Cómo, a nuestro parecer – cualquiera tiempo pasado – fue mejor…
Lo que ya de ayer a hoy, mis valedores. Pero no, no escamarse, que más allá de la cita de Jorge Manrique, no creo que todo el tiempo pasado haya sido mejor, ni tampoco es mi intención despeñarme en el ejercicio de los viejos de espíritu: dar la espalda a la realidad de hoy día, enroscarse en posición fetal y así malvivir, muriendo, de sus remembranzas, y suspirar por un tiempo que se les fue para nunca más. Mi intención es otra.
Ocurrió que un buen día el mejor de todos mis días, fui sacado con fórceps de ese vientre materno que son mis terrones zacatecanos, y aún con el cordón umbilical afianzado al terruño me instalé en esta ciudad hervorosa de gente con prisa por enfilar hacia ninguna parte, urbe y ubre a la que tantos millones de humanos hemos terminado por deshumanizar, cruel paradoja Entonces fue, ya aclimatado en mi nueva residencia (una vecindad, por la Plaza del Estudiante), cuando me percaté de ese fenómeno común de la aldea el poblado y la ciudad capital: la actitud, humanísima de viejos y jóvenes.
Aquí, como allá observé el diario vivir de unos jóvenes, ellas y ellos, encendidos con oleadas de sangre que les hierve en esa hornaza de vida que apenas y a penas activa endorfinas, hormonas y adrenalina y la simpatía y sana envidia por su lozanía y vitalidad. No lejos, apagado el fogón, los jubilados de la vida paso a pasito, iban acercándose a la Gran Interrogante.
Y ocurrió que por calles, parques y plazas de la Morelos observé el estilo fácil, desenfadado, de las y los jóvenes que a impulsos de su vitalidad y entre risas y ritos de iniciación amorosa se avistaban, se observaban, sonreían, y roto el hielo anudaban las frases primeras y el compromiso que los llevaría al noviazgo que a veces remataba en la vida en común. Los viejos, en tanto, atornillados en la banca del parquecillo y en la almendra de la soledad, se dedicaban a ver sin mirar, ojos opacos, la vida que pasa Quizá dos de los tales, a media voz, voces desleídas, intentaban revivir días, tiempos, épocas que muy atrás se quedaron. Yo, a lo discreto, me poma a observar a unos y otros, éstos jóvenes alharaquientos y aquellos viejos ya domesticados por el áspero oficio del diario vivir. Los viejos. Qué joven fui una vez…
Era domingo en toda la ciudad, un domingo de música y baile en los difuntos Nereidas y Salón México, y los agonizantes Salón Colonia y California Dancing Club. Ese domingo jóvenes y viejos se acercaban a recibir su discreta dosis de religión, los unos, y de agonía y éxtasis sexual, los jóvenes, en discretos rinconcillos lavados con Jardines de California…
Eso ayer, Hoy ya no. Hoy, viejos y jóvenes por igual. No que el anciano haya rejuvenecido, sino que el joven adopta actitudes de la edad senil. Yo, que no he perdido la costumbre de mirar y fisgonear ese asombroso milagro que es el ente humano, observo a los viejos, los jóvenes, los adolescentes, y aquí lo asombroso: los viejos -dejaran de ser- continúan cavilando, agachados, en monólogos interminables y cabeceos soñolientos, nostálgicos. Los jóvenes, mientras tanto, ¡se les emparejan! Gacha la testa jorobado el espinazo y una ausencia total de este mundo, en el metro van, en la combí vienen, por la calle deambulan, en la banca del parque se instalan o en el espacio ribereño del centro de estudios, y ausentes ellas y ellos, mochila aretes y tenis, tronchado el pescuezo, la cara al nivel del ombligo, se van de este mundo, se agachan a morir en un tiempo para ellos muerto, como en la hondísima meditación filosófica de las interrogantes esenciales: ¿quién soy, qué voluntad me hizo nacer, por y para qué, cuál el sentido de mi muerte, qué hay más allá de la Gran Interrogante? Cuándo, cuándo la hora llegará…
¿Pensamiento profundo? No, ¡el condenado celular!, Sí, ese nuevo recurso que inventó el Gran Dinero para embombillárselo a unas masas indefensas para ayudar a la TV a aislar aún más a los jóvenes, entretenerlos a lo banal, manipularlos para el consumismo, mantenerlos mansos, pasivos, domesticados y listos ya para Lobohombos y News Divines. El celular. ¿Tanto ha logrado domesticar a los jóvenes de este país? Y luego por qué Slim es uno de los nuevo-ricos más ricos del orbe. Mis valedores…
¿Ustedes tienen celular? ¿Clavan su vista su espíritu, su vida total, en todo ese bodrio, en esa masquiña, en eso banal y dañino con que mediatiza la aviesa pantallita y allá afuera la vida que pase y se vaya para nunca más? Es México, es la juventud, el celular, el licor y la droga en las ratoneras News Divine y Lobohombo. Ah, paisas, cuándo se nos quitará lo paisas. (En fin.)