Mientras el mundo permanezca, no acabarán la gloria y la fama de México-Tenochtitlan.
Tal se ufanaba el meshica cuando en su imperio no se ponía el sol. Pero, como acontece en todos los imperios, fama y gloria afectaron temple y valor de los guerreros tigres y a los guerreros águilas, hasta un punto en que el Canto de los ancianos se duele Axayácatl:
¿Qué hacen los valerosos? ¿Ya no están dispuestos a morir? -Estoy abatido, estoy avergonzado -Si huís, seréis consumidos -Me rio de vuestras armas de mujer -¡Conquistadores de tiempos antiguos – volved a vivir..!’
Y el imperio se desmoronó. Su caída fue presagiada por ocho prodigios funestos que anunciaron la caída de México-Tenochtitlan a manos del conquistador extranjero. Los agüeros o abusiones se manifestaron en forma de columnas de fuego, cometas, hervor del agua de la laguna, aparición de engendros deformes que como llegaron desaparecieron. Así, ominosa y lóbrega, se anunciaba la caída del Anáhuac y sus dioses tutelares en manos de la tizona y la cruz, genocidio demencial que hizo clamar a los vencidos:
«En los caminos yacen dardos rotos -y en las paredes están salpicados los sesos – rojas están las aguas. Y era nuestra herencia una red de agujeros…
Dramático el sexto prodigio que presagiaba la caída del Anáhuac:
Esa funesta señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros: «¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder. Hijos, mis hijitos, a donde os podré llevar y esconder…?»
Códices, relaciones y crónicas han dejado asentada la nueva historia de México-Tenochtitlan, esa que arranca de la destrucción de los documentos donde se asentaba la historia de los toltecas, acción destructiva que por consejo de Tlacaélel, perpetró el tlatoani Ixcóatl. Queda por ahí un retazo de códice acusadamente apócrifo, que prolonga el sexto presagio funesto:
Noche cerrada Anubarrado el cielo en el valle del Anáhuac. Silencio. Sólo, a lo lejos, el canto lastimero de la paloma torcaz. De repente, negra mancha en la negrura del firmamento, emergió por los aires de aquella aparición espantable, y era la de una mujer de greña y ropaje al viento que, ave agorera, iba y venía en círculos sobre la población de indígenas sumidos en el primer sueño. Ahí rasga el aire del Anáhuac la voz rota La Llorona
– Ay, hijos míos, mis hijitos mestizos, sangre de vendedor y vencida ¿qué leche mamásteis de mis dos senos, que aún seguís renuentes a crecer? ¿Qué enjundia aguachirle segregan vuestros redaños? Esa patética exhibición de debilidad que acabo de presenciar, ¿constituye el santo y seña de todos vosotros en tanto individuos y en cuanto comunidad? Eso que mis pupilas acaban de ver, ¿acusa lo escaso de vuestro temple, vuestra falta de audacia carácter, determinación? ¿Sois, por ventura, huecos y quebradizos? Vuestra ánima ¿la del carrizo? Vuestros redaños, ¿de jelatina? A la hora en que toca a los de corazón bien templado crecerse al castigo, ¿vosotros reculáis? Vuestro sino, mis hijos, ¿el del sempiterno derrotado? ¿Un pueblo cuyo corazón se anega en la sangre de Cuauhtémoc y Tonatíhúh? Eso que acabo de presenciar, mis hijitos, ¿santo y seña de vuestro carácter? ¿Sois pueblo de vencidos que en cosa de 500 años no endereza el testuz?
Os observo, mis hijos, y siento espeluznos: ¿así también, a lo blandengue, procedéis en los negocios de la política, fundamentales para el país? ¿En asuntos del espíritu os conducís como religiosos de fingimiento, de pura apariencia? El fenómeno que acabo de presenciar, que me contrista el ánima ¿signo y símbolo vuestra idiosincrasia de vuestra identidad?
Principios, ideales, creatividad, amor propio, entusiasmo, vergüenza y valor esforzado son atributos del ser superior. Y redaños. Los vuestros, ¿están a la altura de los que una docena de vuestros paisanos acaba de exhibir frente a varones enteros? ¿Si así sois también en asuntos de amor y práctica amorosa digo desde el fondo del ánima ay, mis hijos mestizos. Yo, como el abuelo Axayácatl, estoy triste, me aflijo, porque viendo lo que acabo de ver (en una gota del mar se concentra el océano), pregunto: ¿ese es el pueblo descendiente de conquistadores? Semejantes mediocres (roedores ante las fauces abiertas del gato) en los que delegasteis para la guerra florida del balón en tierras teutonas, y no me refiero a su habilidad sino a sus criadillas, ¿son la esencia del meshica? ¿Son esos cuilones la justa medida del temple, la audacia el empuje la determinación y la valentía del mestizo? Si eso sois, corazoncitos de pollo tierno, que al reto os arrugáis, del alma me sale el pregón lastimero:
Ay mis hijos. Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré? ¿A dónde tiznaos, que más valgáis…? (México.)