Vergüenza de briago y de cobardón. ¿Es este el varón en el que vine a depositar mi honra y honor? Ah dioses, mis dioses tutelares, dioses vencidos, convertidos en cascajo…

México, medianía del XIX. Las cuatro en punto y sereno. La misa primera en la ermita de El Ajusticiado. “Por los caminantes, oremos; por los que agonizan, por el romero extraviado y los hombres de mar. Por los cautivos, los solitarios y los caídos en tentación, oremos».

Acá, por los rumbos de La Acequia, Callejón del Indio Triste, Tonantzin  –pupilas insomnes, ojeras violáceas- aguarda la vuelta del su marido, militar de carrera, corazón bandolero. Sepa Dios si viva o muera a estas horas. Por los que viven en pecado nefando, oremos…

De repente, ¿y ese estrépito? ¡Acudan los criados! ¡Enciendan candelas! ¡A mí, que hay ladrones en casa!

– Cálmate, mi amorcito tirano, cuáles ladrones. Soy yo, tu señor.

Y sí, descubierto a media escalera cuando subía a lo subrepticio –la única bota en la diestra, la pata postiza en suspenso, las dos posaderas, abundosas, en el escalón-, mi señor general don Antonio López de Santa Anna, que en fechas recientes se ha mandado apodar Su Alteza Serenísima, puja por levantarse del escalón donde fue a resbalarse:

– Sh, no la hagas de ventosidad, mi reinita del palenque. Soy yo, tu mandón.

– ¿De la batalla de El Alamo viene herido mi señor?

-Cuál batalla, cuál herido, cuál Alamo. Lo que me entretuvo hasta orita fue un asunto de bisnes. Franquicias. Yo, como tu apoderado legal, he agregado algunos oros al patrimonio familiar, mi reina de la gallera, mi sota de oros.

– ¿Entonces tú no..?

(La fábula sigue el viernes.)

¿Quién de ustedes le cree?

Peña garantiza que el 2014 será un año mejor.

A los limosneros me referí ayer; al río de necesidad con que vengo a toparme cada mañana, cuando viajo en el Metro. Corazón de malvavisco injertado de jerica (de niño al que la indigencia robó su niñez), me aprovisiono de monedillas que voy sembrando en la mano abierta con la vagorosa esperanza de que en mi otra vida pueda cosechar un cielo todavía más vagoroso. Y va esta moneda a la anciana que a puro valor y engarruñada soporta fríos, calores, ventarrones y lloviznas tempranas, y esta otra al cacharro de hojalata, y una más a la guaripa que nos aguarda boca arriba, boca abierta en el escalón, mientras el ciego nos jura a capela que Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera. Y allá va la monedilla sin más valor que la buena intención, que ya con una moneda qué puede mercarse que no sea la ilusión, pobre ilusión de pobre, de ganarse el cielo. “Dios le dé más, joven«. (Ciego, sí, por supuesto.)

¿Viajan ustedes en el Metro? Entonces se habrán topado con el corridero y el que estruja el acordón, y el que acompaña su limosnear con la flauta dulce o la guitarra de son. La cultura de la limosna, reflejo fiel de este México  de nuestro tiempo y circunstancias, cuando la cofradía de los baldados, los segregados de la comunidad, escalón por escalón se afanan a lo monótono implorando la de por Dios.

Y unos a viva voz y otros a mortecino instrumento musical, éste rasguñando la desafinada y aquél pegándose, como a la ubre, a la armónica de boca. Más allá, sacrilegio y delito de lesa música, un violín y un guiro tropical, grotesco compinchaje, ejecutan (pero ejecutan al modo del verdugo medieval) un airecillo que exalta la vida hazañosa del capo del narcotráfico. Y “ái lo que sea su voluntad».

Escaleras del Metro capitalino. En aquel escalón, el viejo de la guaripa  ofrece al viandante la única alegría a la medida y al alcance del pobre, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos:

– Alegrías de a 10 pesos.

Toda la alegría que puede caber en 10 pesos; alegría de amaranto.

Pero ándenle, que ayer, muy de mañana, la novedad: una nueva tandada de mendicantes en el rastrojal de los pedigüeños: “Animas caritativas». Válgame. Devaluados al máximo me los vine a topar, sin el tanto de un peso  en cuestión de autoestima. Los vi y me miraban, la mano extendida, que extendida más me apachurraba el corazón. Y yo ya sin una moneda qué poner en sus manos.  La aparición de tales arrimadizos me vino a extrañar porque yo a todo el almácigo de menesterosos ya lo conozco como a la palma de su mano extendida, y esto porque cada mañana paso revista en mi mente a todo aquel sembradío de penurias. Pero esos recién llegados, todavía con su timidez y su verguencilla para aprontar la mano abierta…

Me dolieron, y mucho, porque, mis valedores: fue por mí, por ustedes, por todos nosotros que  aquellos indigentes cayeron en la inopia y quedaron   más devaluados que el pesito mexicano que puse en sus manos. Todo el tamaño de su tragedia se originó en el servicio que prestaron a todos nosotros. Por nosotros fue que cayeron en la extrema penuria, que así pagaron la vocación de humanitarios que practicaron con todos nosotros. Los reconocí, y quizá ustedes también los hubiesen reconocido. Sí, los ex-presidentes. ¿Cuántos de ellos creen ustedes que por servirnos están en la inopia? Chaparritos unos y otros  borrachines,  peloncitos,  garrochones, orejones, garañones. Salinas, pongo por caso, y… (Sigo después.)

 

De los mendicantes

Peña Nieto es la desilusión. El bienestar se reduce y el número de pobres sigue en aumento.

Y hablando de los pobres, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos, hoy he de  referirme a los mendicantes, esos desdichados que desde ahí donde piden la de por Dios testimonian la acusación viva y lacerante de la injusticia que vive el país. Mis valedores:

Yo viajo en el Metro y bordeo y cruzo atrios y explanadas de teatros y templos y estadios y plazas de toros, y sea que los miro sentados en los escalones, arrimados a los muros o anidados en las rinconeras, la nata de los pedigueños me ofrece la certidumbre de que habito en un mundo, en un país, en una ciudad donde la injusticia cría como erisipela tales hongos humanos. Así, de cerca conozco ese inacabable borbollón de humanas  miserias y purulentosos bagazos que integran la cofradía de las lacras, las pústulas, las corcovas falsas y las auténticas. He visto de cerca ese gremio  de huérfanos, ciegos, baldados y demás entenados de la fortuna que desde el abandono y el desvalimiento cargan encima el mal fario y el santo de espaldas para así, a querer o no, sobrevivir en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, y sobrevivirla apenas, a penas, la mano extendida, húmedos los ojos y en los labios susurrantes la cantinela que es gancho  para prender las elusivas fibrillas, tan escurridizas, de la humana compasión:

– Una limosnita por amor de Dios…

Los menesterosos: como hongos patéticos y desastrados se crían al amor del atrio del templo, de la esquina de la barriada, de la plaza pública. Aquí arrodillados, allá en cuclillas, engarruñados, y más allá de errabundos, esta mano tentaleando las paredes y la otra extendida: “Animas caritativas…” Patético.

Semejante profesión de los beneméritos pordioseros vino a amacizar en la historia de la España medieval y renacentista toda una portentosa cultura que se sintetizó en la que denominamos la picaresca española, una de cuyas cumbres se regodea con las aventuras entre patéticas y regocijantes de El lazarillo de Tormes que por calles, tabernas y plazas públicas guía, mano en mano, al ciego aquel, buscavidas truhán. Sobre ello hablaré un día de estos a sus buenas mercedes. Por hoy:

Latente y viva se mantiene la tradición mendicante. Y si no, mis valedores, ¿ustedes han viajado alguna vez en el Metro? ¿Verdad que sí, y verdad que no es exageración afirmar que el Metro va y viene día a día hervoroso de mendicantes? De mutilados, deformes y  contrahechos que de vagón a vagón se la viven pidiendo la de por Dios; de ciegos que, soberbio sentido de orientación y  equilibro, sin auxilio del pasamanos vienen y van, esta mano en la armónica de boca y la otra sosteniendo el cacharro de hojalata, para rematar su tonada con el sonsonete:

– Señores pasajeros y señores usuarios…

Aquél, tullido que a bamboleos se desplaza en un vagón atascado de “señores usuarios”, a capela regurgita el bárbaro pregón carcelario:

“Escalones de la cárcel – escalón por escalón – unos suben y otros bajan – a dar su declaración».

Escaleras. No de la cárcel; de las estaciones del Metro. Escalón por escalón, todas están plagadas de esa nata de humana necesidad que con la extrema virtud de lo heroico a pie firme o engarruñados en el escalón resisten lo mismo fríos que agresiones de un sol en brama, y hoy vientos desbozalados y mañana lluvias tempraneras. Ustedes habrán viajado en el Metro, y entonces se habrán topado con la cofradía de los mendicantes.  (Esto sigue  mañana.)

El lecho y la tumba…

Por eso hoy les hablo aquí del amor, mis valedores: porque a estas horas alguno habita en ese estado de gracia que es el amor, y con su única va a estremecerse con la purísima poesía que intenta expresar lo inefable del sentimiento amoroso. Y es que al mentar poesía y amor los fieles amantes nos entendemos, que así son de universales,  de intemporales, de humanísimos…

Que la poesía no reconoce fronteras lo certifica la presente selección de estremecimientos que por amor a una amada redactó en pleno desierto del Sahara un amador que al ser desdeñado, hecho garras el corazón, en el corazón del desierto se refugia para morirse. Pero antes y en años de ardida soledad, en un prolongado poema se duele de una Dassina a la que ama tantito más que a sí mismo. Aquí, el lirismo arrebatado de una  poesía inmarcesible. Donde el poeta dice Dassina yo digo Issa, que el lenguaje del amor no se detiene en minucias. Lean:

«Si se me pidiese que dijese quién es la más bella entre las bellas, oh Issa amadísima,  para no faltar a la ley noble, que quiere que conteste: sois todas juntas, me callaría, mirándote. Y si me preguntaras: ¿a quién amas más, a Dios o a mi? Para no faltar a la ley santa callaría de nuevo, mirándote siempre a ti, mi única.

Tú resplandeces entre todas y sobre todos, más dulce que el pan de azúcar y el panal de miel. Jardín dentro de mi corazón, eres  la paloma y la hiena, el lecho y la tumba, el cielo y el infierno, el oro y la plata martillados juntos…

Mi padre me dijo: «Si ella busca a otro hombre dile adiós y vete al desierto a olvidarla en la mezquita de los tapices de arena». Y en el desierto mi sed por ella ha crecido de sol a sol. Para olvidar a la bien amada he luchado conmigo mismo, y mi pensamiento ha ido más velozmente hacia ella, y unas palomas torcaces acercaron nuestros corazones. Y en el delirio que me posee he pronunciado tu nombre, ¡oh Issa ausente!, y el espejismo ha construido toda una ciudad para oírme hablar de ti, amadísima…

Dame la vida con su leche, con su miel, con su jazmín y su rosa, y su paloma y su gacela, y su pimiento y su puñal, y su mazo y su halcón, y su león. He puesto en tu boca el sello del amor; te he poseído como el cielo posee la montaña, como la montaña posee la llanura, Issa  lejana.

Quiero subir de roca en roca, tomar la rosa de plata de la luna para ofrecerla a Issa. Como la luna, que da su belleza a los astros, tú sigues siendo, oh amada, la múltiple y única a quien adoro. Tú, su hermana en el cielo, cuyo brillo posees, y su dulzura, eres a quien contemplo cuando lejos, muy lejos, la veo brillar entre las estrellas. Cuándo volverán a reunirse los corazones separados…

Mi amor por ti no lo tengo en la mano, donde un golpe bastaría para hacerlo caer. Está en un lugar seguro: mi propio corazón.

¿Quién está cerca de ti? ¿Qué hombres te admiran? Yo te veo a ti sola, desnuda para mí bajo tus velos. Ahora, sin tu amor, ando como un ciego que sólo ve la sombra y la muerte. Yo me marcho. No sé a donde.

Todas, todas son iguales como todos los granos de arroz tienen el mismo sabor, todos los dátiles la misma miel. ¡Sólo tú eres diferente a las otras, amadísima..!

No hay más  Dios que Dios. No hay más Issa que ella. Al que muere de un inmenso amor, el inmenso olvido…»

Y el arrepentimiento tardío de la amada: «¡Han venido a decirme que has muerto allí! Subo la colina donde está el sepulcro, tomo unas piedras y entierro mi corazón. ¡Y tu olor, que siento entre mis senos, abrasa mis huesos!

(Tú, Issa, mi única.)

La Tuta y Cocoa

Que los burócratas del aparato político ya nos tomaron la medida, dije a ustedes ayer; que ya nos perdieron el respeto y nos vencen por nuestra pura ignorancia. Y si no, mis valedores, ¿quién de nosotros ha protestado por esa maniobra de pícaros que acaban de tramar  Luisa María Calderón, senadora panista, y  Gustavo Madero, todavía esta mañana presidente de Acción Nacional? Esa maniobra se denomina «desubicación», donde el acusado se desplaza del banquillo y ahí coloca a su acusador. Aquí el ejemplo reciente.

«La Cocoa» Calderón acusó a algunos senadores de reunirse con Servando Gómez, «La Tuta». El líder del cártel de los Caballeros templarios le revierte la acusación: fue ella, precisamente, quien solicitó su ayuda para llegar a la gubernatura de Michoacán, que le ganó el priísta Fausto Vallejo. Ante la escandalosa acusación entra Madero:

– ¡Que se investigue claramente cómo se difunden y qué propósito tienen estos videos!

(¿Y con eso habrá quedado extinta la acusación?)

– ¡El ex-presidente Felipe Calderón tomó decisiones valientes para enfrentar la delincuencia organizada, y es en este contexto que exigimos se garantice seguridad para la senadora!

(Muy cierto que las tomó. Obvio es que en sus 6 años de vida en Los Pinos se dedicó a tomarlas. Pero en este incidente no se trata del tomador sino de su hermana, que según todos los indicios fue gracias a él  y a una maniobra plurinominal, no a méritos propios,  como logró encaramarse en el escaño donde hoy posa sus dos reales.)

– ¡Que se investigue claramente cómo se difunden y qué propósito tienen estos videos!

(¿Bueno, sí, ¿pero «La Cocoa» requirió al narcotraficante para..?)

– ¡A «La Tuta» se le atribuye el homicidio de 12 agentes de la Policía Federal, ocurrido el 13 de julio de 2009 en el municipio de La Huacana, Michoacán!

(¿Pero socios «Tuta» y «Cocoa» en el gobierno de Michoacán?)

– ¡Se sabe que ordenó la filmación del asesinato de los agentes federales, uno de los cuales era mujer, quien fue  abusada  y cuyas imágenes dio a conocer por internet sobre este hecho de violencia!

(Un monstruo de sadismo, ¿pero «La Cocoa» pidió a ese monstruo que..?)

– ¡Tiene 5 órdenes de aprehensión pendientes y está incluido en 13 averiguaciones previas, además de que funcionarios de seguridad del Estado mexicano lo consideran uno de los más violentos narcotraficantes del país!

(Horroroso. ¿Pero «La Cocoa»..?)

Habló la acusada: ¡Es una afrenta a las instituciones del Estado, que se hizo en relación a las declaraciones que he hecho sobre la presencia de templarios en el Senado, y que obligó a investigarlos!

(Una afrenta, sí, pero usted, senadora, intentó o no intentó que..?)

¡Yo solicito al gobierno que tome nota de las confesiones que el protagonista hace de su actividad delictiva en el video y procedan con una investigación! El precio que pago por decir la verdad es que  un delincuente confeso me amenace a través de un video.

«Me amenace». Ya «La Cocoa» convenció a tantos de la humana basura que viene siendo «La Tuta». ¿Y? ¿Desmintieron ella y Madero la acusación de intento de compinchaje con el templario?  Porque lo demás es tratar de ocultarla con palabrería que no logra levantar del banquillo a la senadora. ¿Alguno de ustedes, a propósito, notó la «desubicación»? Eso muestra que detrás existe el conocimiento de la teoría política. ¿Indignó a alguno de ustedes? Eso muestra que en este país no todos somos apáticos y desidiosos más allá de los marcadores en el futbol.  Que hay esperanzas. (México.)

Desubicación, maniobra embustera

Ya nos tomaron la medida. Ya nos perdieron el respeto. Aquí, a modo de ejemplo, una desenfadada parodia de cierta fábula que leo en  Victoriano Salado Alvarez y que aluda al deán de la catedral y el puesto vacante de primer violín de la orquesta. ¿La conocen ustedes? Se trata de aquella en la que cuenta el autor cómo ocurrió que un cierto vejancón fue a entrevistarse con el deán para solicitarle el puesto de primer violín de la orquesta para un su sobrino, desempleado a esas horas.

Primer violín de la orquesta, con lo que tal categoría significa de estudios, experiencia, destreza, sensibilidad. Para comenzar la entrevista:

«¿Su sobrino toca bien el violín?», interroga el deán, y el tío aquel: «No es porque sea mi sobrino, pero si se lo recomiendo para que ocupe esa plaza es porque se trata de un cristiano ejemplar, que no pierde su misa los domingos ni se priva de su comunión». «¿Pero toca bien el violín?» Que el sobrino es, por añadidura,  todo un patriota y un hombre de bien, que como padre su conducta es intachable y que es de admirar el cuidado y la protección que dispensa a la anciana madre. «¿Pero toca bien el violín?»

Agotado el catálogo de virtudes y excelentes cualidades del consanguíneo el vejancón escucha una vez más la insistente pregunta:  «¿Pero toca bien el violín?»

«Bueno, en lo que toca al violín, habría que haberlo escuchado cuando mi sobrino participó en un festival de la escuela primaria donde estudiaba. Tocó un trocito de una mazurca, un minué o una barcarola. La de aplausos que mereció su actuación».

Ahí se alzó el deán. «Perfecto, sí, cuando se trate de premiar a un buen cristiano, un buen patriota y un padre de familia ejemplar, tráigame a su sobrino. En el presente caso no necesito un virtuoso de la conducta personal sino un virtuoso de un instrumento al que le sepa sacar arpegios y  trinos y las más exquisitas sonoridades».

Lo despidió, y mis valedores: eso mismo es lo que ha ocurrido con el caso de una cierta Luisa María Calderón, alias «La Cocoa», que acaba de acusar a diversos senadores de entrevistarse con Servando González, alias  «La Tuta«, líder del cártel de «Los caballeros templarios«. El narcotraficante la desmiente y acusa que fue ella, Luisa María,   la que en  el pasado proceso electoral solicitó su ayuda para alcanzar la gubernatura de Michoacán, que perdió ante Fausto Vallejo, priísta.

A «La Cocoa«, panista,  se le revirtió la acusación.   «La Tuta» Gómez descobijó a la boquifloja, y qué hacer, sino acudir al valimiento de los cupulares de Acción Nacional, que ante los hechos consumados no han tenido más alternativa que recurrir a la maniobra del desplazamiento: quitar a «La Cocoa Calderón» del banquillo de los acusados y ahí sentar al acusador. Ante la prensa el abogado defensor Gustavo Madero, todavía esta mañana presidente del blanquiazul:

– ¡Que se investigue  cómo se difunden esos videos!

(¿Pero «La Cocoa» pidió ayuda a  «La Tuta?» De ser así, ¿qué le ofreció a cambio?)

Madero: – ¡Exigimos que se garantice seguridad a una senadora que, con toda la autoridad y la defensa que está haciendo, busca rescatar para su estado y para el país la tranquilidad y la seguridad y combatir la delincuencia.

(Pero señor, más allá de esa palabrería, ¿su defendida pidió la colaboración de los Caballeros templarios?)

– ¡El ex presidente Calderón tomó decisiones valientes!

(Bueno, sí, ¿pero por qué no se centra usted en la acusación que «La Tuta» lanzó  al rostro de  «La Cocoa«?  En fin, que esto  sigue mañana.)

«Defensores de la vida»

El SIDA, mis valedores. Meritoria toda campaña que promueva el condón,   por más que indignen a sus críticos:  «¡Lo que hasta hoy han logrado es alentar la actividad sexual precoz, las prácticas promiscuas y las conductas de riesgo!».

Las misioneras del Corazón de Cristo Resucitado, en el albergue Beata María de Jesús, del Guadalajara de hace años maltrataban a los enfermos, porque “las personas infectadas están recibiendo un castigo por sus pecados sexuales”.

Jerónimo Prigione, nuncio apostólico: «Me indignan las promociones que se han hecho para el uso del condón. Es darle medios a los jóvenes para que se sigan revolcando en el lodo».

La voz de sotanas y capas pluviales. «¿El condón? ¿Para qué el condón?  ¿Para seguir buscando el placer por el placer mismo? ¿No está fuera de las enseñanzas de Cristo? ¡La Iglesia rechaza el uso del condón, pues esto lo que hace es hundir en el fango a la juventud, en lugar de darle la mano a los jóvenes para que salgan del lodo! ¡Continencia! ¡Castidad! ¡Fidelidad matrimonial! ¡Estas tres virtudes propuestas por la Iglesia son el mejor remedio para el contagio, porque son las propuestas del Evangelio para combatir el SIDA!

¡La grave amenaza del SIDA viene del abuso de la sexualidad! ¡Es una equivocación buscar el placer por el placer. El recto camino debe ser el uso legítimo del placer! ¡El placer sexual no debe verse como un fin, sino sólo como  un medio hacia la paternidad o la maternidad!”

“Contra el SIDA, castidad es el mejor remedio. ¿El condón? Mucha gente lo usa, ¿pero está permitido de acuerdo con la doctrina católica? No. Definitivamente: el condón no es éticamente permisible. Para la Iglesia, bloquear artificialmente la transmisión de la vida no es moral. La vida producida en una relación sexual no pertenece al hombre, sino a Dios”. Además, el condón no sirve de gran cosa. La solución es la castidad en el matrimonio, aun si parece que va contra la corriente en una sociedad como la de hoy, que resulta pansexual“.

«¡Para la Iglesia, el sida es un gravísimo problema de moralidad pública, y esto es lo que nuestro gobierno no quiere reconocer, y limita el problema al ámbito de salud, imagínese!»

El SIDA (Mark Platts, filósofo) no es un asunto de moral, sino de salud pública. ¿Y? ¿Qué hacen esas autoridades para detener la propagación del SIDA? Pero, sobre todo, ¿qué hacemos nosotros para no ir a dar de cabeza en la mortal pandemia? Hace unos años la ONU solicitaba a la Iglesia Católica de nuestro país, dueña de un descomunal ascendiente sobre la mayoría de los mexicanos, que se sumara a la lucha contra del SIDA. La respuesta de El Vaticano:

“La espectacular ceremonia presidida por el cardenal Otunga, que quemó preservativos en público, sigue siendo símbolo de la actitud general de la Iglesia Católica, hasta este método profiláctico, confirmada por el criterio de los obispos del mundo entero”. En México, los obispos:

¡Usar preservativos y seguir haciendo el amor! Esto continúa siendo el método de nuestras autoridades. ¡Es una barbaridad! Intentan proteger la salud promoviendo el vicio. El amor, para ellos, es el gozo del placer, y no buscar el bien de la persona amada El abuso del sexo es el que ha convertido en un problema de moralidad pública no de salud! Los enfermos de SIDA no deben convertirse en héroes, no lo merecen. Son seres enfermos. La homosexualidad es un verdadero crimen, y la Iglesia Católica rechaza a los homosexuales así como el uso del condón, fuente de prostitución.

 ¡Dios! (El suyo.)

Nauseabundo

Espejo fiel del humano es el perro, lástima que el hombre no sea el espejo del animal. Y qué de similitudes y semejanzas  entre el hombre y el perro, o al revés. Diversas clases de perros:

Existen los de las regiones nevadas, perros que nacieron con un perro destino: para allá y para acá jalar el trineo, con el chicote en los lomos y tan bien trabajados como mal comidos. ¿A quién se parecen tales pobrines, si no al obrero de este país? Privaciones, pobreza y jalar el trineo que enriquece a los Slim, el chicotazo salarial en los lomos y jalar desde la mañana hasta la muerte del día y hasta el día de la muerte. Y cómo remediar su situación, si el perraco no tiene el don de pensar, y a ese don ha renunciado el obrero y se constriñe al reclamo, la exigencia, la toma de la vía pública…

El benemérito San Bernardo. Grande, grave, pacífico, servicial, misericordioso. Deambula por el mundo del desastre con su barril de vida al cuello para entibiar esa vida que se congela en las nieves. Valedor de desvalidos como el humanista,  el luchador social, el médico que cura nomás por curar, no el que cura nomás por cobrar. Por contras:

El horror de esas fieras entrenadas por los represores para morder, desgarrar, triturar, arrancar a la viva fuerza tarascadas de sangre viva. Perros represores, los doberman son la lanceta del campo de concentración, la cárcel clandestina, la celda de tortura. Rodweiler, pitbull, sicarios, paramilitares asesinos de Acteal…

Los perros cautivos, desdichados a los que unos amos desaprensivos sepultan en jaulas y azotehuelas de este tamaño, miren. Nacidos para la libertad, se encanijan y agostan, y miden la jaula en un ir y venir obsesivo. A lo lastimero ladran a la luna, qué más…

Ah, perros impúdicos los de casa rica, de viuda rica, de solterona. Mantenidos en el lujo, la molicie, el salón de estética canina y la intimidad de sedas y encajes en el secreto de la recámara, padrotillos son, vividores complaciente de los desahogos de dueñas crepusculares. ¿Alguno ha presenciado el beso de unos labios femeninos y los lengueteos de placer al unísono de unos belfos helados?

Los pobres perros de casa pobre. Tan mala vida es la suya que comen lo que sus dueños y viven como ellos. Parte son de la familia y tanta familiaridad comparten, que el chucho llega a cobrar rasgos de humano y el dueño los del animal. Y no fallezca uno de ellos, porque el sobreviviente, el duelo…

Los perros callejeros: duelo sin dueño ni hogar, nombre ni alias; anónimos cuerpos sarnosos y cuera tachonada de úlceras y mataduras, mapa vivo del áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada. De calle a calle y de este a aquel callejón van y vienen  acezando su ternura a la vil intemperie, su amor desdeñado por los que a lo desalado se alejan rumbo a qué rumbos. Allá va el chucho callejero, en los ojos la pitaña y en la boca el corazón. Y ese impulso de llorar, y ese acabar gruñendo. El,  allá afuera; yo, como él, pero acá adentro, encuevado en mi rincón. Pujando, gruñendo por no llorar…

Perros íntegros son, y honestos, no como esos chuchos mercachifles del trafique politiquero que en plan de huele-cuescos de Peña se la viven babeando por la pitanza,  acezando y lengueteando tras su ración de unas menudencias como estas: «La corriente dominante del PRD que comandan Ortega y Zambrano emerge como ganadora del Congreso Nal. Los Chuchos tienen la mesa puesta para conservar el control de las principales posiciones del partido. En el PRD pasará lo que los Chuchos quieran». (¡Guau!)