En Occidente, la gente piensa de manera visual.
Muy cierta la frase que acaba de expresar una Laura González en el matutino, como cierta también la de Samuel Palma César: «Sartori es un autor para releer». Esto digo yo, a pesar de que acaba de ser vejado con esa plaga inevitable del «premio», otorgado por no sé qué ni por quién. De Giovanni Sartori releo ahora mismo no su análisis en torno a asuntos de democracia y demás vericuetos de la ciencia política, sino sus reflexiones, tan actuales aquí y ahora, del «hombre simbólico» frente a la televisión. Porque, mis valedores…
Mucho conoce Sartori acerca de los medios de condicionamiento de masas, conocimiento que vació en un volumen centrado en el cinescopio en cuanto avance portentoso de la electrónica, pero frenazo, o más bien regresión, en lo que atañe a la marcha hasta entonces ascendente de una civilización que se inició con el lenguaje oral, el jeroglífico y la escritura cuneiforme, para avanzar con el papiro, el libro, el periódico, el telégrafo y el teléfono. La radio fue la culminación de un proceso que alejó al hombre de su ancestro el primate y lo convirtió en animal symbolicum y homo sapiens. Pero, se duele Sartori, llegó la televisión y lo degeneró en homo videns…
¿Por qué la TV es regresión, si representa un avance descomunal en cuanto a medios electrónicos? ¿Por qué, si puede ser un soberbio auxiliar en la difusión de la cultura? Por esto, explica Sartori: del jeroglífico a la radio se emplearon signos, vale decir conceptos, abstracciones, un lenguaje de naturaleza simbólica, que fuerza al cerebro a decodificar sonidos y signos escritos. Este lenguaje simbólico nos elevó sobre el primate, sí, pero llegó la TV y nos cambió símbolos, conceptos, por imagen. Con (y en) el cinescopio nos «informamos» viendo, sin tener que involucrar el cerebro para la interpretación de símbolos. El lenguaje de la imagen se entiende aquí y en China, lo que no ocurre con el lenguaje simbólico, escrito u oral.
Ah, pero «una imagen vale por mil palabras», juran los publicistas. ¿Tanto vale? Mentira vil de los tales, afirma Sartori, y al decirlo en una entrevista de televisión su presencia tuvo sentido porque se expresó, es obvio, con un lenguaje oral. Una palabra, con su enorme fuerza y riqueza de evocación y significados, vale por mil imágenes, asegura. ¿La prueba? La propia televisión, que no puede bastarse con el puro lenguaje visual. Nos faltaría el necesario contexto, la explicación, que sólo la palabra proporciona, sea escrita u oral. El cinescopio…
Y aquí el motivo de que la TV haya significado un retroceso en la cultura y la civilización: captamos la imagen con sólo verla, sin necesidad de que las neuronas la decodifiquen, y ello nos acerca, una vez más, al primate. Para tantos de ustedes, adictos al cinescopio, ¿por qué no meditarlo en lo que pasa el desfile de los anuncios comerciales que trozan las peripecias de la telenovela, del talk-show, el clásico pasecito a la red o la apología de la nota roja en eso que apodan «noticiero»? Sí, todo lo indigesto y manipulador del cinescopio con que nutren su espíritu tantos de ustedes. Y aquí lo grave:
«La imagen no da, por sí misma, casi ninguna inteligibilidad. La imagen debe ser explicada; y la explicación que se da de ella en la televisión es insuficiente. Si en un futuro existiera una televisión que explicara mejor (mucho mejor), entonces sí, una integración positiva entre homo sapiens y homo videns se podrá reanudar. Pero por el momento, no hay integración. Por tanto, el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender» ¿Más claro..?
Pero algo aún más grave en la metamorfosis del homo sapiens en el homo videns que genera la TV: ésta no es sólo instrumento de (des)información, sino también de (malformación del niño y el adolescente, los cuales cambian el libro por el cinescopio. Antes de ingresar a la «escuela aburrida» ya fueron (mal)formados por la «escuela divertida», a la que dedicaron y dedican ya cuando jóvenes y de adultos varias veces las horas que al aula y al libro. Y el niño es una esponja que «registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve, ya que aún no posee capacidad de discriminación». Así, el niño se va a convertir en un nuevo tipo de ser humano, «reblandecido por la TV que produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción, y con ella toda nuestra capacidad de entender». Ese pobre de espíritu nunca va a incorporar a sus costumbres el hábito de la lectura. Y aquí ese lugar común que repiten como loros políticos y mentores: «El niño representa el México del futuro».
Con tal generación de hijos de la TV, mis valedores, ¿qué futuro le aguarda al país? De internet, cibernavegación y validez de referendos y consultas ciudadanas escribiré un día de estos. ¿Les interesa? (Aguarden.)