De mi viaje reciente a San Miguel de Allende les conté ayer, y que a este citadino, tan distante de Madre Natura, un sol como toro en brama me sancochó los sesos y me arrojó a la mortecina región de la fiebre y los delirios. Mi sanmigueleña: «En el balneario te sentirás bien».
Al balneario enfilamos por una carretera que, en pleno mediodÃa, hervÃa de reverberancias. Yo, con la fiebre, ¿comencé a delirar, a hablar solo? «El frescor de la granja te va a aliviar». La vi a lo lejos, alcancé a decir: «Allá no, parece casa de gringos» «Es de gringos y cochinos», dijo ella. «Cochinos y genocidas, que desparraman por el mundo sangre, miseria, dolor y lágrimas».
Que eran cochinos de los otros, de los que más allá de los cisticercos a nadie hacen mal, y que el gringo era amigo, y que alguna tisana me darÃa para retirarme el ardor de la sangre.
Y allá vamos. Como calabaza en tacha, mis sesos, a punto de estallar como conflicto Fox-Chávez, que no es de los sesos sino de los esos.
Y el solazo, y la resolana, la sofocación y el ahogo. Llegamos. Oà vagamente: «Los de la capital, mister Cheney, que no aguantan nada».
El frescor de la finca. Más allá de la malla ciclónica, la promiscuidad de cochinos graneados, unos cuinos y otros ovachones; añejones algunos, los hocicones y los güerejos
trompa rosada, los enteros, los capones, los de espinazo de erizadas cerdas, los gruñidores talachones, y el alboroto: «¡Oink, oink!» Mi cabeza, mis neuroncitas, que se me tateman en el horno…
En la oficina el gringo, pegado al teléfono. Larga distancia. Al hablar apapachaba en sus brazos a una cerdita. Enterado de mi dolencia, dijo al teléfono: «Un momento», y entró al otro cuarto, hizo ruido con la limadora, salió con un lÃquido espeso y me lo hizo beber para luego reanudar su comunicación: «Gracias, sÃ, tomo nota. Claro, le puedo surtir de inmediato los que necesite. Capones, enteros, media leche, leche entera, buen precio. ¿Cuántos le enviamos? Perfecto. Este fin de semana los tiene en el DF». Colgó.
¿DF? Y ándenle, que al oÃr DF, la cerdita acunada en las piernas gringas gruñó, pegó un reparo, y válgame; el hombre se destantea, observa a la muy cerda, mÃrase la ropa (aquella mancha asquerosa), se alza y mete un patadón a la cochina puerca, se limpia tal inmundicia. Y fue entonces: cojeando y sobándose contra la barda, la cerdita:» ¡ Gringo hijo de su perra madre, qué chinche patadón me acomodó de faul en las zonas blandas..!»
¿Que qué? ¡La entendÃ, entendà el diálogo de los cerdos! ¿Efectos de la pócima, que me producÃa náuseas, aunque no tan repulsivas como las que me provocaron las expresiones de los puercos, que luego escuché? «Tantito más y me aplica el control natal con la puntera de la bota texana, que hasta vi estrellas!» «¿De Televisa o de TVAzteca,tú?» «De cualquiera, tan colegas nuestras son las del canal de adelante como las del canal de allá atrás».» ¡Mujer, que yo entiendo lo que dicen!» (¿Lo dije o fue la pura intención?) «Pero no me hablen al tiro, que les traigo una noticia de poca. ¡Nos mandan al DF, muchachos! ¿Se imaginan?»
– ¿Te cai? ¡Chido, yo pido mano para embonarme a la campaña de mi colega Demetrio Sodi, a ver de aquà al fin de semana de cuál chichi mama..!
(«¡Entiendo a los puercos!») «Yo escojo ir al sol, pero el azteca! ¡Quiero ofrecerle mis servicios al Chucho Ortega, el del muy puerco pasado talamantero! Para ese Chucho… este puerco, ¿no?»
– ¡A mà que me la den de vocero presidencial y ya la hice, oink, oink!
– ¡Qué les pasa, yo voy a la segura con el brody Madrazo!
Ahà se encrespó la cerdita: «Tú que te acercas al Madrazo y no es madrazo el que les forjo con una campaña: ¿Tú le crees al Madrazo? Yo tampoco. Porque puercos somos ellosy nos, pero hay niveles». («¡EnloquecÃ, mujer, los entiendo!») Y asà todos: que al PRI, que con el ex-presidiario Dante, el de Convergencia, y que nosotros vamos al «Vamos México» para que nos pongan en engorda, y que con Manolo, y… mis valedores: al DF volvimos. Ella: «Qué te darÃa a beber el mister, que a gritos te pusiste, todo ridÃculo, a cantar y bailotear un sonsonete absurdo, con una letra más absurda todavÃa. Lo grabé, óyelo». Espantable, y lo juro: ¡Era la primera vez que en mi vida la oÃa! La oÃ:
«Cuando al Zorro, que pasa por muy serio le encargaron formar el Ministerio, – naturalmente se sintió muy ancho, pero, queriendo aparentar modestia- convocó, una por una, a cada bestia. – Tan sólo se negó a llamar al chancho, – pues dijo el muy ladino: – No conviene llamarlo ¡Es tan cochino! – El Perro, que se hallaba ahà presente, – le dijo: ¡haces muy bien! ¡No es conveniente! â??A más de sucio, desastrado y terco, – tiene otro inconveniente todavÃa: – que si llevamos al Gobierno al Puerco, – va a estar siempre con él la mayorÃa». Mis valedores: esto encierra su buena moraleja, ¿pero cuál? (Piensen.)