El gusto se me acabó…

La música de mi tierra, mis valedores, vale decir: sones, gustos y valonas, y a propósito: trovas, falsetes, jarabes qué tristes oigo que suenan, cuando años antes tan jacarandosos me parecían, tan facetos y mitoteros, tan a la medida de la jácara, la bullanga y la imprecación motivosa Hoy, con decir a ustedes que hasta la Marcha Zacatecas me suena a responso. Qué diferencia con lo que ocurría años atrás…

Años atrás yo, un chamaco que malvivía en mis terrones zacatecanos, me acuerdo que cierto día, domingo por la mañana, para inaugurar nuestra escuela llegó un fuereño, cristiano de regia estampa, jinete en penco barroso, y detrás de él la banda, arreando a tamborazos la Zacatecana, y válgame: callejas y callejones se revinieron de música, y el contento rebrilló en los ojillos del ciento de payos que, de dos en fondo y la banderita de papel en la diestra, mirábamos alelados al jinete aquel, que en plena plaza se apeaba del penco y echaba a andar por la media calle, sus botas repiqueteando en el empedrado como marcando jarabes. Era aquel mi don Pánfilo Natera, que con Villa y algunos de su calibre (30-30) hizo la Revolución. Pánfilo Natera

Lo vi pasar a dos metros, esta boca abierta y estos ojillos brillosos de admiración, contemplando al hazañoso varón de la Toma de Zacatecas. Al ritmo de la Zacatecana me hice entonces aquella promesa: «Cuando crezca voy a ser como Pánfilo Natera«. Cuando crezca…

Como crecer, poco crecí en todos los sentidos, pero la lucha se le hizo, qué más. Hoy, mi barca muy navegada y doblando ya el Cabo de Buena Esperanza, recuerdo nostálgico el domingo aquel, con un Panfilo Natera que simbolizaba la revolución, y la jocundia de la Zacatecana se me quedó en la viva entraña del corazón, dulce dolencia, y ahí sigue hoy todavía como pacífico (no siempre) amor por mi tierra Con su gente. Panfilo Natera...

Envejezco. Envejecí. Ayer, a media mañana, escuché el Juan Colorado, La Barca de Guaymas y dos que tres más, cuando ya mi placer estético se enraiza en Bach y demás beneméritos, pero de repente: ¡La de Zacatecas! ¡La Marcha que fue la de mi encuentro con Panfilo Natera! Y Dios, qué música melancólica Envejecí, porque esos mismos arpegios me bailaban jácaras en el tecorral de los costillares, cuando ahora me apachurran un corazón que percibo como cuera reseca Y esta punción, como allá decimos…

Aquí alguno me la va a interpelar: «Te equivocas, mi valedor. La música sigue viva, dulce y rumorosa, penca de miel arropada de abejas. Eres tú el que te nos agrias y agrietas. La vida se te vuelve vinagre en las venas, vinagrillo». Y yo le contesto: «En mi memoria, camino real, al estrépito de la Zacatecana se me llegó cabalgando su barroso Pánfilo Natera; su sombra, grandiosa, y otras sombras, entre ellas la del padre de más de cuatro, Pancho Villa. Las sombras aquellas como que se me volvieron más sombras; sombras nada más. La alzada estampa de Pánfilo ya no lo era tanto; humillada, más bien, gacha la testa y el pescuezo tronchado, como la de Villa y los otros. No como símbolos altivos se me presentaban, sino como avergonzados, como intentando atejonar la cabeza en el ala del tejano. Haya cosa..

Y ocurrió, mis valedores, que al son de la Zacatecana mi barrio clasemediero se me fue entristeciendo casa por casa..

Y es que la música de mi tierra la escuché, al pie del edificio, ejecutada por tres campesinos -corneta tambor, clarinete- de los que bajan de sus jacales a pedir la de por Dios. ¡En el México de Villa, Natera y la Revolución! Los campesinos tocando la de Zacatecas, y una preñada con otro a cuestas y tres añejillos aprontando boca arriba las guaripas, recibiendo las monedas que los de acá arriba les arrojaban desde las ventanas. «¡Lo que sea su volunta..!»

¡Al ritmo de la Zacatecana, vive Dios, aunque viendo eso que ocurrió ayer, lo dudo. Oí el desbordado optimismo de los músicos callejeros:

«Nuestro presidente a ido bastante bien. Durante su primer año de gobierno superó las principales expectativas. Los suyos son logros que no se hablan tenido en gobiernos previos en tan poco tiempo. Vemos un gobierno fuerte, con rumbo y decidido…»

Pero un momento, que tan chisporroteante optimismo no es expresión de los músicos callejeros que mendigan monedas de puerta en puerta, sino de usureros de los bancos que fueron de la Nación, ahora en manos de esos extranjeros, paleros cínicos y ventajistas del de Los Pinos. Es México, mi país. (¿Mío?)

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