Aprended, flores, de mí – lo que va de ayer a hoy – que ayer maravilla fui – y hoy sombra de mi no soy…
Muy cierto, mis valedores, y esto se refiere al asunto de los osos panda, que traté el viernes pasado. Tales animalejos, ayer consentidos en el zoológico de Chapultepec, hoy no son ni su sombra; y si no: ¿qué fue del tal Chía-Chía, qué es de él en este momento? Después de arrastrar por Dublín su estigma de judío errante, hoy como ayer, Chía-Chía es animal execrado, vilipendiado, expulsado de su jaula, del zoológico, de todo Chapultepec.
Y aquí lo inaudito y que debiera avergonzarnos: aborrecido por los visitantes del zoológico instalado en los pinos, Chía-Chía anda moviendo sus influencias para manejar, una vez más como hace años, a todo el animalero de miércoles, ante el que fue el rey, el pavo real de todo el gallinero. El aborrecido dañero quiere volver, y para bochorno de tantos, lo está logrando. «¡Mothernización, compatriotas! ¡Pronasol..!» Toco madera.
Vino más tarde un cierto oso panda que a todos nos pasó a pandear. Inofensivo parecía, e insignificante tras de sus antiparras, pero el felón enseñó las uñas y nos vino a resultar, con Echeverría, el peor, y nos embobilló Fobaproa, rescate carretero y una deuda externa aumentada como maligno tumor. Canceroso. No por propia iniciativa nos pasó a tiznar, que sólo acató las órdenes de su domador, un tío Sam, del que el panda vivió, por el que vivió, con el que vivió y vive hoy día, donde el tío lo tiene y mantiene domesticado en la jaula -de oro- de algún zoológico en Washington. Y de repente, como si no tuviéramos bastante con la maldición de tantísimos pandas…
De repente, fantasmón fachendoso, figurón de utilería, promesas de alfajor y azúcar cande, ahí nos trajeron al zoológico al panda que llegó entre bravos, y vítores, y chiquitibunes, que hasta parecía la pura verdad. Apenas en el zoológico e instalado en su jaula, veterinarios y guardabosques agarraron por su cuenta la imagen del allegadizo; la fauna del periodismo, hormiguita industriosa, se encargó de transformarlo, de inventarle carisma y sacarle personalidad, magia y encanto. Al tanto por ciento y nos llevamos tanto. Así, de anoche al amanecer, un panda zafio, ignorante, corrientón y vulgar, fue metamorfoseado de gusano en crisálida y de ranchero patán en divino rostro. Y aquello fue arrodillarse frente al milagro de pacotilla. (Milagro cuyos fulgores iban a durar apenas cien días, al término de los cuales el becerro de oro comenzó a enseñar el cobre…)
Ah, tiempos calamitosos los que se abatieron sobre Chapultepec, con el panda en periódicos, revistas del corazón, cinescopio:
– ¡Chiquillas y chiquillos! ¡Crecimiento al 7 por ciento anual! ¡Un millón 300 mil empleos al año! ¡Vocho, tele y changarro, chiquillas y chiquillos!
Día y noche, noche y día, y la queja de chiquillos y chiquillas:
– Jijo de su mal dormir. A este panda carbón ya lo veo hasta en la sopa.
– Exactamente de lo que nos vino a privar: de sopa.
Porque ándenle, que el panda se nos pandeó; cruza de perdierón y jirafa, se alzó sobre dinosaurios y cocodrilos, sierpes y orangutanes, tepocatas y víboras prietas; pero, carácter de malvavisco, fauces, cuernos y pitones me lo cogieron, y colmillos y garras lo hicieron garras. Pero cuando todo indicaba que nada pudiese ser peor, de repente, tíznale, que el panda liga romance con la Tohuí, una panda adulta de origen desconocido; y válgame, qué culequera se traen en pleno zoológico, que ni quinceañeros de CCH. La de besos y caricias, de sobadas y arrumacos, y mensajes de amor, que entrambos justificaban el apicarado cantar: «Vale más torear un toro -que no a un viejo alborotado…»
Tohuí: liendre resucitada, todo fue verse en el zoológico de los pinos en Chapultepec y sentir mimos y halagos de los validos que a balidos la sobrevaluaban hasta la náusea, y como todo mediocre perdió la dimensión, la ponderación, la autocrítica. Ahí, tíznale, el esperpento de la «primera dama», Eva Perón de pacotilla, lamentable espectáculo de una Tohuí que ayuna de valores morales, perdió pisada, se embriagó, embragó, metió velocidad y sufrió vértigos. Soberana de opereta, echóse encima las candilejas y se chupó medio presupuesto de todo el zoológico en lujos, caprichos y demás oropeles. Su figurilla engrandecía poniéndose de puntitas, changuita que con piruetas ridiculas distraía a los visitantes del zoológico mientras se dedicaba a robar (la atención), todo con la anuencia de un panda bonachón y pastueño. Los visitantes, incómodos con su protagonismo, repetían el dicharajo:
Aunque la panda se vista de seda, Tohuí se queda. Y de repente…
Mis valedores: ¡la cloaca se destapó y su pestilencia contaminó todo el zoológico! La panda tenía panditas, los dineros enloquecieron al clan, y… (Eso, otro día.)