Un milagro, Señor…

¿Cuál es mi fuerza para esperar aún? ¿Y cuál mi fin para que tenga aún paciencia? ¿Es mi fuerza la de las piedras, o es mi carne de bronce? ¿No es así que ni aun a mi mismo me puedo valer..?

Y es como para preguntarse, mis valedores: ¿habrá desdicha mayor que la de aquel desastrado que, encaramado en la opulencia, de repente se precipitó en la desgracia y desde el fondo de su minusvalía se vive recordando su pasado esplendor? A algunos de ellos me referí el viernes pasado, ¿se acuerdan ustedes? A aquellos de ánimo contristado con los que nos topamos a la vuelta de la esquina, que mal-viven una existencia arrastrada y mal soportan el áspero oficio del diario vivir. Con ellos me he tropezado en esas callejas de los barrios bajos, y me he seguido de largo, como si nada…

Fue así como derribado en el cemento y encementado andaba el muchachejo al que me encontré un día de estos, y qué poca Tula la mía (Tula es mi madre): después de mirarlo seguí mi camino. Lo mismo iba a suceder días más tarde, cuando me topé con aquella mujer enroscada en posición fetal (¿enferma, drogada?) en aquel rincón del Metro Balderas. Desde una remota eternidad me miraron sus ojos, y aun intentó un amago de pedimento, de súplica, una mueca de dolencia. Yo, egoísta de miércoles (¿o era jueves?), apresuré el paso. Qué poca, dije antes.

Y fue entonces. Ahora sucedía lo del desdichado al que me referí en un principio, al Job que conoció tiempos de abundancia y hoy se arrastra en el arroyo (vehicular). Mi primer impulso al mirarlo fue huir; «y yo por qué», otro haga el esfuerzo de mirar por él. Ah, el humano egoísmo. Pero algo acá, muy adentro, me obligó a detenerme, pensando que la Moira aprontábale a este samaritano renuente una renovada oportunidad, y no iba a desperdiciarla. Me frené y me acerqué al desvalido que, derribado entre esputos y basurillas, se encontraba el peligro inminente de que el metrobus se lo antellevara entre las sellomáticas.

Me puse a observarlo, me quedé observándolo, y qué espectáculo: quién te conoció cuando eras y valías, cuando tenías peso y presencia y pisabas fuerte, y quién te mira a estas horas, marginado de todos, despreciado, minusválido, un ente venido a menos, todo sucio y astroso y en total desvalimiento, un Job sin tan siquiera el consuelo de Bildad, Elifaz y el resto de amigos que en la desgracia sólo la espalda te dieron, lástima..

Ya realizaba el impulso y extendía mi mano cuando dudé: ¿tenderle esta mi mano, limpia hasta hoy de todo contagio? Me hice el ánimo y venciendo la repugnancia me incliné ante el malaventurado, tendí mi diestra, lo alcé del arroyo (vehicular), lo traje conmigo a mi propia casa y créanmelo: frente a mí lo tengo al teclear, y excesos de una imaginación atorrenciada: aun parece percibirse en el desdichado una sonrisilla de agradecimiento…

Bien. Tranquila está mi conciencia una vez cumplida la buena obra del día y aquí un mensaje al autor de la parábola del Buen samaritano:

Señor: bien sabes que éste al que recogí de la calle nada vale, como tampoco mi acción, pero si algo de mérito le ve tu misericordia ¿a mí y al que alcé del arroyo (vehicular) nos darás a valer? Yo, un despojado de espacio propio en la radio donde ejercer cabalmente mi oficio de periodista El, un desgraciado que alguno (de inadvertido o de intento) arrojó a la media calle; este pesito mexicano que de ser el peso 07.20 sexenios atrás, hoy no vale lo que pesa Lo acabo de rescatar y lo tengo aquí enfrente, míralo.

¿Algún día lo darás a valer, y con él a todos los mexicanos, devaluados en la misma medida que el peso, y tan tirados al arroyo (vehicular) como el propio pesito que me acabo de encontrar? ¿En la misma medida y proporción devaluarás a los devaluadores, inquilinos sexenales de Los Pinos, ineptos los unos, mediocres los más, estos tan demagogos como aquellos sinvergüenzas, y donde el que no es embustero nos salió vendepatrias, y hasta algún espurio que participa de las taras de todos su predecesores..?

Tú a Job lo rehabilitaste. ¿Y a nos, Padre? A la corrupción he dicho – Mi padre eres tú – ¿Dónde estará ahora mi esperanza? Da a valer al peso mexicano para que los mexicanos volvamos a valer, porque de otra manera..

Claro, sí, la rehabilitación del pesito, como la de los mexicanos, sólo a los mexicanos atañe, y está en nuestras manos, pero eso no lo queremos entender y todo lo esperamos del pensamiento mágico. Un milagro, Señor. Para el peso, para los mexicanos. (Amen)

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