Ocurrió el domingo anterior en mis derrumbaderos zacatecanos, a esa hora de entre dos luces, ya al pardear, en que el poniente estalla en llamaradas mientras mezquites y venadillas se engrifan de alboroteros aleteos que se acomodan para dormir. Rumbo a la plaza me dirigía cuando aquel diálogo me intrigó. Pian pianito me acerqué, y fue entonces: en el viejo reconocí a don Tereso, ranchero de por los rumbos de Las Güilotas, Zac. Cascorvo él, traje de gamuza untado a las zancas de jinete viejo que nació, creció y estoy por decir que se reprodujo a lomos de cuaco cerrero. El charrito viejo caminaba a lo dificultoso, apalancándose en el antebrazo del mozo garrido. Oí el diálogo:
– Usted y sus fanatismos, apa. ¿Tan poco le interesa su salud? ¿Prefiere andar todo achacoso, con el riesgo de la vida?
– Prefiero ese riesgo, m’hijo.
– De no creerse ¿Pues qué su remedio no está ahí nomás, en la botica? Pero usted, que prefiere el sufridero…
– Porque quiero morirme virgencito, m’hijo. Porque lo que me queda de vida quiero poder seguir mirando a su madre a la cara, y a usted, y a todo cristiano de bien. Que nadie diga que su padre fue capaz de una cochinada. La dignidad y la cabal varonía tienen su precio, m’hijo.
– ¿Y qué tiene de indigno calmarse el dolor?
– Ah, ¿entonces lo que usted quiere es que su padre renuncie a la calidad de varón, del hombre completo que ha sido el tanto de ochenta y tantos años? ¿Quiere ver a su padre de alcahuete, baquetón y poca vergüenza, poniéndole alfombra colorada y tapizando de flores el paso de esas intrusas? ¿Qué diría si me viera en el intento desvergonzado de justificar, justificaciones embusteras, tan indigna vejación a su patria, m’hijo?
Pero una medicina qué tiene qué ver con esas tales intrusas, pensé. En la parroquia, la primera llamada al rosario. Por el callejón de Ánimas, el cencerro de la vaquilla caponera, con el hato detrás, rumbo a la querencia del establo. En la arrugada pelleja del viejo, crispaciones. Voz impaciente, el gañán: ‘Le duele mucho, ¿verdad? Déme usted su licencia y ahora mismo me arriendo hasta la botica. Para qué padecer, qué le cuesta curarse».
– La honra, la dignidad, ¿le parece poco? Si yo ahora me rajueleo con la medicina, créame: como si renunciara a la varonía Lo doy a torcer, m’hijo, y a sombrerearle yo también a las intrusas esas, a culimpinármeles, a servirles de petate y sonreírles mientras ésas me forran de estiércol y me dejan como trepadera de mapaches. Orita acepto esa medicina y al rato mire: que cualquiera humille a su padre, que lo bocabajée, y su padre le responda a sonrisas, pelándole la mazorca de dientes, qué indignidad. ‘Pasen ustedes, tomen posesión del negocio». ¿Se imagina? Caracho, digo. Eso nunca de los nuncas lo verán sus ojos. Ahí será voluntad del Altísimo que me cure, o él verá si con este tercio no me levanto.
Yo, válgame, por venir pendiente de don Tereso y sus razones, el resbalón, el trompicón, la plasta en el zapato. El perraco oreja mocha me olisquea como queriendo completar la faena Lo apreté, el paso, y entonces:
– Por vida suya apá, hágalo por nosotros. ¿O no quiere a su familia?
– Porque la quiero no me dejo curar. ¿Yo, terminar hecho un redrojo de varón, como esa recua de indecorosos castrados que se han prestado para comité de recepción de las intrusas, para sus chambelanes y alcahuetes, migajeros de miércoles que no fueran..?
(Era domingo.) Chuequeando llegó al portón de la casa aquella donde aguardaba la anciana ventruda «¿Ya vienes curado, viejito?»
– Ande, apá, contéstele, a ver si no le da pena. ¿Creerá, madre, que no quiso curarse? Que porque el supositorio que le recetaron es gringo, y que en sus asuntos internos ningún gringo va a entrar, que él no es legislador pri-panista-nueva-izquierdoso como los culiprontos de supositorios gringos marca Shell, Petrobras, Exxon, Mobil y congéneres, ¿qué le parece?
– Ay, viejo, genio y figura, pero en fin, allá tú con tus cólicos misereres. Mira nomás qué horas son, y tú todavía sin comer; entra con cuidado, no te lastimes. Te voy a preparar unos huevos.
– ¿A mí? No, ¡huevos a diputados y senadores de este país, que eso es lo que a todos ellos les falta huevos!
En la penumbra miré a don Tereso, inflé el pecho, me cuadré ante uno que no nació para culipronto de petroleras grin
gas. (Vale.)