Media mañana Ahí, frente a mi zozobra, El Cosilión, del depto. 18: «Son unas cuadras, no sea zacatón. ¿O qué, ya no somos amigos?»
A prueba nuestra amistad. Yo, cauteloso: «¿No le convendría ir solo?»
Pero cómo negar un favor al vecino, ahora que anda con un genio intratable porque la suegra amenaza con venir a pasarse con él y familia las vacaciones escolares. Por otra parte, ¿negar un favor al marido de La Lichona, que sería negárselo ella, a sus blusas escotadas hasta por acá, miren (mejor no vean) y a sus pantalones blancos, tres tallas más estrechos de lo que piden, suplican, exigen sus (en fin). Hice a un lado los matutinos y me alcé del sillón. «Espere, pues, a que descargue una urgencia menor».
Entré al lugar excusado, me encerré, puse el seguro a la puerta, caí de rodillas entre la taza y la nica y abrí los brazos, el rostro hacia el techo: «¡Señor de los santos cielos, tú que supiste proteger a Daniel en la jaula de los leones y en los fosos de fuego! A tu poder me atengo y mi vida la pongo en tus manos». Como en un susurro creí percibir voz del Increado, que pedía más detalles. «Mi vida, señor, en peligro de muerte. ¿No ves que me veo obligado a salir a la calle? Y en pleno Distrito Federal, ¿te imaginas?
Pero la persigné, volví a la estancia y tomé mi chaleco de pelos. «Vamos, pues, y que sea lo que tenga que ser». (Y aquella corazonada..)
Al bajar las escaleras rumbo a la calle, y como resultado de la lectura reciente de los matutinos, mi mente hervía que hagan de cuanta noticiero de López Dóriga, cuando tenía yo la mala costumbre de verlo en el cinescopio: secuestros, asaltos, cabezas sin cuerpo, cuerpos sin cabezas, y por todas partes regueros de cadáveres insepultos. «Esta semana, tan sólo en Chihuahua y Sinaloa, la cuota ascendió a tantos «rafagueados». Me apoyé en el muro y abrí la puerta «Obre Dios».
Ahí, frente a mí, la calle, y lo que es el miedo: al pisar la banqueta, El Cosilión se frenó y yo pegué el reculón. Luego, a lo instintivo, nos tomamos de la mano, pero el qué dirán. Nos soltamos y echamos a andar. Animas del purgatorio. Yo, aquella corazonada..
Y a enfrentar los peligros de la vía pública ¡caminando a pie firme, aunque con las zancas levemente temblorosas! A caminar el tanto de las diez cuadras que nos separaban del taller mecánico donde intentaban recomponer, estilo rompecabezas, el Jetta de El Cosilión, ahora desvalijado por tercera vez. A pie porque mi cucaracheta no circulaba ese día y El Cosilión había rechazado la sugerencia de La Lichona: «Si en lugar de arriesgarte a salir a la calle mejor dejaras perder tu Jetta…» Mis valedores…
La calle: río de viandantes que, más allá del pánico, vienen y van, con la prisa frenética de quien no tiene ni sabe a dónde ir. Media cuadra y nada había ocurrido todavía Yo, esta mano en la boba para protegerme. No un revolver, sino un rosario bendito. Luego la zurda a la otra bolsa donde llevaba mi relicario con las reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús. La calle…
De repente: ¡tráca-ta-traca!, ráfagas de metralleta Me engarroté, apreté las de Santa Teresita, traté de atejonarme en el quicio de la puerta, brinqué. A la estampida de transeúntes alcancé a distinguir el portón del banco, desflorado a punta de cañón largo, que vomitaba a unos de uniforme en estampida, y detrás de ellos, fusca al frente y comandados por su guía moral (uno de la Federal Preventiva), media docena de asaltabancos que con las de alto poder les aventaban el recuerdo familiar: ¡Trácata-traca!» A la vuelta de la esquina se alejó el estrépito. El Cosilión:
– Déme acá su manita, lo ayudo a levantarse. Mire nomás que irse a tirar en el charco. ¿Ve? Ya comenzó a estornudar. Al rato la va a hacer de tos.
La esquina de mi barrio. En el puesto de periódicos: «Sinaloa: sicarios asesinan a 8, incluidas 3 menores». «El ejército detiene a siete pistoleros en Culiacán «En Chihuahua amenazan al gobernador José Reyes. Ayer amaneció una manta en la casa de su madre: O pones orden o matamos a tu familia«. Y las fotos, qué fotos: a todo color, a todo dolor, a toda sangre. Yo, qué curioso, la ropa empapada y la boca reseca
– ¿Y si mejor nos regresamos? Hasta podríamos llevarnos a este pobre perraco, mire. Es un perro del mal y anda bien espantado.
Pálido, tembloroso, ojillos afiebrados y el rabo entre las piernas, se nos había entreverado a las zancas. Me dio una pena..(Sigo mañana)