Hoy no hubo fabulilla

Hoy 22 de febrero del 2006 no apareció la fabullila de Tomás Mojarro en el Diario METRO.

En un evidente error, se publicó el Artículo de Rafael Ruiz Harrell en el espacio del Maestro Mojarro.

Compañeros del periódico METRO traten de ser más cuidadosos en su trabajo por favor.

Teléfono de atención al lector de METRO 56-28-75-75

Destino de pueblos débiles

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a vivir una perpetua infancia…

Por ello mismo, mis valedores, no olvidar que fue un día como el de mañana, 22 de febrero, cuando Francisco I. Madero y José Ma Pino Suárez cayeron abatidos por las balas que mandó disparar un tal Cárdenas, mandado por un tal Victoriano Huerta, al que ordenó el genocidio un tal Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Lóbrego.

Porque tal es el destino de los pueblos débiles, los de gobiernos cómplices o entreguistas que en los más renegridos episodios de la historia nacional y sus más grandes desgracias aparezca el representante de Washington, de Joel Poinsett, determinante factor en la pérdida del 55 por ciento de territorio nacional, a «Tony» Garza, que cuando la intervención armada de Bush contra Iraq, así amenazaba:

El gobierno de Fox podría pagar un alto costo político en las relaciones bilaterales si en el debate sobre Iraq vota contra los deseos de la Casa Blanca.

Todo esto en el México del Hotel María Isabel Sheraton y el acatamiento a leyes extraterritoriales de Washington para expulsar a los 16 cubanos que se entrevistaban con industriales de Estados Unidos. La historia, mis valedores, no es eso que enseñan los libros de historia La historia es una gigantesca zopilotera y un gran hedor. Díganlo, si no, las relaciones de México con sus vecinos distantes. México, que a lo largo de su historia ha tenido que soportar, a querer o no, figuras siniestras como la del susodicho Henry Lane Wilson que los autores señalan como autor intelectual del magnicidio de Madero y Pino Suárez. Aquí, como para probar nuestra capacidad de asombro, vergüenza e indignación, la crónica del propio Wilson, ese que tras su acción predatoria cayó en desgracia de Washington y en el licor:

«Aquel día 18 de febrero de 1913 determiné que yo debía adoptar bajo mi propia responsabilidad una medida decisiva para restaurar el orden en México. La situación era esta dos ejércitos hostiles se encontraban en posesión de la capital y toda autoridad civil había desaparecido…

En varias calles de la ciudad comenzaban a aparecer siniestras bandas de salteadores y ladrones, y a lo largo de las vías públicas desfilaban hombres, mujeres y niños a pinto de inanición. Alrededor de 35 mil extranjeros, a los que el desarrollo del bombardeo puso al parecer bajo la protección de la embajada, se hallaban a merced de la chusma o expuestos al tiroteo indiscriminado que en cualquier momento podía iniciarse entre las fuerzas de los generales Huerta y Félix Díaz, involucrando así de nuevo las vidas y la propiedad de quienes no eran combatientes.

Sin habérselo consultado a nadie, decidí pedir a los generales Huerta y Díaz apersonarse para deliberar en la embajada, territorio neutral que podría garantizar buena fe y protección. Mi objetivo era hacerlos llegar a un acuerdo para la suspensión de hostilidades y para que conjuntamente se sometiesen al Congreso Federal.

Cerca de la hora señalada, bajo la protección de la bandera norteamericana, el general Díaz se presentó acompañado de funcionarios de la embajada y de dos o tres personas escogidas por él. Al entrar me agradeció muy encarecidamente que pretendiese yo lograr la paz mediante mis buenos oficios.

Después de presentarlos a algunas damas y otros amigos en la embajada, acudí a la puerta principal para recibir al general Huerta que justamente llegaba, escoltado oficialmente por la protección de la bandera norteamericana

El escenario afuera y adentro de la embajada era impresionante al intercambiarse los saludos oficiales. Se había instalado la iluminación eléctrica adicional y ella permitía visualizar plenamente el tinglado…

Había probablemente veinte mil personas apretujándose en las calles contiguas a la embajada, y la embajada misma estaba atestada hasta el desbordamiento de norteamericanos, de diplomáticos y de oficiales de Díaz y Huerta Eran momentos trágicos: con todo, no era una escena sombría el resplandor de las luces, la gallardía de los uniformes y la presencia de las mujeres abrillantaba y vivificaba el cuadro. No perdí tiempo en llevar a los dos generales, Díaz y Huerta, a la biblioteca de la embajada donde, para mi consternación, ambos se hicieron acompañar de numerosos asistentes y consejeros. Esos llamados asesores no tardaron en enfrascarse en conflictos verbales que prometían tener duración desconocida e infinitas posibilidades. No era este el propósito de la maniobra que yo había urdido». (Seguiré con el tema)

La situación de México: intolerable

«Pues sí, pero yo voy a poner orden», se engallaba el embajador de Estados Unidos en nuestro país. De esto hace ya 93 años, cuando ocurrió uno de los sucesos inscritos en la historia negra de México. Mis valedores; un día como hoy, pero de 1913, dos varones amanecieron presos en una celda. Sus horas estaban contadas y su suerte echada. Ellos aún ignoraban que traición y felonía les cortarían la vida, pero los asesinos ya alistaban las armas. Las víctimas: un presidente y un vicepresidente de México: Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. La orden de disparar el arma asesina salió de uno apellidado Cárdenas, al que ordenó otro de apellido Huerta, a quien manipulaba el que la historia ubica de asesino intelectual, un tal Mr. Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Es México.

El magnicidio se perpetró en la tenebra noche de un día como el de pasado mañana, 22 de febrero, pero de 1913. Un ex-rural y mayor del ejército, Francisco Cárdenas, comandó el piquete de asesinos y aplicó a los cadáveres el tiro de gracia. Detrás, encuevados en sus madrigueras, cinco felones aguardaban la «buena noticia» del magnicidio: Aureliano
Blanquet, Félix Díaz, Manuel Mondragón, el cabecilla del trío, Victoriano Huerta, y el titiritero que movió todos los hilos de la conjura: Henry Lane Wilson, embajador norteamericano. La historia, mis valedores, no es eso que enseñan los libros de historia; la historia es una gigantesca zopilotera y un gran hedor. Aquí, para que no perdamos la memoria histórica, o para recuperarla, en su caso, transcribo fragmentos de la solicitud (tendenciosa, amarillista, exagerada) en la que Wilson pedía al Presidente W. Taft la intervención de la armada de su país:

«No hay duda de la inmediata necesidad de enviar a los puertos mexicanos formidables unidades de guerra, con suficiente número de soldados que puedan desembocar con destino a los puertos del Atlántico y del Pacífico. También deben darse señales visibles de actividad y prevención en la frontera. Aquí estamos formando una guardia de extranjeros. Pronto podré anunciar que ha quedado efectivamente organizada. Porque este estado de cosas ya no puede continuar. Madero es un loco, un fool, un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad para el ejercicio de su cargo. Madero está irremisiblemente perdido. Esta situación es intolerable, pero yo voy a poner orden…

El Gral. Huerta es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabe lo que quiere y cómo alcanzar su objetivo. No creo que sea muy escrupuloso en sus procedimientos, pero lo creo un patriota sincero y, hasta donde mis observaciones del momento me permiten formar una opinión, se separará gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y el restablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. ?l acaba de enviarme un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder, y que el plan ha sido perfectamente meditado…»

Y llegó el 19 de febrero de 1913; Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos; el asesinato sobrevendría tres días después. Wilson se reunió con todo el cuerpo diplomático. Su brindis: «¡Esta es la salvación de México! En adelante habrá paz, progreso y riqueza. Lo de Madero lo sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy en la madrugada. ¡Salud!»

(En la tarde del día 20, un día como hoy, la señora Sara Pérez, esposa del presidente Madero, con una de sus cuñadas se presentó ante Lane Wilson y le solicitó interpusiera su influencia para salvar a los detenidos. La respuesta de Wilson:

– Vuestro marido, señora, no sabía gobernar; jamás me pidió ni quiso escuchar mis consejos. El Sr. Huerta hará lo que mejor convenga».

– Señor, otros ministros se esfuerzan por evitar esa catástrofe.

– Ellos… ellos no tienen ninguna influencia. – Y despidió a la esposa del presidente Madero.)
En la fiesta del cuerpo diplomático, donde Wilson brindó por un México gobernarlo por Huerta, algún diplomático preguntó:

– ¿No irán a matar esos hombres al Presidente?

– Oh, no. A Madero lo encerrarán en un manicomio. El otro, Pino Suárez, ese sí será fusilado. Es un pillo, y nada se pierde con que lo maten.

– No deberíamos permitirlo, clamó el ministro de Chile.

– Ah, replicó entonces Mr. Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país; ah, no, que en los asuntos interiores de este país no debemos mezclarnos. Allá ellos, los mexicanos…

La historia de los vecinos distantes, esa zopilotera, ese hedor. Tony Garza, hotel Sheraton. (México.)

¡Mi reino por un caballo!

Tal exclamó Ricardo III, lo jura Shakespeare, cuando en el combate le mataron la bestia, y al intuir su propio final intentaba evitarlo poniéndose a salvo. Yo, porque me auxilie en situación conflictiva, clamo a toda voz: ¡Mi reino por un jinete, o se agrava la situación! Un buen jinete, como el de la añeja fabulilla que a la letra dice:

Han de saber sus mercedes que en algún poblado de aquellos vivía un artesano viejo, sastre de oficio y de nombre Próculo, que era lo que se dice un alma de Dios, corazón de malvavisco y condición tan tiernita que rayaba en la debilidad. Y ya lo dice el cantar de mi tierra: «El bueno pica a bandejo». Así era el buenazo de mi don Proculito, sastre de oficio…

Y ocurrió, mis valedores, que este bueno de don Próculo con el tiempo derivó en solterón, porque aquel carácter de queso tierno, tal temple de jericalla no le alcanzó para agencias de una compañera amantísima, esa la sin par Nallieli que habita junto a nosotros, los que nacimos con esa buena fortuna; la amadora amante que para nosotros es todo, y tantito más: tuétano, almendra y puntal del oficio del diario vivir, y esto me lo van a entender aquellos de ustedes que saben de varonía y corazón de pan fresco, como es el mío. Perdón, y sigo.

Este bueno de don Próculo, a falta de hembra para asuntos de amor, había cifrado sus ilusiones en un caballo. Era aquel su sueño, que soñaba dormido y despierto, soñándose entre jinete galano, galán que en penco lomo gateado se paseara, lucidor, del puente a la alameda y del parían a la plaza de armas, en cosas de lucimiento, de quedar bien. Galano, el sastre del cuento.

Así era la cosa, mis valedores: cachondeando su sueño de todos los días, mi señor don Próculo fue ahorrando centavo a centavo que le sobraba de alforzas, pespuntes y dobladillos, hasta el día aquel en que andado el tiempo llegó a juntar los oros bastantes para hacer vivo su sueño, el anhelo, la gran ilusión: un retinto bailador, qué les parece…

¡Helos, helos, por do vienen, caballo de fina estampa, cuatralbo, alazán tostado, con un lucero en la frente, soberbio animal, con el sastre encima! Y a darle gusto a la vida, mi don Próculo jinete en el pajarero manojo de temperamento. A darle gusto a la vida, que es la única que tenemos…

Darle gusto es un decir, porque apenas sentía al sastrecillo sobre los lomos, el penco sobrón se alzaba, entero él, y válgame, lo que entonces ocurría: que el bruto hacía lo que sus reverendas criadillas le iban dictando, y al cuerno rienda y espuelas. ¿Que el sastre decía media calle y el penco media banqueta? Por la banqueta nos íbamos, a querer o no. ¿Que don Proculito decía calle real, y el cuaco callejón de las güilas? Por frente a la daifas pasábamos, y a enrojecer a las risotadas de las del gusto, que para eso había mucho caballo para tan menguado Próculo. No, si les digo…

Y fue así, mis valedores, como vino a suceder: un domingo de aquellos, a la hora de misa mayor, cierto charrito cerrero quedóse viendo al caballo. Cetrino el hombre, seco
de carnes, estevadas las zancas, percudida gamuza de chamarra y pantalón, espuelas y cuarta dé cuero crudo; varón aquel de los buenos cristianos que nacen, crecen y estoy por decir que se reproducen a lomos de penco. Y algo estaba por suceder, porque..:
Ahí miró al animal, ahí lo fue semblanteando, lo observó aquel chico rato, y entonces, al sastrecillo, que sesteaba al pie: «Oiga, don, si me hiciera la valedura de emprestármelo un su ratito pa sentirle la condición…»

Y sí: de un brinco, el charrito estaba horquetado en el penco y lo animaba con suave chasquido de labios: «Tch, tch caballo…» Y fue entonces. Aquel alazán sobrón, apenas sintiendo jinete encima, decidió que era bueno el atrio del templo para corcovos, a esa hora dominguera en en que mozas y demás gente de bien salían de sus devociones rumbo a la plaza mayor. Entonces (fijaros bien), que ante lo desbozalado del bruto el charrito mete un apretón de zancas, un recio tirón de rienda, un enterrón de espuelas por las verijas y aquel santo reatazo en el anca: «¡Penco carbón!»

Y que asegunda el cuartazo en las ancas, «¡Jijodiún…!»

Dicen los viejos de la comarca, y al decirlo sonríen con los puros ojos, que al poderío de la rienda y pegando ardido sentón de nalgas, el penco desobediente, un calambre el ardor del cuartazo, giró la testa y con espantados tomates miró al charrito. Entonces, baba sanguinolenta y quebradita la voz, dijo así a su mandón:

– ¡Ay, mi señor, perdóneme, creí que era don Proculito..!

Mis valedores: frente al sobrón penco gringo, yo digo: ¿ningún buen jinete? ¿Puro don Próculo Fox y don Proculito Derbez? «Si seguimos por este camino…» (Dios.)

¡Que muera México…!

Como en los Estados Unidos de América nos es dable producir casi todo lo que la imaginación puede abarcar, con excepción de ciertos artículos valiosos que se dan en la tierra y en el océano y son producto exclusivo de la zona tórrida, de México los extraeremos en propiedad (…) En especial oro, plata y cobre, pero fundamentalmente petróleo…

Ficción o certeza el párrafo anterior, que publica ?scar Aguilar Siller en su libro titulado ¡Que muera México!, lo que enseguida transcribo sí apareció en diarios diversos de la Unión Americana, y aquí los reproduzco como para mejor entender el conflicto generado por la reciente expulsión de cubanos de cierto hotel ubicado al arrimo del Ángel de la Independencia. En The New York American correspondiente a 1922:

«No habrá un gobierno estable en México hasta que los Estados Unidos de América se decidan, e impongan uno y lo sostengan con valores y con bayonetas americanas. No hay escape posible de la lógica de la situación. Debemos cumplir nuestro deber en México. De hecho, deberíamos haberlo cumplido desde hace mucho. La salvación del pueblo de México sólo podrá realizarse por una intervención decisiva, poderosa, armada…»

La voz del genio de la América mestiza, nuestro cubano José Martí:

«Cuando un pueblo es invitado a unión con otro podrá festejarlo con prosa el estadista ignorante y deslumhrado. Podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que siente en su corazón la angustia de la Patria y vigila y prevé, ése ha de inquirir, y ha de decidir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitantes se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del pueblo invitado».

The New World, 1922. «La dificultad con los mexicanos estriba en que no entienden el espíritu de benevolencia que inspira al Presidente Harding. Han adquirido nociones exageradas sobre la inviolabilidad de la soberanía de México. Esto es lo que ha provocado toda la confusión. Pero el Departamento de Estado no se preocupa en lo más mínimo por ese sentimiento, ya que opera en beneficio de las empresas norteamericanas en México…»

La opinión de Munsey Magazine publicada a principios del siglo pasado: «No anexión, absorción es la palabra. Absorción, más bien que anexión. La historíanos da lecciones que permiten esperar confiadamente ese resultado: no anexión de México a Norteamérica, sino absorción. Esa es la palabra justa».

Este es el plan: puesto que no queremos sacrificar a nuestros jóvenes en una conflagración que aun cuando resultara incruenta nos haría distraer los arbitrios necesarios para próximas confrontaciones en Europa y en el Lejano Oriente, provocaremos en el país azteca una revolución fratricida. Podremos juzgar sobre la eficiencia de nuevos armamentos y haremos buenos negocios vendiéndoles municiones e implementos de guerra a los bandos en pugna.
(¡Que muera México!)

Washington, 1914. El Secretario de Estado, R. Lansing: «México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a uno solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto del liderazgo de Estados Unidos.

México necesitará administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a importar cargos importantes, y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que nosotros queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros…» (De acuerdo, Fox nunca ha estudiado. Ni aquí ni allá. El no, pero…¿y Derbez..?)

Noam Chomsky, investigador: «La próxima elección en México, gane quien gane, representará un cambio mínimo o nulo, porque no se modificará la estructura del poder real (…) El principal interés de los centros de poder mundial – Los Estados Unidos y el sector empresarial. Esto no sólo en México, sino en gran parte del mundo. ¿Quién en México se percata de que está votando por el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial?»

Es México. (Este país.)

Tan lejos de Dios

Medítese en lo que supone para millones de seres que toda su vida marche regida por una fuerza lejana, irresponsable y radicalmente contraria a su propio interés…

– Juan Marinello, político y pensador cubano:

¿Y cómo entender en su cabal dimensión episodios nacionales tan vergonzosos como este que ocurrió hace días con la expulsión de cubanos del hotel María Isabel Sheraton, de esta ciudad capital? ¿Cómo entenderlo sin acudir a letra de nuestra historia, letra que, si no la atendemos a tiempo, con sangre entra? ¿Cómo entender el presente sin acudir a la historia, esa estrella polar? ¿Cómo, si nunca tuvimos memoria histórica, o de tenerla la hemos extraviado…?

Y mis valedores: cómo pudiésemos pretextar que no podíamos entrever lo ocurrido, si ya desde el XIX nos lo advertía, visionario de nuestra América mestiza, el genio americano José Martí:

¡Cuidado! Norteamérica tiene sobre nuestros países miras de distintas de las nuestras. Cuidado. Jamás hubo en América asunto que requiriese más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los estados Unidos -potentes, prepotentes, determinados a extender sus dominios en nuestra América mestiza- hacen a las naciones americanas de menor poder…

Pero no sólo el patriota y apóstol: ahora mismo y aquí entre nosotros, en relación a la memoria histórica lo asegura Carlos Antonio Rojas, historiador:

«La enseñanza actual de la historia de México está muy atrasada. Se sigue pensando que esa disciplina es una ciencia que estudia el pasado. Esto es grave, por no enseñarnos la historia de una forma que nos ayude a explicarnos el presente (…) y no hay un rescate de la memoria de la sociedad. Ante conflictos y hechos políticos, se reacciona de una forma inmediatista, se pierde la perspectiva temporal vasta que nos explicaría los sucesos actuales…»

Cierto es, y con ánimo de oxigenar nuestra memoria histórica, van opiniones diversas del vecino imperial, vecino rapaz. En primer término, conceptos vertidos en 1871 por The Herald, de Nueva York:

«La condición actual de México no promete para el porvenir otra cosa que la anarquía. La nación se desliza sobre el precipicio con tal rapidez que es imposible detenerla. Ha tocado los límites de la desgracia y sus directores parece que están determinados a completar su rutina (..) Tal situación de cosas ha seguido hasta llegar a una total bancarrota, sin que goce ya de crédito interior ni exterior (…) México será tarde o temprano absorbido por los Estados Unidos. Tal es su destino manifiesto…»

Y en 1908, The Times: «Basta una ojeada al mapa de América para comprender que México forma geográficamente, y por otros conceptos, un todo con los Estados Unidos. Sus ferrocarriles, que enlazan todos los puertos y ciudades importantes, son en realidad una expansión de nuestra red ferroviaria. Sus costas, continuaciones no interrumpidas de las nuestras. La superficie es aproximadamente igual alas superficies combinadas de Inglaterra, Francia, Alemania y Austria-Hungría. ¡Hermosa provincia tropical, en verdad, para adquirirla para nosotros…

La predicción del lllustrated London News: «A menos que Dios realice un milagro, dentro de medio siglo México formará parte de la Unión Americana». Esto, mientras que en 1836 se vaticinaba en el Senado norteamericano: «El pabellón de las estrellas no tardará en flotar sobre las torres de México, y de allí seguirá hasta Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que reconoce el yanqui para sus ambiciones…»

The North American, 1847: «La anexión de México nos presenta la posibilidad más brillante. Sería muy más de desear que México viniera hacia nosotros voluntariamente, pero como no hemos de gozar de paz mientras que la anexión no se verifique, que venga, pues, aunque al principio sea haciendo uso de la fuerza. Como las doncellas Sabinas, México aprenderá pronto a amar a su raptor…»

El Charleston Courier, 1914: «Cada batalla ocurrida en México y cada dólar gastado en aquel país nos dará seguridades de adquirir territorios que ensancharán los dominios americanos hacia el sur, y el final será que los Estados Unidos de América adquieran un gran poder en el continente…»

Rotundo, The New York American, 1922: «No habrá un gobierno estable en México hasta que los Estados Unidos de América se decidan, e impongan uno y lo sostengan con valores y con bayonetas norteamericanas. No hay escape posible de la lógica de la situación. Debemos cumplir nuestro deber en México». (Mañana, el final.)

Que me siga la tambora…

Será el sopor de la tarde, mis valedores; será esta fatiga, el desánimo, el desencanto, tal vez esa especie de menopausia que acarrea la edad. Lo cierto es que yo, amador de cantatas, conciertos y sinfonías, ahora me he puesto a escuchar en el aparato, como en los años en que yo lucía, mis sones viejos, los de la tierra, mi tierra; sones de mariachi y jarabes, sones arribeños, abajeños, de tarima y los de tambora, que es decir los de mis derrumbaderos zacatecanos. Me puse a oírlos, y oyéndolos se me fue empantanando el ánimo de una terca nostalgia, una porfiada decepción. Y este desánimo…

Oí hace rato La culebra, Las olas, El cuatro, Las alazanas; cambié a La Chirriona y Los górgores, con sus frases apicaradas: De la pi- de la pila nace lagua – delaguá – delaguá caracolitos – señorá – señorá no vaya a lagua – donde lehá – donde le hace gorgoritos, seño-rááá… Y al zapateado aquel que entre falsetes se duele, se queja, llora: Si oyes tocar a difunto-no me reces agonías – que alcabo no me quisiste – que tú nunca me quisiste – como yo a ti te querla...

Han de dispensar, ustedes los que me atienden, porque de pronto se me ha contristado la enjundia del ánima, al pespunte de esos regocijamientos, como allá decimos, que me están faceteando de cuero adentro-, esos que han sido la alegría del diario vivir y que hoy, esta tarde…

Escúchenlos. Oigan esos instrumentos ejecutados -«ejecutados», en ocasiones- por manos gafas a punta de arado y barzón-, manos de esos mis músicos cimarrones que son los mantenedores de la buena música de la buena tierra. El pregón lamentoso:

Ay, Virgen del Patrocinio -ayúdame con mis penas – mi vicio son los conquianes – y las mujeres morenas…

Distingo los instrumentos; ese que lleva los arreboles de la primera de sol mayor, o sea el de la voz cantante, cantarína, es el clarinete. Juguetón él, medio sentimental, un tanto cuanto llorón cuando se propone reblandecer voluntades – femeninas-, y un su poquito de amalditado cuando de olvidar se trata, jijodiún…

Ese que se le ahija al cuadril es el saxofón, haciéndole una segunda que va laderean-do, contrapunteándosele como pariente mal avenido, yéndosele de pronto por la travesía, como al sesgo, como buscándole dificultades. Pero qué de armonías en tono de sol; mis paisanos no me dejarán mentir…

¿Y qué me dicen de la flauta de dulce voz, descarmenadora de hilitos de oro, paridora de esos lloraderas de música que salen del mero cogollo del corazón? Esa flauta es, en la banda pueblerina, pura mielecita en penca, un cuajarón barroco como la cantera del frontispicio en la ermita de Ajusticiados. Y esta nostalgia, terca como un repentino sarpullido…

Viéneseme a la memoria aquel trombón con que se lucía el mi señor tío don José Encarnación, ciudadano de Las Güilotas, Zac., y padre natural de mi primo el Jerásimo, el cual tío retacaba de fiorituras las callejas de mi niñez con aquel madrigal romántico donde el machismo ha encontrado su cabal y aborrecible expresión al darse gusto tristeza, más bien- cantando, increpando más bien contra esa única a la que tratamos de ofender, ofendiéndonos:

«Para que salga el lucero, carbona primero sale la gula – para que tú te enajenes, carbona – falta la voluntad mía…

Oigan el redoblante: faceto como él solo y alborotero de profesión, con un ritmo brin-cadito que repercute en las corvas y saca ganas de raspar en la tierra del tecorral dos que tres quiebras de danza apicarada en los bailes mezquiteros, donde en medio de la jácara salta el grito motivoso:

– ¡Ya repican las once y todavía no hay ni un muerto..!

Ah, y la tambora, paisanos, esa tambora que, parodiando al poeta, cuando suena es una lástima que no la escuche el Papa si el Ratzinger, mejor que no la oiga-. Esa tambora que a los muertos resucita, que hagan de cuenta clamor del juicio final. Unas percusiones de cuero crudío que pegan aquí, miren, en la mera boca del estómago, que es decir la boca del sentimiento acalambrador de intercostales. La tambora zacatecana, y no digo más…

Las bandas pueblerinas. Hoy que los aspirantes presidenciales alzan su tinglado, instrumentan la consabida campaña política y se tiran al ejercicio manipulador de masas, yo digo: callen su voz todas las bandas pueblerinas, que tambora y ejercicio políticos mutuamente se ofenden; porque la banda de música es mucho de arte y sentimiento para engordar politiqueros acarreos; porque decir ejercicio político es mentar lo más noble del humano quehacer, el humanismo en su más alta expresión, ¿y badajearlo a tamborazos? Calderón, AMLO, Madrazo: telón de fondo en sus mítines miro en Reforma violines, vihuelas y guitarrones a toda marcha y a todo vapor, y protesto: ¡no reincidir, no volver a las andadas, no más política de Culebra pollera y Rascapetate! ¿O le van a seguir? (México.)

La dignidad en las corvas…

Sucede que me canso de ser hombre..

Tal afirma Neruda en alguno de sus poemas. Yo, parodiándolo, lo juro y proclamo con toda mi voz: sucede que me canso de ser hombre al que la moira forzó a vivir su existencia en el país que han tomado por su cuenta para saquearlo a lo impune los priistas. Montiel, Bribiesca y Sahagún, de vocación predadora, cuyas sinvergüenzadas ofenden a mi país. Sucede que me canso de ser hombre que se avergüenza de que por culpa de unas masas desaprensivas la representación oficial de mi patria haya venido a depositarse en las corvas y los lomos sin espina dorsal de un «estadista» de la estatura de Fox que, arrugada su enjundia de gobernante, se la vive culimpinado ante el vecino sobrón.

Sucede que me canso de ser hombre que mira ahí norrias, tras lomita, a estadistas de la alzada de Kirchner, Morales, Chávez, Fidel, mientras el maestro, en la tertulia, nos provoca lástima, vergüenza y bochorno, con la lectura de La compra de la República, «fantasía» que publica Papini en su Gog:

«He comprado una República. La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El Presidente tenía el agua hasta el cuello, su ministerio, compuesto de ineptos, era un peligro. Las cajas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbe de todo el clan que se hallaba en el poder. Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York; en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares y asigné al Presidente, a todos sus ministros y a sus secretarios, unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me han dado en garantía -sin que el pueblo lo sepa- las aduanas y los monopolios. Además, el Presidente y sus ministros han firmado un contrato secreto, que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República. Aunque yo, cuando voy allá, parezca un simple huésped, soy, en realidad, el dueño del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención para la renovación del material del ejército. Me he asegurado, a cambio, nuevos privilegios…

El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las Cámaras continúan legislando libremente (en apariencia). Los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente, y que de su voluntad depende el curso de la vida nacional. No saben que todo cuanto se imaginan poseer -vida, bienes, derechos civiles- depende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí…

Mañana mismo puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma constitucional, el aumento de tarifas de aduanas, la expulsión de mi país de los emigrados, el cese del flujo de inmigrantes a mi país. Podría, si yo lo quisiera, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante, y derribar así al Gobierno, desde el Presidente hasta el último secretario. Y no me sería difícil obligar al país que tengo bajo mi mano a entrar en una guerra que no le incumbe, que no es suya. Esta facultad oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios y la servidumbre de la comedia política es una fatiga bestial; pero ser titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones…

Yo no soy más que el dueño incógnito de una República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y tal vez más vastas e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros. Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de dueños invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza que continúan recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos…»

– Hasta aquí La compra de la República. De su lectura, vecinos, ¿qué opinan ustedes..?

El Siquiri, la tía Conchis, el joven juguero, la Jana Chantal: en la tertulia y por decoro elemental, mis valedores, las quijadas se aprietan a lo discreto, y sólo entre dientes se remuelen las aches y las erres de los vocablos vituperosos. En la tertulia, el rostro se cubre con las manos para no mostrarlo fruncido, el ceño. De otra manera, al evocar imágenes como las de Fox, Bribiesca, Sahagún y Derbez, este mi depto. se convertiría en piquera o toreo pulquero. Y eso no. (En fin.)

Apátridas, vendepatrias…

Esos, los vendepatrias apátridas. Yo estoy convencido, mis valedores, de que nunca antes como hoy se había enajenado la patria al vecino imperial. Esto lo comentábamos en la tertulia de anoche, y aquel desprecio por los sumisos, los serviles, los bicharajos sin espinazo que así pueden culimpinarse ante el vecino imperial. Lo malo es que siempre que así de rastreros y de obsequiosos se muestran los tales, me siento culimpinarme yo también.. Eso pensaba, mis valedores, y eso sigo pensando aun ahora que conozco la existencia del abuelo de los vendepatrias (Santa Anna fue el bisabuelo) Una seña del maestro y callamos. Lo vi desplegar aquel diario amarillento de vejez. «Es que es de 1885, aclaró el maestro. Más de 120 años lo contemplan. A ver: apartidas y vendepatrias. Aquí está. Pobre México, se titula el comentario, y su parte fundamental»:

«Mientras que el vulgo ignorante y los periodistas vendidos batían palmas cuando se acordaron concesiones ferrocarrileras a nuestros vecinos, los seres pensadores temieron por el porvenir de esta patria, víctima infortunada de ambiciones e improvisación. Los hombres pensantes veían en esa concesiones un peligro inminente para México. No se equivocaron.

En recompensa de las espléndidas subvenciones concedidas a los yankees, éstos están arruinando al país por medio del contrabando y a ciertas tarifas de conveniencia, concertadas de forma embozada para proteger la industria extranjera con graves perjuicios de los intereses nacionales. En una palabra, México ha dado millones sobre millones a las empresas ferrocarrileras, para que lo arruinen. ¡Pobre país…!

El Ministro de Fomento desconfió de los manejos yankee, y sólo apoyó las tarifas de una manera provisional y por corto plazo: cumplióse éste, prorrogóse en seguida, ha vuelto a cumplirse: y no se ha podido lograr que la Empresa del Ferrocarril Central modifique sus laterales tarifas; rehúsa reformarlas y para ello se vale de rémoras y pretextos inadmisibles. Por lo visto, nuestros agradecidos y caritativos empresarios, los americanos, obran ya en este país como si estuvieran en su casa. La conquista pacifica comienza ya a producir sus sabrosos frutos. ¿Qué sucederá mañana?

Dn. Porfirio, que tuvo a bien romper con las previsiones del inteligente y previsor Benito Juárez, puso a los yankees un puente de plata para que desde Nueva York pudiesen venir a esta capital, sin incomodidades, sin riesgos y a costa nuestra. A D. Porfirio toca sacar al país de este espantoso atolladero. ¡Ojala y no sea ya demasiado tarde! Si hemos de romper con los que se tomaron media República hace 38 años, y ahora tratan de apoderarse del resto por medios ingeniosos, que sea luego. Mañana la obra será más difícil porque se habrán creado y robustecido aquí grandes intereses americanos. ¿Qué opina de esto el Gral. Díaz…?

Por una mera casualidad, el Ministro de Fomento desconfió de los manejos yankees, y sólo apoyó las tarifas de una manera provisional y por corto plazo: cumplióse éste, prorrogóse en seguida, ha vuelto a cumplirse; y sin embargo no se ha podido conseguir que la Empresa del Ferrocarril Central modifique sus laterales tarifas; rehusa reformarlas y para ello se vale de rémoras y pretextos inadmisibles. Por lo visto, nuestros agradecidos y caritativos empresarios, los americanos, obran ya en este país como si estuvieran en su casa. La conquista pacífica comienza ya a producir sus sabrosos frutos.

¿Qué sucederá mañana? D. Porfirio, que tuvo a bien romper con las inveteradas preocupaciones del inteligente y previsor Benito Juárez, puso a los yankees un puente de plata para que desde Nueva York pudiesen venir a esta capital, sin incomodidades, sin riesgos y a costa nuestra. A D. Porfirio toca sacar al país del espantoso atolladero en que está metido. ¡Ojalá y no sea ya demasiado tarde!

A grandes males, grandes remedios. Si al fin hemos de romper con los que se tomaron media República hace 38 años, y que ahora tratan de apoderarse del resto por medios ingeniosos, vale más que eso suceda luego. Mañana la obra será más difícil porque se habrán creado y robustecido grandes intereses americanos en esta República. ¿Qué opina acerca de esto el general Díaz…»

– Y ustedes, los contertulios: ¿qué opinan ustedes?

Silencio. Reflexión. Por cuanto a las opiniones, todos hablamos al mismo tiempo, cuando en eso…
(El lunes.)

Balada del solitario

Otoño. La tierra, henchida de frutos, aguarda a los cosechadores, contratados por el dueño del terreno labrantío y que junto con él desmontaron la tierra, la sembraron y escardaron. Las tormentas del cielo hicieron lo demás.

Mientras maduraban mazorcas, espigas y vainas, los agricultores se mantenían vigilantes. Apenas amaneciendo abandonaban el jergón y salían a contemplar el cielo, no fuese a ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorbiera la humedad del terreno y resecara la plantación. Entonces se daban a deambular por almácigos, arbustos y árboles frutales, y examinaban el estado en que había amanecido la fruta, el racimo, la vaina, la espiga, la flor. Y aquello era allegar tierra a la caña y abono a la tierra, y agua al abono y cauces al agua para que riegue la tierra. Preocupados, temerosos (todos, menos uno), oteaban los horizontes, allá donde cerros y peñascales se plagan de nubes ovachonas o ñengas, según. Que no llueva más.’Que el exceso de lluvia no pudra las raíces. Que el granizal no desgarre los retoños. Así vivían todos (menos uno), al pendiente de un sembradío que era promesa de grandes dones.
Pues sí, pero lástima: entre los agricultores uno había que sin arte cultivaba una labor ayuna de los cuidados de operarios expertos, que vivía devastada por depredadores de uña y garra. Con ánimo de espantar el azote de mazorcas y vainas (cuervos, gavilancillos, etc.) el inconsecuente se valía únicamente de espantapájaros, y así dio en colocar uno, dos, muchos de ellos en el corazón y los flancos del sembradío, y a los tales espantajos encomendaba la vigilancia y preservación de la siembra, encima de la cual la nata de alas negras rondaba debajo un cielo estrellante de sol. A veces tomaba la honda, y piedrazos al cielo. Nunca acertaba. Solo y su alma. Lleno de temor.

(Porque la soledad, si no templa, aniquila.)

Funesto día aquel. El solitario comenzó a comprobarlo con la angustia en la sangre: por su impericia, la plantación se arruinaba, se había arruinado. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo. Se encanijaban los racimos. Las vainas enroscábanse, se desfloraban, escupían la semilla. Y así el tubérculo, y así las espigas, y así la flor. Y es que el solitario no había nacido para agricultor, que para ello se precisan cualidades de las que él carecía. Impotente para manejar el desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el cascarón del terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que detuviesen la catástrofe. Nada. Fue por entonces cuando el solitario dio en la manía de hablar solo.

Soliloqueando recorría la plantación, soliloqueando palpaba cada frutilla, soliloqueando la olisqueaba, le buscaba la plaga. Soliloqueando:

¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría en el viento? ¿Serán de la zorra esos rastros? ¿Qué animalejo depredador pudo atacar aquellos racimos mientras yo dormía? ¿Por qué en derredor florece todo lo verde, y aquí se agosta, por qué? Preciso es mantenerse despierto toda la noche, redoblar la vigilancia, nunca dormir. Vigilar. Por ahí habrá dejado la plaga alguna evidencia. Vigilar.

(Malo cuando un hombre cae en el embeleco del soliloquio.)

Y ocurrió, mis valedores, que desvelos preocupaciones y una sañuda angustia padecida en soledad terminaron por hacer mella en el solitario. Ronco de hablar su monólogo, aquél día el hombre se detuvo a la mitad de la plantación, contempló en silencio el desastre amarillento de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas, flor. Mudo contempló el desastre, y de repente sonrió con sonrisa enferma, frutilla mostrenca de una razón trastornada. Y entonces…

Era una mañana de febrero fijaros biencuando el invierno aún no terminaba de despedirse y la primavera no acababa de llegar. Aquella mañana ocurrió que el solitario, sereno por primera vez (el grado más alto de la angustia arroja una desesperada serenidad), el agricultor inconsciente caminó por todos los puntos del sembradío, fue recogiendo uno a uno los espantajos y los agrupó en la medianía de la siembra en ruinas, y mientras los demás agricultores recogían cosechas ubérrimas y empanzonaban silos y trojes, el necio aquel agrupó los espantapájaros, y en el desastre de sembradío los contempló, y sonreía. Y entonces, de súbito, los miró con solemnidad, carraspeó, se alzó cuan larguirucho era, y así dijo a su hacinamiento de espantapájaros:

Quiero manifestar a todos ustedes, leales colaboradores de este gobierno, mi agradecimiento personal por el esfuerzo cotidiano, la alta sabiduría y el celo patriótico con que a lo largo de estos 5 años todos y cada uno de ustedes (h)an cumplido con tan óptimos resultados la responsabilidad que les encomendaron los y las mexicanos. Convencido estoy de que gracias a ustedes en diciembre les habremos de entregar una buena cosecha. Felicidades.
Y es que el hombre, cuando… En fin, si seguimos por este camino… (Fox.)

Escucha, yanqui…

Si la ley Helms-Burton fuera el asidero legal de la burda e irrespetuosa medida, muchos gobiernos tendrán que plantarse o tragarán la humillación de ser mandados desde afuera…
(Diario «Juventud Rebelde», Cuba.)

Ruindad, dignidad, servilismo:, estos tres sustantivos son hoy etiquetas prendidas a otros tantos gobiernos de México, Cuba y los Estados Unidos, protagonistas que han sido de la expulsión de cubanos del hotel María Isabel Sheraton, de esta ciudad capital, el pasado viernes. La acción unilateral de la Casa Blanca ocurrió horas antes de que Vicente Fox loase nuestra Ley Fundamental, que en su artículo 89 establece la obligación del presidente de preservar «la no intervención». Servilismo, ruindad, dignidad. México, Cuba, Estados Unidos. Mis valedores: en su ya casi medio siglo de lucha contra el vecino imperial los cubanos acaban de volcarse en las calles de La Habana para manifestar su repudio a esas medidas de EUA altamente dañinas para el pueblo cubano. Uno de los millones de cubanos acusa aquí, frente a todos ustedes: «¡Sí, yo marché obligado..! Al menos en mi caso, tienen razón los voceros, agencias cablegráficas y medios de prensa, cuando aseguran que los cubanos fuimos obligados a la Gran Marcha, como antes firmamos la Iniciativa de Modificación de la Constitución. Efectivamente: yo acudí presionado al Malecón, y estoy convencido de que igual les ocurrió a otros de los millones de participantes de todo el archipiélago. De esa misma forma suscribí el documento, que al final resultó avalado por millones de cubanos mayores de 16 años de edad.

Me obligaron, sí, pero no fue nadie del Gobierno ni del Partido. Me obligaron la memoria, la actualidad y el mañana. Temprano en esas fechas, Félix Varela tocó a las puertas de mi corazón. Al ilustre Presbítero lo acompañaban el Céspedes Padre de la Patria, eí Generalísimo dominicano que convirtió el machete en alma independentista, el Bayardo Agramonte, el Calixto de las tres guerras y una estrella en la frente, el Maceo de fuerza en el brazo y en la mente, el Martí Autor Intelectual, el Camilo de pueblo y el Che de América.

Me obligaron los 20 mil hermanos torturados y asesinados por esbirros de la tiranía batistiana, esos mismos prófugos de toda justicia que aún se pasean por las calles de Estados Unidos, donde gozan de privilegios otorgados por las autoridades para detonar explosivos, atentar contra dirigentes de otros países, aumentar fortunas con el tráfico de drogas y de personas, secuestrar a niños,..

Me sentí obligado por el Enero de Libertad y el Girón de Victorias, por los niños alfabetizadores en aquella gesta de cartilla y farol. Me obligó la alegría de saber que la tasa de mortalidad infantil es de apenas 6.2 por cada mil nacidos vivos. Y es que disponemos de más de 67 mil médicos a dos pasos del hogar, y de los cuales casi dos mil prestan sus modestos esfuerzos a 110 pueblos desposeídos en otras tierras del mundo…

Me obligaron los científicos de la ingeniería genética y la biotecnología, que fabrican armamentos, es verdad, pero para hacerle la guerra a plagas y enfermedades, y salvar millones de vidas en cualquier rincón del orbe. Y las sonrisas infantiles arrancadas de una muerte segura por la vacunación contra 13 dolencias curables, que flagelan a la niñez de otras latitudes.

Me obligaron los millones de alumnos en todos los niveles de la enseñanza, cada vez mejor preparados por sus valientes maestros, en más de 50 universidades, de sólo tres que existían en 1959, y en las miles de escuelas con equipos de computación, televisores y videos para las teleclases hasta en el más recóndito rincón de nuestra geografía, incluso allí donde hay un solo pequeñín con su profesor y un panel solar, porque aún el paraje no se encuentra ubicado en el 95 por ciento del territorio nacional electrificado.

Fui obligado a marchar por los abuelos que saben de su vejez garantizada (…) y por las mujeres, que no sólo conquistaron su derecho a la igualdad, sino que han sobrepasado a los hombres en muchos frentes. Me obligó el orgullo de la Escuela Cubana de Ballet y el Cine verdaderamente nacional, real a partir de 1959. Y los más de 60 títulos olímpicos…

Y por último: marché obligado por Bush, ese Mister W. que fue colocado en la Casa Blanca por el fraude de los sargentos políticos de Miami, y quien con sus discursitos volvió a ofrecerle la enmienda Plat edulcorada a este pueblo mío que se cansó de decir yes desde hace mucho tiempo, cuando aprendimos a no bajar la cabeza como esclavos, para impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.» ¡Sí, yo marché obligado..!»

Ruindad, dignidad, servilismo. Bush, Fidel, Fox. Cuba, USA, México. (Mi país.)

Una furtiva lágrima…

La violación tumultuaria de mi prima carnal. El hecho nefando contra la doncella se perpetró anteayer. Esa misma noche me encaminé hasta la vecindad de Mecánicos y Talabarteros a ver en qué forma pudiese dar un consuelo a la recién mancillada. Llegué a la puerta de la vecindad, y válgame, ¡el bailongo en pleno hervor! Los Barranquilleros de Tucumán, del cartel de Cali o de Medellín chispaban el mastique de los vidrios en las ventanas al ritmo aquel de la balada romántica que dice, que clama, que aúlla a dos mil decibeles: «¡Oye, Salomé – perdónamela..!» (Ándale, tú, alburero de miércoles.)

Crucé el patio (tendederos, olor a moho, a humedad, a rancio, a aliento pestífero de excusado común) y busqué a la bien querida, y sí: un poco apartada de la sanfranza, la niña de mis entrañas ¿qué creen? Sonreía, como ya resignada al estropicio de la honra recién desbaratada a topetazos de morueco en brama. La miré sonreír a lo desleído, con esa triste resignación de los violentados de siempre, que no tienen voz para protestar ni ocasión de desquite, ni valedor que mire por ellos. Y el estremecimiento en mis labios, bajo el breñal del mostacho. Y el puchero aquel. Para espantar el llanto me puse a ver a los bailadores, y entonces: «Oye, ¿no son esos los mismos bergantes que te..?»

Los mismos:» ¿Y se atrevieron a acudir al baile de la vecindad?»

– No, pues cómo no iban a acudir; fueron ellos los que armaron la fiesta.

– ¿Y a honras de qué? (Retiro lo de las honras.) ¿Por qué el baile?

– Pues para honrarme, y no retiro del vocablo; para felicitarme, ¿pues no es hoy mi cumpleaños?

Y tan bella su carita de cielo, y tan lindas formas, y esos, y esas… yo, efusivo, me le dejé ir. «Pérate, pérate, no te mandes como ellos. Pero esos que me violaron, ¿sabes que no son tan peores? Como que les inspiro lástima. Muy temprano, gallo: al anochecer, serenata. «En esta noche clara de inquieto lucero». Y ahora, el bailongo. En el fondo no son tan malos».

– Todos esos son una punta de hijos de toda su no te voy a decir qué…

– No, mira, si hasta me trajeron a regalar este refajo (unas alforzas y listo, y estos zapatos de piel imitación plástico, y unos chonchines color de rosa, rosa mexicano, que ni creas que te los voy a enseñar porque ya los traigo puestos, no vaya a ser que tú también… Me dieron mi cuelga con la condición de que no los acusara ni la fuera a hacer de fumarola, porque entonces me iban a dar otra cuelga, pero del pescuezo, ¿tú crees?

Así que cínicos, además. Mirándolos zangolotearse , la prima carnal sonreía. Y venga ese quiebre de caderas, y venga ese paso cruzado, y venga un cruzado de coca-cola con cacardiosidad, y venga ese cruzado de coca en polvo y alcohol. A salud de la desflorada, que los miraba. Y sonreía…

Observé el rostro aquel de moza ya envejecida, y capté su resignación, y miré esa sonrisa huérfana, y sí: anegado en una dolorida ternura sentí que se me atoraban a medio gañote mis dos anginas (me las extirparon hace años), y de repente dejé ir el hilo de las lágrimas, qué mortificación, qué vergüenza. Y con estos mostachos de aguamielero. Bochornoso. Oí a la bienamada: «Por mí no te duelas, mi valedor, yo ya estoy acostumbrada. ¿O a poco estás en la creencia de que la de hoy fue la única violación en pandilla? Qué va. ¿Acaso no te has percatado de que los gandallas han venido pasándome por las armas cada vez que se les inflaman? Estos u otros, todos…»

– Prima, niña, mi niña…

– No, bigotón, la de hoy ni fue la primera ni será la última. Y no sigas llorando. Total, yo qué gano con tus lágrimas. Si alguno me diera a valer…

Y sus manos recorríanme la cara mientras que allá, a medio patio, la pandilla de bergantes, droga en sangre y cacardí en mano, seguían el festejo:

– ¡A ver, hermanos, que no se diga! ¡Que alguno venga y se eche uno!

– ¿Así en seco y en frío, sin la adecuada motivación, Manolo?

– ¡Un brindis! ¡Que se lo eche todo un político, o sea mi papi político!

El papi político: «Sale, en honor de la festejada. ¡Hoy, la Constitución no es ya sólo un catálogo de dogmas y mitos fundadores: es, como desearon los constituyentes, la norma que obliga al Gobierno a sujetar sus acciones a las necesidades de la sociedad! Familias Bribiesca, Sahagún y Montiel pri-panistas que les defienden la honra familiar: ¡por la Carta Magna..!»

La Carta Magna, así apodan a la niña de mis amores. Yo, aquella rabia contra los tales: Montieles, Manolo, Jorge, Fernando, su madre, el padrastro, sus defensores Diego y Doring. Pero, mexicano dejara de ser, a la mexicana vengué a mi violada: un reniego, dos suspiros, tres lagrimillas con moquis y e-xi-gir que se cumpla la ley en los Mara Salvatrucha de apellido Bribiesca, Montiel, Madrazo. «Lo siento, prima, de veras». Y a casa. A dormir. A olvidar. México. (Mi país.)

Violación tumultuaria

Mi prima una vez más. No la reputadísima Tencha chica, hermana de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. No esa que ficha en El Burro de Oro bajo nombre artístico de La princesa Tamal, sino una más de mis primas carnales, esta sí honesta y formal, que vive allá por Mecánicos y Talabarteros, en las vivas entrañas del barrio bravo de Tepis Company Fue la noche de ayer.

Anoche me puse a llorar; pero llorar con ganas y a la vista de todos, qué mortificación. Pues sí, pero cómo poder evitarlo, con la dolida ternura que me causó la resignación de mi prima carnal, ella que en medio de su desdicha sonreía. ¿Lo que le ocurrió a la susodicha? Violación tumultuaria, imagínense.

Han de saber sus buenas mercedes que en la vecindad donde vive mi prima, no lejos del jacalón de San Lázaro, una cierta pandilla de vagos y malvivientes, hijos putativos de la Mara Salvatrucha, se la pasa todo el día maloreando vecinos sin distingos de sexo, edad o condición social. Los muy pendencieros (sobrones dejaran de ser, ventajistas de miércoles) se la viven dañando a la gente de bien, en pandilla y atenidos a la pura fuerza de su mafia, que comanda su mal padre, agresor de vecinos que así pone el mal ejemplo. Una plaga, la de los tales (por cuales, hijos de toda su.. )

Mi pobre prima carnal, la bienquerida sota moza de tan lozana presencia, tiene que salir cada mañana por su mandado, y los muy mandados ándenle pues, a cabulearla, a faltarle al respeto y tratar de arrebatarle lo único que le queda, que le quedaba: su doncellez. Gandallas que no fueran. Mi prima carnal, voz dolorida:

– Ya no siento lo tupido, sino lo duro…

No es muy acertada en cuestión de proverbios mi prima carnal…

Y nada, que al impulso de una brama desbozalada, los pandilleros andan rijosos, la sangre en hervor y con ánimos de desgarrar, de antellevarse entre las espuelas todo lo que de honrado, todo lo que de honesto y cabal se les ponga por enfrente. Y se les puso mi prima. Su versión de los hechos:

Los verracos (mal rayo los parta) un día de estos mandáronse hasta la cocina, y luego hasta los lavaderos, donde la bienquerida, muy quitada de la pena, se afanaba en lavar unas pantimedías, y entonces, de súbito…

Pobre de la pobre prima, con su honra derribada en el suelo de la vecindad, en ese rincón umbrío que la arquitectura mexicana ha tenido la previsión de diseñar para casos de violación y lo que resulte. Fue entonces.

Derribada, atónita, la niña de mis ojos no había alcanzado a decir esta honra es mía, cuando ya cuál suya, cuando ya cuál honra, que los hampones se la habían desgarrado a zarpazos. Y en bola, en mafia, en pandilla, para que sienta el cuerpo lo que recibe. La joven, la núbil, la honra, la desgracia…

Ya más tarde, en cuanto pudo, mi prima se alzó del suelo, se intentó componer unas ropas en estropicio, se encerró en su cuarto y lloró un su ratito, y llorando fue hasta el teléfono de la esquina:

– Oye, primo bigotonzón, ven a defenderme. No nomás me violaron, sino que los muy insaciables amenazaron con volverme a vejar. Me despojaron de todo lo que encontraron a su paso. Ven, defiéndeme, ¿no eres mi valedor..?

El cual, cobardón de miércoles que no fuera:

– ¿Que te defienda yo, prima? ¿Yo, dices? Ay, pues mira, no sabes cuánto lo siento, de veras.
Zacatón de miércoles. De domingo, que fue ayer. Oí suspirar a la recién desflorada:

– Bueno, pues, dejemos eso por la paz. A lo hecho, pechos.

Lo dicho: con los proverbios no da una. Mis valedores: anoche mismo, porque la conciencia me ruñía como el ratón un cacho de queso, me acerqué a la vecindad, y entonces… ¿y eso? ¿Qué ocurría en el vetusto caserón? El patio lo fui a encontrar adornado, un puro cuajarón de luces y sombras que hervía de parejas entrelazadas, zangoloteante postura vertical de un deseo horizontal, ustedes me entienden. El bailongo, en su primer hervor. Los Barranquilleros de Tucumán, o del Cartel de Cali o de Medellín, chispaban el mastique de los vidrios en las ventanas al ritmo aquel de la balada romántica que dice, que clama, que aúlla:

¡Le puso el doctor! – la mano en la cintura – y ella le contestó – ay, doctor qué sabrosura..!
Y que «el orangután – y la orangutana», y que «esos pandilleros – ya saben, ya saben», y que «no te metas con mi cucu», y que…

Crucé el patio (tendederos, olor a moho y humedad, tufo a excusado) y busqué a la bien querida, y sí; apartada de la sanfranza, la niña de mis entrañas ¿qué creen? (Mañana.)

«Si seguimos como vamos…»

– Me cái que Madam Morgana, con la ayuda de los astros, pa’ pronto le conchava su chava. Pero hay que echarle mucha fe, bigotonzón.

Suspiré. De la mano de la tía Conchis, mi Virgilio con canas, chongo y fichú, descendí a los infiernos, o sea aquella accesoria de vecindad en la Martín Carrera (segundo patio, entre lavaderos y guáteres), hasta donde mi ángel de la guarda, entrañitas de azúcar cande, me condujo la tarde de ayer. Y ahí estábamos, en el consultorio sentimental de Madam según esto Morgana, especialista en penas de amor, abandono, soledad y amoríos desgraciados. Velos magenta y morados, una luna de papel brilloso, estrellas plateadas, signos zodiacales. Pintura malhecha, mi signo (soy virgo) con un pezón apuntado al cielo y el otro a la raída alfombra. Rancio tufo de incienso y mugre. Sobaquina, entrepierna, tufillos de digestión.

– Prieta, güereja, nalgoncita, como la apetezca. Usté nomás le echa fe.

Del sancta sanctorum salió esa ventruda acabada de limpiar, ya rechinando de limpia. Batón oscuro y turbante, la vidente se asomó:

– El que sigue por ái. Rapidito. Siguió aquel anciano (¡sombrero de los 40s.!). La facha de la vidente me escamó. «Creo que no voy a atreverme a entrar, dije a la tía Conchis. Mucho me pesa la soledad,¿pero una limpia? ¿Con qué objeto?»

– Con yerbas de jediondilla. Más económicas que las de piral. A ver cómo le sacan el huevo.

– Violencias no. Si hay que desvestirse, me desvisto yo solo.

Que el huevo es para pases mágicos por todo el cuerpo: «Para que el güevo se chupe su salación y mal de ojo, bigotón». Y frente al huevo ni modo de recular. Observé en las paredes los trazos burdos: «Dinero y amor». «Tu porvenir en las estrellas». «Hazte rico, yo te doy el premiado». Los solicitantes, redrojillos vencidos por el áspero oficio del diario vivir, la testa gacha y aquel suspirar. Se me salió uno hondo y profundo. La tía:

– No se me desinfle, no sea coyón. Cierre sus ojitos, concéntrese.

¿Concéntrese? ¿Cómo concentrarse, con aquel vozarrón en el quinto patio que, chispándose de radios y cinescopio parecía vocear, en el palenque, cocacolas con cacardiosidad? «¡Creo en un régimen presidencial democrático! ¡ Creo en los…!»

– Creo en los astros y en la vidente (la tía Conchis). ¿Pues quién me conchavó a mi último viejo? Lástima que él me vino poniendo los cuernos con la Jana Chantal, travestí. Pero usté mucha fe. ¿La quiere tetona? Concéntrese.

Cómo concentrarme, si allá afuera, el oficiante de aquella especie de misa con mucho sermón y harto credo, pero nada de gloria:

» ¡Creo en las libertades civiles y en la eficacia del poder público…!»

El anciano regresó. Ya tranquilo, limpio de salación. Saludó con el de fieltro. La estrellera: «?rale, el que sigue por ái».

Siguió la de los mallones color mostaza. Los que aguardábamos, el agobio, la tristura, el suspirar, la terca, irracional esperanza. Allá afuera:

«¡Creo en el pluralismo y en la riqueza de la diversidad..!»

– Creo en esta mula suerte, caracho (el de la chamarra de los Dodgers). Cuatro meses de desempleado, y ora me acaban de salir unas como bolitas.

– Pero ya verá que con esta limpia…

– ¿Sí? Limpias ya me eché cuatro tan sólo en un mes.

«Creo en la conciliación entre una política económica y una social..!»

– Creo en que hasta la morralla se me agotó (la de falda verde botella y aliento a neutle).Cómo iré a acabalar el gasto del mes. Y mi mes, que no me baja.

Me impacienté: «Creo que me regreso. Dejé a medias mi fabulilla».

» ¡Si seguimos como vamos, las cinco millones de familias..!»

Los cinco millones, guel!») ¡De repente, el estrépito! Entrando por esa puerta, el del traje gris rata y los ratas de uniforme, que venían preguntando por una tal Sebastiana no sé qué. Y que orden de aprehensión, y que cortan cartucho, y que jalan la cortina y sacan a la vidente, y que se arma la averiguata y hay manoteos, jaloneos de túnica, de turbante, de chaquetín. Nosotros mudos, de par en par los tomates. Afuera:» ¡Creo que es una..!»

– ¡Creo que es una arbitrariedad, una chicanada! ¡Con esa fregadez cómo zingaus ponerme al corriente en renta e impuestos! ¡Pero a mí ni que me echen montón! ¡Ni que fuera la mata-viejitas! ¡De aquí sólo muerta me sacan!

A todo volumen los radios de la vecindad, ex-vendedor de coca colas: «¡Creo que de este ya..!» Jaloneándose, la Amira de la Martín Carrera, chafa como la de la tele: «Creo en que de esta ya me pasó a cargar la tiznada…»

Yo me vine solo (a Cádiz) y así sigo: yendo y viniéndome solo. (Ah, soledad…)

Inmutable y eterno: México

Ocurrió un 16 de septiembre de hace un par de años allá en La Habana, donde los cubanos festejaban las fiestas patrias de nuestro país. La escritora Celia Hart acudió al festejo y, lastimada por la política internacional de un presidente Fox que así zarandea la tradición diplomática del país y la roqueña hermandad de nuestros dos pueblos, alzó su voz a la mitad del coro, y dijo a propósito:

José Martí no se cansó de adorar a México, su segunda patria, la de Zapata, Villa, Juárez y Cárdenas. Hoy, ¿dónde está ese México libre y pasional que nos envuelve con su incontenible espíritu de combate? No, esta vez no está en Los Pinos. Está en el alma de mestizos. Porque México es un país de revolución. Pertenece a la élite de pueblos revolucionarios. Con Francia, Haití, Cuba, EU y otros pocos más. El actual gobierno mexicano le está extirpando el aire con un servilismo a los yankees que ofende los recuerdos sagrados de Don Benito y Don Lázaro.

De hoy en adelante México girará a la izquierda para no enderezarse jamás. Y que Moctezuma, Hidalgo, Don Benito, Madero, Zapata, Villa, los cadetes de Chapultepec, Don Lázaro, los invencibles estudiantes del 68 y tantos y tantos que no alcanzan las palabras, empiecen a gritar desde sus siglos y sus tumbas. América gritará junto a ellos.

La revolución mundial le debe a México su propia supervivencia. La consecuencia inigualable de Don Lázaro Cárdenas no sólo recuperó la vergüenza que parecía se perdía en México, sino que le abrió las puertas a León Trotsky cuando nadie tuvo el valor de hacerlo. En México se escribieron varios de los libros más importantes del mejor leninista, y desde allí se empezaron los intentos de retomar la Internacional. Allí yace el gran revolucionario ruso.

Ahora, ¿dónde está ese México libre y pasional que nos envuelve con su incontenible espíritu de combate? No, esta vez no está en Los Pinos. Está en el alma de mestizos. Desde siempre, los del Norte estuvieron confundidos con el gigante México que elevará su vuelo para la resurrección de América. Como cubana revolucionaria junto hoy las manos recordando la bandera del águila vencedora y agradezco a ese pueblo por contener al mejor amigo de José Martí. México dio espacio para la brillante carrera política de nuestro Julio Antonio Mella, que se integró a este país con fervor total y donde escribió sus más hermosos trabajos. Fue en México donde este baluarte del comunismo internacional dijo Muero por la revolución.

México recibió a Fidel cuando tenía que preparar la guerra necesaria, la última de ellas. Un mexicano bondadoso le vendió el yate Granma, creo que no cobra todavía su dinero a no ser los millones de besos de mis compatriotas. El yate Granma sólo podía salir de México. Y además en México he amado como no creo que lo vuelva a hacer.

Los sucesos recientes, las marchas multitudinarias me hacen olvidar el dolor de las actitudes del que por horror a la corrupción de sus partidos, sentó el pueblo mexicano en la silla presidencial. Parece que poco a poco ese pueblo, que es mi pueblo, comienza a exigir altura a sus gobernantes.

Y por ahí anda su alcalde que puede convertirse en un verdadero líder de América o en su defecto, el peor de los hombres. Su valentía, su compromiso y decoro decidirán a última instancia si merece o no participar con México en su porvenir.

Los últimos incidentes con Cuba, la ruptura de relaciones diplomáticas fue protagonizada por cualquier otro, pero nunca por un auténtico mexicano. Fox pondrá andar a caballo en su rancho millonario, podrá ponerse sombrero de ala ancha o podrá beber el inconfundible tequila, pero nunca será un mexicano. México no toleró ser colonia, no toleró emperadores europeos, no toleró a los dictadores. De igual manera México no tolerará el raquitismo gubernamental. ¡Esperad que los volcanes hablen! Una sola chispa de lava encenderá ese país y llenará de almas el temerario Zócalo. Y cuando ese día llegue América empezará a ser libre.

Pero México se renovará. No podrán vencer a sus mujeres hermosas, su música, su poesía donde parece que el machismo se sostiene por hombres de verdad, tan hombres que se quiebran ante una palabra de amor. Los murales de Diego donde parece que vuelve a nacer el mundo con esa inmensidad y la frágil Frida de pasión inconfundible. Esa leyenda de México no nos la van a robar. Pero para eso necesitamos gritar más, gritar el 15, el 16, el 17 y todos los días. El grito del padre Hidalgo ¡fue nuestro grito! ¡Viva la independencia revolucionaria de este México lindo y querido que todos los americanos estamos necesitando…!»
Cuba. México. (Mi país.)

México, taciturno e inmenso..

Este empeño de hacer de la política exterior una especie de trampolín de prestigio para el Pres. Fox le costó muy caro a México, porque también supuso la negación de toda la tradición y de toda una larga historia de la diplomacia mexicana.

Tal acaba de expresar Bernardo Sepúlveda, él sí de excelente trayectoria como embajador mexicano, que de manera implícita reprobó la política del presidente Fox frente a los gobiernos de Cuba, Argentina, Venezuela y Bolivia. Y es que, de repente, chivo no precisamente expiatorio sino chivo en cristalería, Vicente Fox acaba de befar a los bolivianos: «Total, que se coman su gas», en la misma forma zafia y grotesca en que sugirió al comandante de Cuba: «Comes y te vas». ..

Semejante conducta, mis valedores, exhibe al débil, sobre todo de espíritu: cortesanía con el poderoso y prepotencia con el que cree inerme. Con Fidel soberbia, con Bush sumisión. Altanero con Fidel y con Bush servil. Allá, en Cuba, el estadista; acá, entre nosotros, el cocacolero. Y no más. Es así como hoy día, a contracorriente de la mejor tradición de política exterior (no olvidar la Doctrina Estrada), Vicente Fox ha logrado distanciar los gobiernos, que no los pueblos, de México y Cuba. Esto, mientras los protagonistas del MERCOSUR se congregan en torno de La Isla y al comandante Fidel. ¿Y México? ¿Con qué gobiernos se alía o refuérza las necesarias alianzas? Si dando la espalda a los hermanos del centro y el sur, ¿con Bush, que se niega a saber de Vicente Fox? ¿Con el emporio caracolero? ¿Un salto al vacío? Fox.

¿Pero en la América mestiza qué pueblos pudiesen estar más atados por toda suerte de lazos que los de México y Cuba? Fue apenas el viernes pasado, 28 de enero, cuando se cumplió un aniversario más del nacimiento en La Habana de José Martí, el genio americano que de segunda patria reconoció a nuestro país. ¿Y cómo pudiese ser de otro modo, si aquí entre nosotros vivió, escribió, conoció los más amigos más entrañables y, lo más importante, en México amó a la mujer mexicana? México y Cuba, Cuba y México amarrados de «ñudo» como allá decimos…

A propósito: allá también, y cómo pudiese ser de otro modo, celebran nuestras fiestas patrias, y fue un 16 de septiembre, pero de hace un par de años, cuando lo expresó la escritora cubana Celia Hart:

«Cuanto me hubiese gustado estar con el padre Hidalgo el 16 de septiembre de 1810. Nunca se tuvo más fe en Dios que en aquel día. Aquel sacerdote brillante y culto, no fue una excepción de la regla: El talento, la virtud y el compromiso se dieron la mano para saber querer más que ningún otro hombre a México y a la Revolución. Estas dos palabras no debieron jamás separarse (México y Revolución) Sí, porque es imposible que la independencia de un pueblo se gane sin dosis elevada de revolución…

El siglo de las luces cayó en mis tierras americanas como música para la libertad. Hidalgo ya era bastante viejo para la lucha, pero ¿quién dice que para amar y construir se es demasiado viejo jamás? Con Allende y Abasolo y un grupo de jóvenes valientes decidió que la Patria Mexicana tiene demasiado empeño para no ser libre. Que ya en Francia se habían librado del Rey y de su cabeza y México era de los mexicanos y no de España,que fue incapaz de liberarse de su propio rey. Así nació aquella mañanita de septiembre el camino de la revolución en México.

Si existe un país autóctono que logró mantener sus tradiciones, donde los hombres guardan todavía aquellos recuerdos en la piel de cuando eran felices, ese es México. Taciturno e inmenso como sus volcanes, México está apunto de estallar. Empezó desde el inicio a dar batalla en la misma conquista. Al llegar Cortés se encontró una ciudad luz que no tenía nada que envidiarle a las bellas ciudades europeas ni el valor de sus hombres a los soldados españoles.

El grito de Dolores le confirió la mayoría de edad a ese pueblo nuevo que no necesitó ayuda de nadie para liberarse de una monarquía estúpida y sórdida, sólo procuró del valor de sus hombres y del amor de sus mujeres.

La historia de México es imprescindible para entender al mundo. Coexisten sin detrimento las antiquísimas costumbres y el modernismo más audaz. El que haya visitado esa ciudad misteriosa una sola vez la sigue necesitando para siempre. En México el color es protagonista de todo, de las comidas, de los vestidos, del lenguaje musical. Tengo la premonición que no logro explicar bien, que cuando México despierte vamos a despertar todos. México es la Frontera de Nuestra América con los Estados Unidos, frontera que el gobierno norteamericano establece con una rudeza increíble. Por el solo hecho de robar más de la mitad de su territorio deberían los EUA ser más tolerantes con la nación que levanta con sus manos y su sudor el País del Norte.

i José Martí no se cansó de adorarlo! En una crónica sobre ese país decía entre frases gloriosas y sentidas que «ya los mexicanos sabían amar cuando los europeos se desplomaban en las guerras» y que «ya hablaban de la Via Láctea como del camino al espíritu». (Sigo mañana.)

¡Chiflido en tono mayor…!

Rechifla al PAN Edomex opaca el inicio de campaña de Felipe Calderón (Fecal). Fue una silbatina de más de cinco minutos (…) Silbatina y sillazos en el arranque de campaña de Roberto Madrazo, con una pelea donde volaron sillas y golpes. Al recibir a Madrazo, en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general…

Y los vecinos de Cádiz no nos resignamos a permanecer a la orilla de la historia patria. Las silbatinas nos motivaron para aprender cuanto antes esa versión mexicana de la ciencia política. Un sondeo entre los vecinos, y desolador: nadie dominaba el arte de los chiflidos excepto don Tintoreto, lavado en seco y a todo vapor. Y lógico: comisionado de entrenador. Suspiró, la meneó, se la rascó: «A ver qué puedo hacer con ustedes. Con paciencia y salivita… Pero eso sí: entre los educandos tendrá que haber mucha disciplina. Doña Pragedis, por principio de cuentas: a los entrenamientos se me presenta con su dentadura completa, la de arriba y la de abajo, o mejor ni se presente».

Es así como en este mi depto. de Cádiz nos congregamos docena y media del vecindario, que intentamos aprender el arte del chiflido. (¿Quién iba a imaginar lo ocurriría después? No un milagro, sino a un modo de fenómeno paranormal que logró el instinto psicológico de don Tintoreto.)

– Pero empecemos ya -se impacientaba el Síquiri-, o llegaré tarde al torneo. Estoy en muerte súbita. (Torneo de billar.)

– La teoría, primero. Hay de chiflidos a chiflidos. Uno es el del patrón y otro el del desempleado. De un modo chifla el microbusero, muy distinto al del chavo banda. Pero hoy un factor ha logrado unificar el lenguaje de la chiflada; 107 millones de mexicanos al unísono chiflamos en el mismo tono, con la misma cadencia, el mismo son y una intención idéntica.

Pensé, y el espeluzno me estremeció las zonas abajeñas: a las masas todo se nos va en chiflidos, que es decir en pura música de viento…

– Y a la práctica, vecinos. Para empezar, un chiflido discretón, de tono menor y modulación cadenciosa que…

– ¡Nada de menor! El Síquiri-. ¡El mayor de todos, con fiorituras y arpegios, acordes y contrapuntos, balseado y rebalseado! Quez-que menor…

– A practicar, pues. Aflójenlos, póngalos flojitos, relajados; labios, lengua, glotis, epiglotis, gañote. ¡Vamos a intentar el chiflido!

Ridículo. Uno la abría y aquél lo frunció, y el juguero lo paraba, el mostacho, y la tía Conchis los encogía, bizqueaba. Y aquella regazón de saliva. Pero como chiflar, estaba de la chiflada. «La lengua, miren: así, acanálenla. ¿Ven? Canalita, doña Pragedis. ¿Nunca puso la lengua de canalita?» La pobre. Y qué desfiguros de unos labios ancianos que se rizaban al esfuerzo.

– A tomar aire, y desde el diafragma… ¡rápido, el chiflido!

– Aquí la tía esta que practique para otro lado, ya me roció toda la oreja.

– No desesperarse. Procedan a meterse los dedos. Nomás los índices.

– ¿Que qué? (la Maconda) Oiga, no. Ni aunque fuera nomás el meñiquito. ¿Orgías acabando de cenar? Qué me los voy a meter. Y luego aquí el bigotonzón, que lo tengo enfrente y es tan chimolero. Ya me imagino: mañana los de METRO van a enterarse de mi temperamento, mis impulsos escondidos, mis interioridades y lo escandalosa que soy en el momento de…

Metérselos en la boca. Para adentro los índices. «¡Tíznale! -el Cosilión-. Ya me arañé la campanilla, me la antellevé con esta uña». Escupió. En la chinela color de rosa de la Fela. Yo, dedos en las anginas, de ganchete miraba a la Lichona que, voz de maderas dulces, decía: «Por poco y canto la guácara».

Al esfuerzo había parado todo: la trompita, el pecho, el trasero, la mía, (mi respiración). Y así una sesión se iba y otra se venía, pero en falso, porque los vecinos, como chiflar, pura madre que chiflábamos. Don Tintoreto puro sudor, cansancio, impaciencia. Anoche, de súbito, a media sesión lo vi detenerse, sentarse en posición de El pensador de Rodín, irse del mundo. Y de súbito, veo que se alza, pega una tarascada de aire, y a toda voz:

– ¡ Viva Vicente Fox! ¡Viva Marta Sahagún! ¡Milagro! ¡Todos pudimos chiflar! En la azotea, al fragor de la silbatina, se engrifaron los gatos. Ladraron todos los perros del vecindario. Un aullido a lo lejos. ¿Lobo, coyote? Don Tintoreto: «¡Viva la familia presidencial!» ¡Relámpago en seco, chicotazo, el chiflido! «¡Que los bolivianos se coman su gas! ¡Comes y te vas! ¡Que se dejen de cuentos y de historietas! ¡Mi familia no viola la ley! ¡Dejen de calumniar y ofrezcan disculpas!» ¡Chiflamos, y a la escandalera sirenas, judiciales, la AFI, la DEA. ¿Guerrilleros, nosotros? ¿Rebelión? En el ministerio público se aclaró todo. Nos liberaron. Pero al conocer la causa de nuestra rechifla y cuando ya nos retirábamos…

Qué bien chiflan juez, detenidos y policías. Alguno de ellos gritó: «¡Viva Manolo Bribiesca!», y… (¡Fí-fi-fi-fiú-fiúu!)

De la pura chiflada…

¡Y de repente, mis valedores, se hizo la luz! ¡El repentino milagro, más propiamente! ¡De no creerse! ¡Como si súbitamente hablaran los ciegos, los sordos vieran y los cojos resucitasen, todos nosotros, vecinos de la tertulia, al igual de los apóstoles al recibir el carisma del Espíritu Santo logramos aquel..! Pero sí, ya me calmo, ya vuelvo a la compostura y procedo a contarles desde el principio portento tan sin igual…

Yo, desde que tengo memoria, he padecido de cierta limitación física, que luego voy a especificar. Y caramba con los inhábiles. Contra aquellos habilidosos que lo mismo manejan el Fórmula Uno, la lancha a motor, una máquina del tren bala, una nave espacial en plena estratosfera y, de verse en el trance critico, la bicicleta o el patín del diablo, existen algunos otros que más allá del oficio aprendido nada saben hacer. Yo, uno de ellos. Entre mis tantas limitaciones una padezco que, pueblerino como soy, y cuando niño y adolescente muy cercano al cerro y al peñascal, a la serranía y a toda clase de chivos, y muías, y uno que otro viejo güey, desde mis tiempos muchachos se me tornó frustración, que para esa habilidad el destino me marcó de impotente para toda la vida, qué pena, de veras.

Tal limitación, lo dejo bien claro, es la del arte del silbido, qué les parece. Yo de mí sé decir que nunca de los nunca podía arrojar el más torpe amago de chiflido, y que cada vez que lo intento nomás la riego, la saliva. Y después de ayer tarde estaba yo convencido de que nunca lo iba a lograr, porque en verdad les digo: esto de chiflar está de la pura chiflada. Pero entonces, ayer, el prodigio…

Alguno, al llegar a este punto, me la va a interpelar: «Bueno, ¿y el chiflido para qué? Arriero no eres, ni tampoco «Perra Brava» del clásico pasecito a la red, que entonces pudieses dedicar el chiflido de cinco toques a Blanco o al árbitro Marco Antonio Rodríguez. Tú no eres aficionado pasivo al deporte de multitudes, que entonces se la pudieses chiflar a la del ampayer, la réferí o del juez de línea, si es que la tienen. ¿Entonces? ¿Para qué un arte tan de la chiflada como es el chiflido?»

Y yo le contesto: «Créame. No se trataba de desfogar, desde el Goloso de Santa ?rsula, mis frustraciones de mediocre irredento, pero me urgía aprender a silbar, y no únicamente a mí, sino a todos los vecinos de Cádiz, el edificio de la Mixcoac-lnsurgentes. Y cuanto antes, mejor. Y cómo no iba a ser una urgencia para un vecindario así de politizado aprender a chiflar, si ahí nomás, tras lomita, y al arranque de las campañas de los candidatos a la presidencia del país, la praxis política se iniciaba a chiflidos, y lógico-, nosotros, en Cádiz, nos sentíamos desplazados, verdaderos inválidos del arte de la alta política nacional. Qué frustración…

– Y cómo tiznaos no, miren esto.

Al decirlo, el joven juguero nos mostraba las notas de prensa del viernes antepasado-. «Rechifla al PAN-Edomex opaca inicio de campaña de Calderón. Fue una silbatina de más de cinco minutos con treinta segundos, ante la sonrisa crispada de Calderón Hinojosa».

– No, y qué me dicen de esta otra.

Qué podíamos decirle ante aquella evidencia que nos ponía frente a las niñas, las de los ojos: «Silbatinay sillazos en el arranque de campaña de Madrazo, con una pelea donde volaron sillas y golpes-. ¡Nosotros llegamos desde la mañana, pinches huevones!»» Y esta, definitiva-. «Al recibir a Madrazo, en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general…»

– Y nosotros, impotentes políticos…

Porque, según la rápida encuesta levantada entre los vecinos de Cádiz, ¡nadie sabía chiflar! Nadie, excepto quien menos pudiéramos imaginar-; don Tintoreto (lavado en seco y a todo vapor. Se angosta y enanchan corbatas). Pues él sí, ¿pero el resto de nosotros permanecer al margen de la política, a la orilla de la vida nacional, que es decir en el cabús de la Historia? ¡Nunca! Fue así como acordamos superar la carencia que nos impedía participar de manera activa en los puntos más finos de la alta política nacional.

– ¡A aprender a chiflar! ¡De inmediato! ¡Curso intensivo, don Tintoreto!

Y lógico: fue a ciegas como nos pusimos en manos del tintorero, requiriéndole para que nos enseñara la ciencia política del país. Suspiró ante lo inevitable, y por principio de cuentas, con aquel dejo de resignación:

– Vamos a ver qué se puede hacer con ustedes. Total, con pacienciay salivita…
(La salivita, mañana.)

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Y mi honda es la de David

Si, americanos, hay que decir quién fue aquel grande que ha caído…

Y aquel grande, como lo nombra el poeta Darío, fue nuestro genio americano José Martí, cumbre señera del espíritu humano y uno de los primeros anti-imperialistas de la América mestiza. El héroe y apóstol nació en La Habana un día como hoy, pero de hace 153 años. Aquí un botoncillo del coro de voces que ponderan una obra fructífera consagrada a libertar a Cuba del dominio extranjero, y esto hasta los límites del sacrificio final:

«Si en América se esculpiera dignamente la estatua de Martí habría que hacerlo con la representación de una de nuestras montañas. Es un personaje de libertad; es uno de los grandes hablistas de la lengua castellana, poeta y literato, hombre de pluma y de pensamiento. Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea. Su palabra, anda; su espíritu, vela. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloria de América».

Su idea, su palabra y espíritu: el día anterior a su muerte en combate redactó en este párrafo la síntesis de una existencia de pensamiento y acción:

«Ya estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber ??puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo- ; para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por la Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso».

Otro día, con su sangre, iba a cimentar la palabra. Sí, ¿pero cómo pudo, se pregunta el estudioso martiano, comprender que se abrían nuevos peligros para América Latina y que se hacía necesario declarar la hora de su segunda independencia? ¿Qué elementos de la nueva etapa histórica en que entraba por aquellos el mundo capitalista -el imperialismo- alcanzó a conocer Martí? El mismo parece responderlo en unas frases que se han hecho célebre por tanto que la repetimos: «Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David…»

Las entrañas del rapaz, que así se expresaba del territorio que se extendía al sur:

«Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma geográficamente y por otros conceptos un todo con los EU. (…) ¡Hermosa provincia tropical, en verdad, para adquirirla para nosotros! De ahí, el pabellón de las estrellas seguirá hasta el Cabo de hornos, cuyas olas agitadas son el único limite que recocemos para nuestras ambiciones…»

Y entonces la voz de profeta, las advertencias del baquiano, del adelantado. Si nuestra (¿nuestra todavía?) América hubiese escuchado la voz del libertador:

¡Cuidado! Estados Unidos tiene sobre nuestros países miras muy distintas a las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Cuidado con el trato con Estados Unidos. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, prepotentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en nuestra América mestiza- hacen a las naciones americanas de menor poder». Y que tal convite: «podrá festejarlo con prisa el estadista ignorante y deslumhrado, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si hay riesgo de que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado.

Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive cerca de un pueblo que por tradición nos desdeña y nos codicia (…) es deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de mover a respeto a los que no podemos evitar. Ellos, celosos de su libertad, nos despreciarían si no nos mostrásemos celosos de la nuestra. Ellos, que nos creen inermes, deben vernos a toda hora prontos y viriles.

Hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena, a ver si es blanda o si resiste. Y hay que poner la carne dura, de modo que eche fuera los dedos atrevidos. ¡En su lengua hay que hablarles, puesto que ellos no entienden la nuestra. ¡Cuidado..!»

Y la referencia a esta que fue su segunda patria: Más ha hecho México en subir hasta donde está, que los Estados Unidos en mantenerse decayendo, de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae, sino que empieza..!
José Martí. (A su memoria.)

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Con mi ropita de diario..,

De noche, cuando me acuesto, le rezo a la Virgen de la Macarena. Después paso a persignármela, para luego tenderme en mi camastro de célibe, donde me engarruño en posición fetal, y chupándome este, miren, el gordo, me dispongo a dormir el sueño de los justos; de los justos que no padezcan insomnio. Pues sí, pero ya hace algún tiempo que la desazón y el azoro me empujan a prolongar mis oraciones. Y este fervor…

Noche por noche desde hace tiempo, puesto de hinojos y los brazos en cruz, a Dios agradezco de corazón: no un milagro, que ni Dios ni yo creemos en milagritos, ni alguna suerte de predeterminación. No, que Dios me dotó de libre albedrío para que rija mis actos a la estricta relación de causa y efecto. ¿Por qué, entonces, le doy gracias a Dios? Porque con la libertad púsome enfrente el destino y los imponderables, esos que hicieron decir a Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia». Y a mí fueron las circunstancias las que me ayudaron a torcer el riesgoso camino de mi existencia en el momento crucial. Pero sí, que ya oigo al que me la va a interpelar: » ¡Menos palabrería y al grano, mo-chilango de miércoles!» Mis valedores:

A Dios agradezco, que me permitió esta gracia: que si las diarias acciones que vengo entramando en mi tiempo de vida me labran, como sospecho, un rinconcito en lo más apretado de los apretados infiernos, pueda yo presentarme ante Luzbel convenientemente vestido según es mi costumbre de cada día: pantalón de pana, suéter de cuello alto, chalequito de pelos y mis botines color vino, de orejeta, camperos ellos, de faenas rancheras; un modelo de botines del todo distinto a los botines de Roberto Madrazo, los que se ha agandallado (ni la busquen en el diccionario) la honorable familia de Arturo Montiel, y los botines de los muy hijos de la… señora Sahagún, esos hijos a los que acaba de referirse el presidente Fox (violando, de paso, la lógica, la sintaxis y el respeto que debe a la inteligencia y sentido común de los mexicanos):

Esa es parte de mi familia, y como mi familia yo le tengo plena confianza mi familia, y sé de su comportamiento y sé que no han violado la ley.

Un trago al cuachalalá para purificarme de los dislates del verborreico, y sigo. Con mi atuendo acostumbrado quiero caer al averno, y por esto es que doy gracias a Dios: porque desde que fui no más que una idea en su mente de Omnisciente me concedió vocación de seglar, gracia que tanto a él como a mí nos salvó, laus Deo. Es por ello que aliento la esperanza de que yo, cuando muera, si me tengo que desbarrancar en el averno sea un réprobo más, uno de tantos como alguno de ustedes, y no un sacrilego que caiga de cornamenta al fuego eterno a tiznar y chamuscar una sotana ya de por sí emporcada de inmundicias por mis acciones de mal sacerdote durante mi tiempo vital. ¿Pues qué, no basta con los hábitos religiosos de curas narcos, políticos, paidófilos y congéneres, que deben estar rostizándose a estas horas en los antros de Satán..?

Porque, mis valedores, yo iba para sacerdote. Mi niñez y un retazo de juventud las pasé encuevado tras las bardas del seminario, entre estudios diversos y rezos del Oficio Divino, desde maitines y laudes, al alba, hasta vísperas y completas, al oscurecer. A su hora sería tonsurado, y aquí el temor y el temblor, porque vamos a ver: yo, sacerdote, ¿ya sería obispo, tal vez? ¿Arzobispo, cardenal? De ser así, ¿en qué maniobras indignas andaría a estas horas, dándole al César de Roma (y a Felipe Calderón, FeCal) lo que únicamente pertenece a Dios? ¿Domingo a domingo, desde el sacro recinto de la catedral metropolitana, me la viviría pontificando sobre grillas politiqueras para cantear mi pobre México todavía más a la derecha de como me lo dejó Salinas, asesino del 130 constitucional? ¿Predicaría la pobreza desde mi camioneta de lujo, blindada? Dios, por más que todo-misericordioso, ¿me perdonaría utilizar el púlpito y la homilía para manipular Cándidos padres de familia a los que hiciera comulgar con ruedas de molino, como aquella de que ellos tienen el derecho de escoger la educación de sus hijos, y que ésta debe ser religiosa? ¿Estaría yo consciente de que con ello violaría el derecho del niño a recibir en el aula conocimiento científico y no pensamiento mágico y educación dogmática, eso en plena escuela y en pleno estado laico? ¿Sería yo otro lengua larga ventrudo y golfista, gourmet y buen bebedor, empresario taurino y obispo de Ecatepec en mis ratos perdidos? ¿Tantos y tan pésimos ejemplos daría a mis «ovejas»? Mis valedores: ¿sería yo un desviado sexual, un paidófilo, un Marcial Maciel legionario de Cristo? ¡Dios..!

A él agradezco. Me dio la gracia de amar a la mujer (a ti, mi única, mi alejandrina), y la que pudo ser mi sotana quedó a salvo de tatemarse conmigo en las llamas eternas. Cardenales, arzobispos, obispos y demás Onésimos, ¿podrían decir lo mismo? En fin, que por esas sotanas responda el cielo, no yo. Y la paz. (Laus Deo.)