El Cura Chifletas
Y ahí fue, mis valedores: en estampida y tragando bocanadas de polvo emprendimos la huida bajo un sol como toro en brama, la cucaracheta acezando cuesta arriba a todo lo que daba su decrépito motor. Atrás estallaban la pólvora, la polvareda, las amenazas de muerte. Macabrón. Todavía una hora antes (menos, tal vez, que ahí perdí la noción del tiempo), todo era jolgorio en el volks. cuando el juguero, brazo extendido hacia el frente y alharaquienta voz:
¡La Cieneguilla, vecinos! ¿Qué les parece mi tierra?
– Qué me parece se lo digo cuando la polvareda me la deje ver. Mucha tierra la suya, nomás que suelta en el aire, digo.
La respuesta de la tía Conchis lo cabreó. Yo, por amansarlo: «Algo de mágico se advierte en el velo que arropa el caserío». Y sí: bajo un terregal que simulaba el hervor vaporoso, el llano era un comal donde tostábase aquel hato de techumbres, paredes de adobe y tabicón sin encalar. La tierra prometida (por el juguero). La Lichona, mohín de desilusión: «Vengo muerta de sed, hambre, calor. ¿Habrá aquí donde conseguir agua?» «Y harta comida. Aquí los paisas mire, puro corazón, y más viniendo conmigo. ¿Les gusta la birria, el mixiote?
Bajo la hornaza del mediodía, en un costado de la plaza y frente a la ermita estacioné el volks., y a la advocación del mixiote salimos a desengarrotarnos las zancas. El juguero, al encuentro de las guaripas que se topaba: «¡Tanto gusto,paisanos!» Y abría los brazos. Los gorrudos: «¡Sáquese! ¿Qué buscan, qué quieren, qué se les perdió por acá?» «Soy yo, paisanos…»
Nada. Ellos hoscos, hostiles, amenazantes, brusquedad y rechazo. «Es mi tierra, no entiendo». Agresivos, al cruzarse con nosotros de ganchete nos miraban. «No entiendo». Y entonces: en la bocina del frontispicio de una ermita decrépita, el vozarrón estridente: «Chema Chío, ¿me estás oyendo? ¿Sabías que cuando tú sales a abrir el surco tu Lupe se las abre al Chaco Pinzón, las puertas? ¿Y tú, Lepe, quieres saber quién se robó tu chivito? Investiga quién es el chivón que cena birria esta noche». Después, el silencio.
– Ese altavoz, digo, más antes no estaba. Me cambiaron mi tierra…
– No, amigo, no tu tierra, sino a tus paisanos.
Y el abrazo efusivo de la camiseta de NY con la cotorina de un tal don Nico, profesor rural, «cesante desde que el Cura Chifletas clausuró la escuela para dar clases en la sacristía. De religión. Quisiera ofertarles algo de comer, pero ustedes entienden mi oficio. Un jarro de agua, tal vez…»
Explicó la metamorfosis de los lugareños, peor que la de Samsa, el de Kafka. Que aquel fue un poblado apacible hasta que Dios o Satanás les mandó al Cura Chifletas, que de paraíso lo tornó infierno. «Prohibió, bajo pena de excomunión, que en el mismo mecate se tiendan los chones del viejo con los de la gorda, y utilizar llaves y cerraduras, por aquello del acto carnal, el cual, entre los casados… imaginen,
yo y mi Cuca con una sábana de por medio. Agujereada. Aquí se vive y se muere en pecado mortal». Me estremecí.
Y que por apartar a su grey del pecado, desde el altoparlante mantiene de uñas a los payos mientras ermita y conciencias fallecen de incuria, abandono, resequedad. «Ese cura picapleitos es el anticristo. Para mí que sus chifletas las saca de los penitentes que se le arriman a confesar. Verán qué bien les cae ese jarro de agua».
Agua, aunque sea, pero de súbito, el vozarrón que cubrió, garañón, un caserío acezante de calor: «¡Los que no han pasado a pagar su cuota parroquial, teman las llamas eternas! ¡Quedan excomulgados Gabino Güemes y el Joaquillo, del tercer grado de catecismo, que fueron vistos encenagándose a mano con su carnalidad inmunda, y eso es contra natura, como también que se metieran a robar garambullos al corral de Polo Chacón, recién excomulgado por agiotista! ¡Velad, vigilad vecino a vecino! ¡Denunciad! ¡Dios lo quiere!»
– Más veneno hay en su lengua que en el colmillo de una cascabel. Una lengua nefasta; una lengua como, digamos… una lengua como…
Y el mentor no atinaba con la comparación. Ahí la Beba, con su inocencia de 9 años: «Como la lengua de Fox, ¿no?»
¡Cruz, cruz! A la pura mención, el rayo en seco. Pero no rayo sino cohetón, y otros más, y las campanas, y a todo volumen: «¡Cuidado! ¡Se han visto fuereños invadir nuestra casa, sepa Dios con qué aviesas intenciones! ¡Se sospecha que vienen armados! ¡A las mamas, que por sí o por no cierren puertas y ventanas y escondan a sus criaturas! ¡Cuidado!» Cohetones, campanas a rebato. «¡Rápido, a congregarse los fieles en la casa de Dios!»
¡Al volks! En el fragor de la huida, retazos de cacayacas: «¡Réprobos, jueces protectores de delincuentes! «‘¿Oí al mentar sostenes, oí pantaletas?». «No, dijo faldas. Cambio de faldas». De alguna excomulgada. Di el acelerón. (Cruz, cruz.)