Humanísimo

El arte de estar solos consiste en la capacidad de asumir nuestra propia y radical soledad y, al mismo tiempo, sentimos identificados con una persona amada, con los demás, con todo ser viviente…

La soledad esta vez, mis valedores. Pudiese referirme a asuntos de requemante actualidad, como esa maniobra multimillonaria con que Obama intenta evitar más suicidios de desempleados, o el aquelarre de Davos, Suiza, donde Felipe de Jesús fue a turistear con todo y validos que a balidos le hacen segunda en el intento insensato de convencer al mundo de que pese a lo que denuncia a alaridos la realidad objetiva, nuestro país es el mejor de todos los mundos posibles y uno en el que todo producimos en grande, como pozoles aderezados con más de 300 cadáveres. De ello pudiese escribir, pero no…

No, que hoy voy a referirme a la humana soledad, que a tantos afecta a estas horas. Porque, mis valedores: ¿quién que es no es un ente abrumado con el sentimiento de la soledad, esa hija terrible y magnífica de la libertad humana que, a escala de mito, con el fruto del conocimiento se echaron sobre los lomos Eva y Adán para descubrirse dueños, pero también responsables, de sus propios actos? Así, como lo dejó asentado el filósofo existencialista:

«Los humanos estamos irremisiblemente condenados a la libertad».

Terrible y magnífico. Y es que antes de ser sólo éramos fetos, y de recién paridos sólo parte de la naturaleza circundante como lo son el árbol, el gato y los demás irracionales, pero con el uso de razón nos descubrimos ya no integrantes de lo irracional y lo inanimado sino individuos únicos e irrepetibles, y por ello esencial e irremediable solos. Yo, Atlas de pacotilla, cargo una soledad llevadera cuado fue compartida en compañía familiar; pero a la ley de la vida todos se fueron desperdigando con su soledad a otra parte, y yo me descubrí hablándome solo y solo contestándome, y entonces… (En mi soledad me abstraigo en la sinfonía de Bach, Mozart, Beethoven, pero un buen día se congregan mis gentes, y desde aquí donde esto redacto las oigo hablar allá abajo, y esa sinfonía de sonidos humanos opaca con ventaja a Malher y a Carlos Felipe Emmanuel Muy de tarde en tarde, lástima)

La soledad en su laberinto, ese que el mito ubica en lo más profundo de nuestro ser y donde reside el centro sagrado del que fuimos expulsados para nunca volver, como también lo misterioso de la esencia humana y su soledad primigenia (Sí, el laberinto de la soledad, que dijera Paz). Hace algún tiempo, como meter la punta del pie en el agua helada del charco, para redactar mis fabulillas comencé a utilizar la computadora Aislado de amistades y reuniones sociales, me arrimé entonces a la magia que atribuí a los mensajes del correo electrónico (yo, renuente a la metamorfosis de crisálida a gusanillo, me niego a convertirme en uno más de los gringos de segunda que usan los clones del ingles, en este caso los «mails»). Con mi ración de soledad encima lancé a los vientos de la rosa mis correos y me puse a esperar la voz de otros entes solitarios. Ya imaginaba a tantos seres anónimos que, mortificados por el achaque común, se comunicaban conmigo, y compartíamos la carga, y hablando nos aliviábamos. Y sí, de inmediato la variopinta respuesta

Visceral, la del tema político: López Obrador llegó para salvarnos. El Peje López, embustero, manipula acarreados y que el místico Felipe de Jesús cumple sus promesas, y que ese jetoncito es espurio, y que… válgame… Las ofertas de estudio: «Visítenos. Lo esperamos el próximo lunes. Estamos en calle Corrientes, Buenos Aires. Estudie en la mejor academia de la Región de Los Lagos, Canadá Las actividades sociales: que este domingo pase una tarde placentera en el Parque Popular, de Barranquilla, Colombia ¿El renglón económico? Diez, 15 ofrecimientos diarios me ofrecen 10,15 millones de euros, dólares o libras esterlinas. Los Irish News, los Euro PW, los M. Sankoura, desde unas supuestas Europa, Inglaterra y Sudáfrica, me ceden herencias. «Mándenos los datos de su tarjeta de crédito». Suertudo que no fuera Y cómo no serlo, si docena y media diaria de dadivosos desde su lecho de agonizantes me suplican, última voluntad, que me sirva aceptar esos millones de libras esterlinas. Diez, 15 correos diarios. Diez, 15 aborrecimientos, y tomar un ratón que mi rabia convierte en tigre de Bengala, y tíznale, mandar al canaco a los agónicos donantes. A mí confundirme con los pobres (de espíritu). Y más allá del cascajo, más allá del ruiderío…

En mi soledad y en mi correo todo se torna como mi vida ausencias, mutismos, distancia y bloqueo, indiferencia nada (Lástima)

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