AMLO, suertudo

Suerte la del tabasqueño, mis valedores. Años y sexenios ha caminado el pantanoso terreno de la politiquería, y al parecer ni se ha encenagado ni sufrido ningún resbalón. Su fama pública, intacta; su poder de convocatoria, cabal; su arrastre entre las masas sociales, acrecentada. AMLO ha resistido medidas ilegales e ilegítimas, desde calumnias y desafueros hasta campañas de prensa erizadas de vituperios y el apodo de “Peje” con el que no logran rebajar  ante las masas la imagen del “peligro para México”. El tal, hoy día, tan campante. ¿Por qué?

¿Será porque a diferencia de los pragmático-utilitaristas, cuyo espejo distorsionado son los H. Alvarez, Fernández de Cevallos, Gustavo Madero y los talamanteros Chuchos de una Nueva Izquierda alquilona y migajera, el tabasqueño se mantiene fiel y leal a principios, a valores y convicciones?

Pero a ver, un momento: su imagen aún incontaminada la debe no sólo a sus propios méritos, sino también a maniobras que hasta el primer domingo de julio del 2006 instrumentaron la Casa Blanca, Marta y su segundo marido, treinta mega-ricos cimarrones, el alto clero político, los medios de condicionamiento de masas y tantos intelectuales orgánicos que, entre todos, lograron su propósito de descarrilarlo y que no llegase a  Los Pinos. A todos ellos le debe su flamante figura política, ya que de no ser por ellos López Obrador mal-viviría encuevado en Los Pinos odiado por unos y por los más,  despreciado.

Escalofriante, ­porque a estas horas sería el individuo más aborrecido de unas masas sociales lastimadas porque el miserable las habría engañado al incumplir la diarrea de promesas que barbotó en su campaña, y con toda razón, porque apenas acomodadas sus reales en el sillón de Los Pinos, su novatez como responsable del gabinete económico provocase una severa crisis económica y un deterioro creciente en el nivel de vida de las clases medias y populares. Tal vez.

Se entendería, entonces, que López Obrador no pudiese sacar de su bunker la punta del pie sin que se activase el hormiguero de guardias presidenciales,  tropas de asalto  y un equipo de logística que tuviese que aislar las 30 colonias circundantes, un francotirador en cada ventana, en cada azotea y en cada tinaco. Escalofriante, sí, porque por un inútil afán de legitimarse ya cargaría en su conciencia cosa de 40 mil cadáveres y una multiplicada cifra de viudas y huérfanos y multitud de dolientes.

¿Podría dormir? A Macbeth solo una víctima le espantó el sueño. ¿Qué  de somníferos y antidepresivos tendría que tragar y chupar López Obrador para lograr el sueño, así fuese crispado de pesadillas ensangrentadas?

De haber llegado a Los Pinos, ¿cuántas veces hubiese cambiado un mediocre por otro en su gabinete presidencial? ¿Su irrefrenable rijosidad de hombre inseguro e inestable emocional cuántos frentes de conflicto hubiese abierto en la claque política? ¿A los gobiernos de cuántos países habría confrontado?

¿AMLO, un presidente íntegro, responsable y patriota, que salvaguardase la soberanía del país, o al contrario: ya embrocada en el pecho la banda presidencial, como primera medida de gobierno  (“Borrachito me voy – hasta la capital – pa servir al…” Canten ustedes el resto.) se  hubiese ido a cuadrar ante Obama?

¿Con López Obrador en Los Pinos y por culpa del vacío de poder que generase su gobierno ya medio país se regiría por las leyes no escritas que impone el narcotráfico?

AMLO suertudo, flamante su fama pública dondequiera que él ande a estas horas. (Seguiré el lunes.)