Una medida cruel

– Ya, pues, ni que fuera para tanto. ¿Qué acaso es la primera vez que te doy tu merecido, mujer?

Tal dice Felipillo de Jesús a María, la esposa, mientras acompasa el resuello después de la golpiza que le acaba de propinar. Es la madrugada de domingo, cuando el macho muy macho llegó a su católico hogar todavía a medios chiles, y más crudo que a medios chiles, y más vomitado que crudo, y más rabioso que vomitado, buscando desquitar el malestar físico con su víctima de siempre.

– Yo venía en son de paz, y tú nada de nada con mis chilaquiles, y luego me alzas la voz y te pones a reclamarme.

María arrecia un llanto sofocado mientras se entierra tres dedos en la boca. ¿Tirlangas de lengua? No, sólo un trozo de labio. Nada grave. El llanto, sofrenado porque ahí, las criaturas, nomás observando.

– ¿No oíste? Cállate. Va de por medio mi reputación si las chismosas vecinas te oyen lloriquear. Si no es para tanto. Otras veces has aguantado a pie firme, como aguantan nuestras admirables consortes mexicanas. ¿O será que ya los años comienzan a hacer mella en tu organismo?
Ella se toquetea las zonas afectadas, y lástima, un trozo de arete se desprendió de raíz. Pero no, qué bueno, se trata sólo de un trozo de oreja con los huesecillos de la audición Nada serio.

– Ándale pues. Échate unos puños de agua en la cara y ve preparándome unos chilaquiles para matizar el estómago.

Ella hace esfuerzos por abrir este ojo, el zurdo. Imposible. Trozos de carne tumefacta, pelos en las pestañas, astillas de pinabete de la tranca Las niñas, ¿cuáles niñas, si fueron violadas con el garrote? Se toquetea el bajo vientre. Esa protuberancia, ¿sería algún puntapié? No, que es la criatura, siete meses de gestación. María se alza una media, se limpia la nariz. Y el llanto sofrenado que le producen los golpes del muy católico Felipillo de Jesús: promesas incumplidas, desempleo, inflación, devaluación, empobrecimiento galopante, encarecimiento de los productos de la canasta básica Y qué desencanto le genera la antipática figura de ese embustero que tantas promesas le susurró al oído para a la hora de la verdad robársela sacarla con engaños del hogar y convertir la miel en hieles y las promesas en calamidades. El buen católico y buen mexicano se arrima a su víctima le toca el mentón:

-Ya, mujer, terminemos esta enojosa desavenencia conyugal. Calibremos el incidente en su justa dimensión, sin magnificarlo».

María, ese latido en las sienes, esa borrosa visión. Haciendo borrachitos (trágico contrasentido, ella que lo que más detesta en el mundo son los borrachos) toma esa cazuela, ese pomo de aceite, esas tortillas. Y a prepararle sus chilaquiles a Felipillo de Jesús; el cual, obsequioso, intenta congraciarse con su víctima «Si yo también sufro, no creas. Esta revoltura de tripas no se la deseo ni a mi peor enemigo. Vaya ni al Peje López, imagínate». Quiere hacer sonreír a su víctima ¿pero cómo, si el Felipe es un sangre pesada que tiene de carismático lo que yo de budista zen? María se muerde los labios y de repente se acuclilla, adopta la posición fetal y con el rostro entre los brazos suelta un llanto modulado con todo el desconsuelo de este desconsolado valle de lágrimas guanajuatízado. El golpeador:

– Levántate, mujer, y escucha con atención. ¿Me estás oyendo?

Silencio obstinado. De La Sagrada Familia llega la segunda llamada de misa primera, y Felipillo se la persigna (los reflejos de Pavlov), y luego: «Oye todo lo que hago por ti, para tu bienestar y el de tus hijos y los hijos de tus hijos. ¡Por un tiempito la gasolina ya no te la voy a encarecer! Un leñazo menos, ¿no? No y he decidido que el gas te lo voy a bajar en un 10 por ciento. Te ahorraste ese patadón. Al rato nos vamos a misa para que le des gracias a Dios. Pero éitale, ¿así me lo agradeces? ¡Estoy esperando mis chilaquiles!»

Las malas artes del camandulero, piensa María, y desprecia aún más al tramposo. Te encarezco las subsistencias; estiro la liga al máximo, y ya a punto de romperse te ofrezco frenar la escalada de precios. «No, y ahora el diesel, mujer. El nuevo aumento iba a ser estratosférico, pero yo te lo dejo ir con sólo un 25 por ciento de lo que ibas a pagar por litro. ¿Qué te parece?

Ahí, en el diario que envuelve los tlacoyos, la acusación de los pescadores: «La de Calderón sobre el precio del diesel, una medida cruel«. Este país, el de tan poco pan y PAN demasiado. (Lástima)

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