Llovió en el jardín. Lluvia mansa, que intentaba pasar inadvertida Al aroma de bugambilia recién bañada se me vino encima la evocación. Al contemplar la llovizna me punzó la añoranza, la tristura por los años dorados de la niñez, esos que para mí transcurrieron acunados en la paz y el amor de mis buenas gentes y al arropo de los derrumbaderos zacatecanos de mi Jalpa Mineral. Qué tiempos, qué niño fui una vez, qué feliz. Y pensar que yo no lo sabía; de haberlo sabido…
Lo recité aquí, con ustedes, hace algunos ayeres: «Fue mi libro de texto un amor escolar». Mi profesora sí, que me enseñó el silabario (el de San Miguel, conste). Más tarde iba a llegar la niña de mis amores tempranos, que sigue siendo de mis amores tardíos. Ella la sota moza que allá en mis terrenos acaba de fallecer. Accidente automovilístico, Dios…
Haya paz. Lo que he de relatar ustedes es un suceso que aconteció en tiempo de aguas, cuando esa coqueta y frutal sota moza que es mi Jalpa Mineral muda de ropas, se despoja del pardo sayal del oficio de tinieblas, las rogativas cuaresmales y las postrimerías del alma para al filo de las primeras tormentas echarse encima sedas, gasas y encajes de festividad, vaporosas y olorosas a albahaca, geranio, yedra, jazmín. Y aquel tufo (ardor, fecundidad) de hembra en brama que se desasosiega y despide humores de fermento, humus, mantillo, encelando al cielo para que la empape, y después parir. Primavera Y aquellos chamacos cómo quedar reducidos al aula escolar.
– ¡Al paseo, a la excursión, vamonos!
A La Cañada, La Villita, El Santuario, pastoreados por aquel mínimo profesor Máximo. Y échate a espulgar bajíos y laderas (sus escurrimientos, orgasmos de vivas aguas) al olor de la guayaba, el membrillo, el guamúchil; y qué diablos le ocurre a esa lagartija, que avanza a remolque sobre esa otra, la pobre, y frente a la gloria de verdes pelambres de la sabinera, a cantar a gritos ese modelo de coherencia y lógica que así filosofa en tono de sol:
«De tunas y garambullos – están las laderas llenas – por eso no es bueno engrirse – con las mujeres ajenas» A grito pelón. A dos voces….
De repente, el frenón. Se trabó el cantar. ¿Y eso? ¿Y ese? Ahí, enfrente, el hombrón de la fusta al cinto. Don Vicente en persona, cacique de la región. Contra el profesor Máximo nos arracimamos, el manojo de espantados crios. Pero el empistolado venía de buen ánimo, y en vez de echarnos de sus terrenos a punta de bala, nos invitó: «A la diversión, mis muchachones».
Y qué diversión. Era el tiempo de aguas. «¡Hijos, conviden a estos..!»
La familia del cacique, una Marta de pasado incierto y unos chamacos malforjados en el caserón que se atejonaba entre breñas, peñascales y ganado mayor. Mal habido. «Niños, convídenlos a la jugarrera». Cazar mayates, esos loderos y excrementosos escarabajos del tiempo de aguas; a mano pelona apresarlos cuando rodaban bolitas de heces humanas rumbo al agujero en el barrizal. Pies atascados de lodo, manos jaspeadas de porquerías. Marta, entusiasta «Pepénate ese grandote! ¡Échalo a volar, hijo! ¡Suéltale más hilo! ¡Túmbalo, al jijo-diún!» Los pesados bicharajos a lo manso se dejaban apresar, y ya con el hilo atado en el corpachón alzaban un vuelo zumbador que mal rebasaba el follaje de mezquites y venadillas. Verde tornasol, los caparazones rebrillaban al sol. El cacique, de súbito: «¡Todos a la cocina, rápido!»
Ahí vamos, a querer o no, tras de los alboroteros, que se apoderaron de la mesa y entre los platos jugueteaban con los excrementosos, y entonces: ¿yo tener que tragar unas carnes ovachonas de sebos, a las que las manos enlodadas de la Marta agregaban a puñadas cebolla, orégano sal? ¿Yo, resistir el olor del culantro? Y el primer amago de vómito. Ellos, a sorber sebos a lo ruidoso, jugueteando con los bicharajos. «¡Mi mayate es el más gordo!» «¡Pero el mío vuela más alto!» «¡Yo me pepené el más brilloso, pos qué!»
– ¡Eitale, no los maltraten, que esos animalitos aquí nacieron, aquí se criaron y son de nuestra querencia, parte de la familia!
En la mesa y entre platos de sebos distinguí a quienes jugeteaban con las heces: Aldana, Romero Deschamps, los Salinas, Fox y los hijos de toda su reverenda Marta. Yo la arcada, el vómito, el fin Lo juré entonces: nunca más asistir a una comida excrementosa Hoy observo la mesa el de Los Pinos, con Juan Camilo, el PRIPANAL, los Fox y compinches de siempre, en plena impunidad se atragantan de PEMEX mientras juguetean con mayates. El ambiente, una vez más, a puro culantro. (Puagh.)