Malhaya el Gran elector

Y qué le vamos a hacer, todo se ha consumado. El candidato de raza blanca se impuso al de color. El Gran Elector (¡y no poderle aplicar ley alguna!) pasó por alto los méritos de los candidatos, eminentes los del hombre de raíz africana cuanto deleznables los del hombre de la «raza superior». A mí, todavía dolido por el resultado de la elección, no me queda más recurso que lamentar las limitaciones y prejuicios humanos, que sobre las calidades del negro se impuso el torvo prestigio del blanco. Y qué hacer…

Claro, sí, pudiese consolarme diciéndome que poco o nada me afecta semejante elección y que me considero ajeno a la influencia del elegido, pero en este caso cabe asegurar eso mismo que a su hora afirmé ante tantos de ustedes cuando se conoció el resultado de aquel otro proceso electoral, el de julio del 2006: no me duele por el candidato perdedor, me duele, y mucho, por el que ganó, «haiga sido como haiga sido».

Pero volviendo a la maniobra en donde, méritos aparte, el Gran Elector privilegió al blanco sobre el de la piel oscura: por qué éste no fue el elegido, sólo el Gran Elector (¡y no poder castigarlo!) pudiese revelarlo. ¿Fue por el color de su piel? ¿Achaques de un abominable racismo, de una asquerosa discriminación? ¿En la sociedad del Estado aquel, que infama una historia de dogmas y prejuicios, no hubiese sido bien visto que un «hombre de color» llegase a tan eminente dignidad? Si así fue, lástima, porque ello significa que la historia la humanidad aún no se desembaraza de semejantes lacras, y que más que los méritos cuentan las apariencias. Lóbrego.

Sí, porque el derrotado es un espíritu liberal, de tendencias progresistas y enemigo, por eso mismo, de la explotación del obrero, de su alienación. Boca bembona, oscura la piel, blancos sus dientes y el pelo pasita, su aspecto físico choca con el estereotipo porque en nada se diferencia del músico de jazz, el promotor de peleas de box, el viejo memorioso que en las tabernas de Nueva Orleans y por la oferta de una copa de whisky suelta la narración de cómo fue su carrera de pelotero o atleta olímpico.

Por cuanto al ungido por el Gran Elector (¡malhaya!): en su currículo queda constancia de una personalidad racista, con instintos de represor y unos impulsos de intransigente e intolerante que lo han llevado a expresarse a lo vituperoso de comunidades que no son las arias, anglo-sajonas ni eslavas, y de culturas y creencias religiosas distintas a la suya. ¿Ni siquiera su edad avanzada, de setentón, fue impedimento para ungirlo y poner en sus manos un poder que abarca millones y millones? El de origen africano es mucho más joven, y se le adivinan vigor, entusiasmo y sabiduría para echar sobre sí la tremenda responsabilidad de gobernar, en cierto sentido, los destinos del mundo. Pues sí, pero su piel es oscura…

El otro es blanco de piel, pero de oscuros instintos, ayuno total de carisma y magnetismo personal, carente de todo poder de convocatoria y arrastre personal; un personaje de ideología ultraderechista, macartista, de nazi e inquisidor, brazo derecho (ultraderecho) del derechista antecesor y como él, anticomunista rabioso. Hoy mismo, ya como ungido, continúa con esas tendencias represivas y autoritarias que tanto daño han causado dentro de su propio equipo de trabajo. Yo lo traigo atravesado aquí, miren…

Para qué abundar en el desastre. El producto del Gran Elector (¡anatema!), todavía ayer gusanillo, el día de su triunfo amaneció a ser crisálida, y a acaparar las pupilas del mundo, y a aniquilar a quienes no piensan como él y difieren en filosofía y creencias. Y para la reflexión: si aquí en nuestro México, con el posible fraude de julio el Sistema se vio en la necesidad de arrancar las cabezas del IFE y del TRIFE, ¿por qué en El Vaticano nadie intentó protestar con aquello del «voto por voto, casilla por casilla»? ¿Por qué nadie intentó destituir al Luis Carlos Ugalde de la elección papal, ese Espíritu Santo qué prefirió a Ratzinger como sucesor de Juan Pablo cuando más méritos se le advertían a Francis Arinze, nigeriano? ¿Por qué? Y aquí el consuelo de este rencoroso:

Mañosamente entronizado, el Calderón de El Vaticano, como ocurrió con el Ratzinger de Los Pinos, de terminar su gestión va a desbarrancarse directamente en ese infierno que nombran desván de la historia Tal es el destino de quienes llegaron sin mérito alguno y dejando atrás a muchos mejores que ellos, como Ratzinger a sus AMLOs de El Vaticano. Y ni cómo aplicarle la ley al Espíritu Santo, ese Gran Elector. (Lástima)

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