Ya nos tomaron la medida…

Y esa medida, mis valedores, ¿quién nos la tomó? Quién más, sino el Sistema de poder, el enemigo histórico de todo cambio social que beneficie a las masas, y que sólo a las masas corresponde efectuar, para de esa manera darse un gobierno, lo dijo Aristóteles, a quien obedecer como sus mandantes. Un gobierno que mande obedeciendo, sí. Todo ello, cuando las masas aprendan a pensar. Y piensen.

Que nos tomaron la medida lo certifican la historia (estudíenla) y la realidad objetiva (obsérvenla), pero un momento, que aquí se impone una aclaración: mi periodismo, escrito y verbal, no constituye una crítica al susodicho Sistema de poder. No. Se critica aquello que se ama o en lo que se cree (un hijo que no estudia, un hermano que se dio al licor, un paisanaje que se niega a pensar), y yo no aprecio al Sistema, ni siquiera creo en él, y si de él hablo, hablo a ustedes, y esto para ver si alguien, algunos, algún día, dejan de delegar en él y, por contras, asumen la tarea histórica de realizar el cambio social del país. Afondo. ¿Un sueño guajiro, dice alguien? Ese no es mi problema; yo actúo a conciencia, no a resultados que ya no dependen de mí. Pero insisto: ya nos tomaron la medida.

¿Cómo nos la tomaron? Con la manipulación del lenguaje y la distorsión de las ideologías. Los de la Súper-estructura nos tomaron la medida al hacer creer a las masas que son sus aliados, y convencerlos de que deleguen en ellos para, a costillas de todos nosotros, seguir medrando. Nos la tomaron al magnificarnos hasta la náusea esa «democracia» cuyo significado no nos aclaran, pero en nombre de la cual sí nos arrancan miles de millones para entorilarnos a votar (eso nos dan, nos venden, por democracia) no por nuestros candidatos, sino por los del Sistema de poder. Nos la tomaron al privatizar Teléfonos de México y demás empresas que representaban los ahorros de la nación, mientras nos fuerzan a pagarles desde rescates carreteros y fobaproas hasta intereses de la deuda externa. Nos la tomaron al erigir como supremo rector de la educación pública al cinescopio, el de las series gringas y demás fecalismos como la industria del clásico pasecito a la red. Mis valedores…

Hoy, cuando parecía que a los fregados ya no podían fregarlos todavía más, los del Sistema se dan sus mañas para acogotar hasta un último grado a los pobres (sobre todo a los pobres de espíritu), y seguir exprimiéndoles su esperanza agónica, terca esperanza, de modo tal que ahora me doy el testerazo contra la nueva trampa con que bolsean a las masas y me les arañan su pobre morralla, sus cobres o lo que sean, y yo digo: ¿pues en qué industria del robo legal han convertido nuestro país? A propósito, la fabulilla de mi invención.

Que durante los apodados «días patrios» anduve lejos, les conté en su momento. Que, a espaldas del ruiderío citadino me encuevé en el corazón de la serranía, y durante días permanecí fuera del mundo, de ese mundo estridente de la prensa escrita, la radio y, sobre todo, la televisión. Que, acunado en el regazo de la madre primigenia, la madre Gea, madre Natura (¿no son muchas madres?) fui, durante ese tiempo, feliz. Pues sí, pero de súbito amanecí con la novedad de que no había para mí más remedio que regresar, a querer o no, a la «civilización». Fue un domingo. En el aeropuerto de juguete de aquel caserío aprendiz de ciudad aguardé el aeroplano guajolotero que iba a realizar el prodigio de regresarme vivo y entero a mi amadísima ciudad capital. Y ocurrió, mis valedores…

Ocurrió que aquella como maqueta de aeropuerto carecía de muchos de los servicios que ofrece al viajero un aeropuerto de verdad; que en el discreto recinto libros (alimento del espíritu), no se podían conseguir, ni un mal café ni un peor pan (¿peor que el PAN de Espino?) qué llevarse a la boca, pero en cambio se engrifaba, se garapiñaba de esa que constituye la segunda naturaleza del mexicano, su ánima y estilo, su ángel custodio y seña de identidad: el cinescopio. En la salita de espera, en los pasillos y corredores, en el más escondido lugar excusado, donde agua, jabón y papel de uso múltiple no encontraban ustedes, pero eso sí: el aparato manipulador de aturdidos cómo pudiese faltar, presidiendo, desde su altar, el sagrado recinto. Yo, enemigo gratuito de ese costoso enemigo de todas las masas, por hurtarle el cerebro a su mortífera fascinación de anaconda frente a su presa, ya seleccionaba este asiento en la sala, ya me escondía en aquel corredor, o buscaba el blindaje del muro o del cubículo aquel de donde a empellones me invitaron a salir porque era el de «damas». Vano empeño: ojo omnipresente, el cinescopio me tomaba de tonel donde vaciar su barriga estallante de inmundicias, a 5o. segundos de Chapoyteos en las heces fecales de los origeles fabianes por 5 minutos para «nuestros patrocinadores». Y entonces, entre fogonazos de luz que me…
(Mañana.)

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