El hincha, mis valedores. Tal es el título de algún relato del escritor argentino Mempo Giardinelli que creo les conté alguna vez, y que hoy viene como dedo al anillo, qué mal se oyó, porque delinea el retrato hablado -escrito- del fanático del equipo de fútbol. Un hincha, sí; no el alborotero villamelón que a la manipulación del cinescopio surge en los torneos internacionales, sino ese hombrecillo que a lo terco dedica toda una vida de fidelidad al fervor del equipo de cuyos triunfos y fracasos se erige en héroe por delegación. De ese barro fue moldeado un Amaro Fuentes, el protagonista de El Hincha al que Giardinelli trata con admiración y yo leo con la lástima que me produce cualquier pobre de espíritu. En fin, que impresionado todavía por los desarreglos, desfiguras y demasías que el rodar de un balón ha provocado en unas masas que así se dejan enajenar, va aquí, por que nos miremos en tan melancólico espejo y tal vez queramos, podamos reflexionar, lo esencial de El hincha, que arranca con la noticia: «El 29 de diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield se clasificaba campeón nacional de fútbol. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez sarsfield». Y el inicio del cuento-. «Goool de Vélesársfiiil! -gritaba Fioravanti.
¡Gol! ¡Golazo, carajo! -saltó Amaro Fuentes frente al receptor.
Y años más tarde, avecindado en Asun-ción y nostálgico de su Buenos Aires: «Con el paso de los años se convirtió en un solitario, aferrado a una sola ilusión. La vejez le cayó encima con el creciente malhumor, la debi-lidad de su vista, la pérdida de los dientes, la artritis. Como nunca había ahorrado dine-ro, ni había sentido jamás sensualidad algu-na que no fuera su amor por Vélez Sarsfield, su vida continuó plena de carencias (…) Su cuerpo lleno de arrugas, su pasividad, su es-toicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco…»
Y que el campeonato era el único sobre-salto que esperaba de la vida monótona, «que parecía que sólo se justificaría si Vélez salía campeón». Y el bloque final del relato: «Goool de Vélsársfieeel!…!
Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente co-mo Fioravanti la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fút-bol. Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando estaba por finalizar el partido, Ama-ro estaba de pie, lanzando trompadas al ai-re, dando saltitos y emitiendo discretos alari-dos. Dio la vuelta olímpica alrededor de la me-sa, corrió hacia el ropero, eligió la corbata con los colores de Vélez y su mejor traje y salió a la calle (…) Caminó hacia la plaza; el crepúsculo se insinuaba sobre los lapachos y las cigarras entonaban sus últimas canciones vesperti-nas; frente ala iglesia se acercó ala parada de taxis, eligió el mejor coche, uno nuevito, y su-bió a él con la suficiencia de un ejecutivo que acaba de firmar un importante contrato.
– A recorrer la ciudad, Juan, y tocando la bocina. Vélez salió campeón.
Bajó los cristales de las ventanillas, extra-jo el banderín del saco y empezó a agitarlo
al viento, en silencio, con una sonrisa emo-cionaday el corazón galopándole en el pecho, sin importarle que la solitaria bocina desen-tonara con el atardecer ni lo que le costaría el taxi, pero carajo, se justificó, el campeona-to me ha costado una espera de toda la vida y los muchachos de Vélez se merecen este ho-menaje a mil kilómetros de distancia.
En La Estrella, Amaro vio la larga me-sa de habitúes que los domingos al anoche-cer se reunían para comentar la jornada fut-bolera, y que cuando descubrieron el taxi, con la solitaria banderita asomándose por la ven-tanilla, se pusieron todos de pie y empezaron a aplaudir.»Más despacio, Juan, pero sin de-tenemos» -dijo Amaro mientras se esforzaba por contener esas lágrimas que resbala-ban por sus mejillas como gotas de lluvia, y los aplausos de la barra de La Estrella se torna-ban más vigorososy sonoros, como si supieran que debían llenar la tarde sólo para Amaro Fuentes, el amigo que había dedicado su vida a esperar un campeonato, y hasta alguno gritó viva Vélez, y Amaro ya no pudo contenerse y le pidió al chofer que lo llevara hasta su casa.
Entró en silencio. Su corazón se agita-ba desasusadamente. Un cierto dolor pare-cía golpearle el pecho desde adentro. Necesitaba acostarse. Lo hizo, sin desvestirse, y encendió la radio a todo volumen. Un equipo de periodistas, desde Buenos Aires, relataba los festejos. Suspiró, y sintió ese golpe seco en el medio del pecho. Abrió los ojos, mientras intentaba aspirar el aire que se le acababa, pero sólo alcanzó a ver que los muebles se esfumaban, justo en el momento en que el mundo entero se llamaba Vélez Sarsfield».
A todos ustedes, los millones de Amaros de mi país: felicidades, ya pueden morirse en paz. ¡Son campeones del mundo! ¿Son? (Ah, paisas…)