De ese les hablé ayer en una versión hasta ahora no conocida porque es apócrifa En ella el protagonista resulta ser un hombrecillo insignificante, al que la ambición de poder masca los hígados casi tanto como la envidia por el magnetismo personal y el arrastre popular del brujo de la comarca «Cómo hacerme del poder». ¿Cómo? Pues calumniando al brujo («un peligro para México«), y espiando sus hechizos, hasta aquel mal día en que logró robarle un conjuro mágico. «¡Ya tengo el poder! ¡El poder es mío, haiga sido como haiga sido.» El brujo de pacotilla se mudó a una nueva casa y se enfrentó a la tarea de limpiarla que anteriores huéspedes la dejaron en calidad de chiquero.
Pues sí, ¿pero cómo? ¿El, dueño del poder, limpiarla cuándo sólo sabía regarla? ¿Para qué, entonces, el mágico hechizo? El brujo balín estrenó su conjuro mágico. Se encaró a la escoba, y, como todo lo que tocaba, la dejó vestida de harapos, desempleada y lista ya para salir a buscar trabajo. Con el mágico hechizo: «Toma la cubeta y lava la casa». Y él, a observar el trabajo ajeno, y suspiraba de satisfacción, y le daba gracias a San Felipe de Jesús…
Se las daba sí. hasta el momento en que friégale, qué diablos está ocurriendo con la escoba embrujada Porque cubetada va y cubetada viene, y la delirante sucesión de cubetadas empieza a inundar la casa Mirando el desastre el aprendiz de brujo empalideció, corrió detrás de la escoba la jaloneó, y por detenerla la escoba intentaba el conjuro, pero su vocesita sólo tartajeaba medias palabras, que la escasez de neuronas había diluido el conjuro, y qué hacer. «¡Ayúdame, Felipillo de Jesús, con todo y las beatas del Verbo Encarnado! Pero beatas madre, porque la escoba..
Obsérvenlo ahí, jaloneándose con la escoba como intenta a la fuerza arrancarle el cubo, cómo en los jaloneos anda nomás regándola que todo el agua se desperdicia. Corriendo, agitándose, tragando tarascadas de aire, el brujo chambón ya enarca una ceja ya enarca la otra ya tartamudea retazos de palabras tragándose la postrera vocal. Sh, óiganlo a puro habla y habla sin que su mal hilado discurso de lugares comunes («codo con codo», «sin bajar la guardia», «tirándose la bolita») logre eficacia alguna Y qué hacer…
Óiganlo tartajear palabras a medias, manoteando y trabándose con la escoba al intento de parar la maniobra, pero el muy aprendiz ha olvidado o nunca aprendió completo el conjuro, y así cómo detener la inundación de la casa En su desesperación acude a lo único que conoce, destruir: toma un hacha toma un sardo, toma rifle y tanqueta y tíznale, hachazos al aire y a lo bandejo, hasta que logra partírsela a la pobre escoba pero si la situación era crítica ahora está peor, porque cada mitad de escoba toma su cubo, y a seguir inundando la casa – ¡Ese O ese, mi general Galván. !
Y rápido: pelotones y regimientos, escuadrones y divisiones, que eso era lo único que el mediocre sabía generan divisiones (y si no, observen las masas sociales del país), y contra las escobas descontroladas, al por mayor los hachazos, y al por general. Que hablen las ráfagas de la metralleta y no respondo chipote con sangre, y el brujo inunda de sangre toda la casa porque de cada escoba, de cada astilla de escoba de cada mafia banda o cartel, surgen más delincuentes y criminales, que se adueñaban de la casa ensangrentada con todo y civiles, sotanas, políticos, policías y periodistas del tanto más cuanto. El aprendiz se jala la greña, lanza sus penas al viento y sus vientos apenas, pero nada De nada sirvieron las amenazas, y ahora promete, suplica implora Beatas del Verbo Encarnado, San Felipe de Jesús. Casto padre Maciel, ánimas. La casa sucia enlodada empobrecida ensangrentada Los vientos del norte acarreaban bandadas de cuervos y zopilotes…
Y que horas después, según el relato apócrifo, regresó el brujo con el vecindario detrás, y entonces: horror, qué desastre de casa Brujo legítimo como era, con un conjuro detuvo los escuadrones de escobas con sus escuadrones de cubetas y restauró una casa ya en ruinas, y fue entonces:
¿Y eso que está tirado en el piso, inconsciente y vomitado (aunque nomás del estómago)? ¡El impostor! A su lado un frasco vacío. El falso brujo, que al verse rebasado por la situación intentó fugarse a tragos de licor, pero que ni en eso acertaba que tomó por cacardí lo que era un bebedizo mágico. «Ahora lo regreso a su condición humana», dijo el brujo legítimo, pero los vecinos, a gritos: «¡Atrévete y te capamos. A él nomás lo quemamos vivo!»
Y que entonces el brujo legítimo… Pero ya me fastidié. (Fin.)