(Que ustedes lo entiendan, mis valedores. «Muladar» se publicó en nuestro METRO apenas en diciembre de 2004, pero hoy, cuando aún les debo la 2a. parte de El Cristo del Estacionamiento, levemente actualizada se las presento otra vez. ¿Por qué? Entiéndanlo ustedes. Vale.
La náusea, sí. ¿No le ha sucedido a alguno de ustedes que en plena comida presencien o se les venga a la mente la vocación de alguna escena tan asquerosa que los fuerce a la arcada? A mí me ocurrió anteayer, mientras devoraba un sustancioso desayuno neoliberal de café negro con gallinas, camellos y un burro de buen tamaño (galletas de animalitos), aquello que se me presentó frente a los ojos me forzó a la evocación de la basura, la inmundicia, el mulada con que me fui a topar en los derrumbaderos de mi Jalpa Mineral, y de esto hace luengos ayeres. Tal es uno de los últimos recuerdos que me quedan de mi terruño y de mi padre Juan, qué tiempos…
?l y yo frente a la basura. Jalpa aún no se modernizaba, pero mi padre había alcanzado la cumbre de su edad, experiencia, sabiduría, lucidez. Como si lo estuviese viendo: él y yo a media mañana y a medias del callejón en declive que allá abajo iba a dar a los terrones orilleros de un «aprendiz de río», seco en aquel tiempo de secas. Y un calorón, y un sol como toro en brama que en la pelleja de una tierra ávida generaba, como espasmos de matriz, reverberancias. Y el callejón, muladar que ventosea tufos nauseabundos de perros muertos, heces humanas, moscas, pudrición. Mi padre desnudaba para mí la entraña recóndita de nuestro Jalpa Mineral, su ánima y estilo. ¿Pero elegir semejante foco de pestilencia…? Su índice apuntaba, más allá de la madre seca del río, a las broncas estribaciones de la sierra, amontonamiento de cerros sobre cerros, crestas encima de crestas, barrancos y, fauces fieras, descomunales, hileras de rocas que brotan de unas encías de tierra árida. Mi Jalpa Mineral, que tras de siglos de ausencia visité el tanto de horas.
– Para que allá donde pasas tu vida nunca vayas a olvidar tu raíz y cordón umbilical. ¿Ves el peñascal engrifado en el lomo de la sierra? Fue ahí donde se encontró con su muerte aquel Antonio Figueroa mentado, varonía cabal. Bajaba el cristalero de juída cuando se vio con los de Calles detrás, y por delante las peñas. No lo pensó. ¡Viva Cristo Rey!, y el brinco a los peñascales. Dios lo tenga en su santa gloria. Mi hijo, ya en tu tierra no hay hombres. Todos en California. Aquí puras mujeres que se mueren de soledad.
Yo, aquella náusea: basura, carroña, deshechos humanos, un perro muerto que se hincha al sol, desgarrándolo, cuervos, auras, zopilotes. El hedor me descomponía. Años y lugareños habían venido apilando en el callejón montones de desperdicios enfrente del rastro municipal (las víceras, comelitón de rapaces). Frontera de rastro, la tenería vaciaba su halitosis de cueros en curtimiento. Yo, aquél mareo. Pensé: mejor haber visitado la plaza (desde donde se ve su ventana; la tuya, mi primerizo amor, uno tan grande que no me cabía en el pueblo). Pero mi padre elegir el muladar. Haya cosa…
– Jalpense fue Jovita Valdovinos, cristera bragada, con cientos a su mandar. En la sierra emboscaba a los pelones. Dicen los díceres que acabó por defeccionar. Allá ella con su conciencia, mi hijo…
El aire envenenado de carroña, boñiga, pudrición, fermentos. Yo, dudando si respirar. «Padre, que me estoy sintiendo mal. Estos olores…»
– Tu tierra dio revolucionarios de calibre de José Isabel Robles, búscalo en la historia. Jalpa varió a priista, a panista, ora anda de pan-perredista, con Amalia García empanizada. Ah, huérfanos: de principios y convicciones. Que tú nunca, antes te tumbas el apellido, porque un varón…
No pude más: «Padre, este hedor me descompuso el estómago. La cabeza me da vueltas. Náusea. Creo que voy a volver el estómago…»
– Hijo, por vida tuya: que cuando me llame Dios vengas y me eches la tierra junto a tu agüela en el mismo rincón del camposanto…
– Padre, voy a vomitar…!
Ah, don Juan, ah, sapiencia. ?l, mirándome con su modo de mirar, que me taladraba hasta llegarme al hondón donde almaceno los remordimientos. «Así que no aguantas el hedor. Yo quise tantearte la resistencia. ¿Pues qué, no has resistido un muladar mil veces peor? ¿No vives en la misma ciudad con Los Pinos, los partidos políticos, los industriales, la tele, los paisas? ¿Y esa pobre pestilencia no la resistes…?
Yo agaché la cabeza. Qué más. ¿Por qué el recuerdo y la náusea? El sábado, al desayunar, miré el diario: ahí, tras el voto que propicia el desafuero de AMLO, el PRI justificándose; «Ninguna autoridad puede colocarse al margen de la legalidad y utilizar su fuero para vivir en la impunidad». Lo leí, lo releí. (¡Agh..!)