El reciente periodo de vacaciones. Al tema nos referimos en la tertulia de anoche. En la charla salieron a relucir playas, tangas y fritangas, recalentamientos de sol y alguno (efímero, circunstancial) de catre y motel. La llegada del maestro interrumpió los alardes del don Juan juguero.
– Para quien permaneció en el DF ahí estaban, todos suyos, museos, zoológicos, los murales de Diego, Orozco, O’Gorman. Si salieron a carretera: en Guadalajara extasiarse frente al rostro del Hidalgo de Orozco, en el Palacio de Gobierno, y ante el «Hombre Pentafisico, o «El hombre en Llamas», en el paraninfo del Hospicio Cabañas. «¿Visitó usted, señor valedor, el Museo Goitia, en la bizarra capital de Zacatecas? ¿Contempló una vez más el admirable patetismo de Tata Jesucristo?» -el maestro.
Intenté ponderar esa maravilla pictórica, pero el entusiasmo se me había congelado: allá, afuera, Pedro Infante juraba a gritos que «Mis compañeros / son mis buenos animales / chíii-vos y mulas / y uno que otro viejo güey».
Un repentino silencio. Luego, Don Tintoreto: «¿Dijo son mis buenos animales? Me pareció escuchar: «son mis buenos familiares».
-De haber dicho «familiares«, a sus cualidades hubiese añadido la de profeta -el maestro, que luego sacó a relucir el cuajarón de oros y adornos barrocos y churriguerescos de las capillas de El Rosario, en Puebla, y Santo Domingo, en Oaxaca. Yo apenas lo escuchaba, por escuchar allá afuera el amorato corazón que, aquí adentro, hacia latir mi corazón. Cursi
– Pepe el Toro no muere ni va a morir, me caí -le cayó al Síquiri.
Porque logró la trascendencia, pensé entre mí; esa necesidad espiritual del humano que, junto con el arraigo, la identidad y la vinculación, nos confieren salud mental Acuciante es la necesidad de «no morir del todo», que dijo Gutiérrez Nájera. Después de muerto seguir viviendo en la memoria de quienes se beneficiaron con obras que en su provecho realizamos en la vida El maestro, que me adivina el pensamiento:
– Trascendencia a la que todos aspiramos. Piensen en Bach, en Pasteur, en Miguel Angel, en tantísimos beneméritos. Oigan afuera: la manipulación de los «medios» ha efervorizado a las masas con la figura de Pedro Infante, que más allá de la carencia de obra que aproveche a esas masas que lo idolatran, con, por y para ellas tanto logró trascender que hoy día está más vivo que nunca. ?iganlo. «Cuando lejos te encuentres de mí…»
Pues sí, pero aquí lo trágico: aquél de nosotros que no pueda modificar su entorno para provecho de algunos (esa vía de agradecimiento a Dios o a Madre Natura por el don de la vida), también va a buscar y lograr, a lo negativo, la trascendencia La Mata-viejitas, el Mocha-orejas. De súbito se me vino el ejemplo definitivo. Dije: «Erostrato, maestro».
– Erostrato, dijo él. ¿Saben ustedes quién era el tal? No un filósofo ni un general de vida hazañosa no. (Caminó al librero y tomó un diccionario. Leyó en alta voz): «Erostrato, pastor de Efeso que, queriendo hacerse célebre mediante alguna acción memorable, incendió el templo de Diana en Efeso, una de las siete maravillas del mundo». Miren si el pastor logró que lo recordásemos, que su nombre se guarda en todos los diccionarios. Ah, contertulios, en nuestro país cuántos Eróstratos tienen garantizada su supervivencia por la vía negativa comenzando con el cabrero de La Estancia, San Cristóbal y El Tamarindillo, conocido con el alias de Mr. Prozac, ese al que difícilmente olvidaremos tantos, y al que tanto recuerdan y recordarán en los recordatorios familiares con todo y su «primera dama«. ¿Cuál de sus predecesores habrá asegurado trascendencia como ella? De los parientes incómodos, ¿cuál, más allá de Raúl Salinas, tiene asegurada la memoria en sus víctimas como esos hijos de toda su reverenda Marta que son los Bribiesca Sahagún? Piensen también en Montiel y su camarilla en la Gordillo y la suya en ?scar Espinosa y en uno de los tantos Madrazos que nos asestaron…
Silencio. Afuera, el esquilón de Animas en vano intentaba imponerse a Pedro. Una sirena a lo lejos. Los contertulios, uno a uno y dos y dos, se fueron yendo por la puerta Alguno, a la vista de La Lichona, soberbia vista se fue tarareando «Me he de comer esa tuna / desde la ráiz hasta el güeso«. Yo derechito, a la querencia del catre. Pero de pronto aquella zozobra De estar tendido me di el levantón, y frente a la Guadalupana me arrodillé, me la persigné, alcé los brazos al cielo (al techo), y desde el fondo del corazón:
– ¡El que tú sabes, Morenita, Erostrato irredento, sabedor de que como político nunca alcanzará la trascendencia y aplastado por la popularidad de El Peje y el carisma de Ebrard! ¡Que ese no vaya una noche de estas e incendie tu vera efigie en el ayate de Juan Diego! ¡Cuídate de ese Erostrato, Virgencita.!
Y aquel insomnio. (En fin.)