Muy cierto, mis valedores: la inteligencia es sólo una parte del hombre, y no la mejor, y el alimento del espíritu no son los muchos libros, sino sólo los mejores; y a propósito: dos de los autores máximos del inglés y el español, Shakespeare y Cervantes, murieron ambos un 23 de abril de 1616, y de esto hace 392 años. ¿Y si leyeran Don Quijote de la Mancha? ¿Y si leyeran alguna obra del inglés? A mí, por lo pronto, con la polémica y el vocerío que ha generado la «reforma energética» que propone el de Los Pinos, se me viene a la mente el drama de La Tempestad, de Shakespeare, y de ella tres personajes por demás significativos para lo que intento sugerir a todos ustedes: Próspero, el invasor de la isla, que reduce a una suerte de esclavitud a dos nativos: Ariel, genio del aire, la idea y el espíritu, y Calibán, que personifica el vicio, la torpeza, la rebeldía, la carnalidad. Pues sí, pero no, porque, mis valedores…
El analista nos pone en alerta: Calibán, el rebelde, era el dueño de una tierra de que fue despojado a la viva fuerza, mientras que Ariel es el intelectual obsequioso que se pone al servicio de Próspero contra Calibán el rebelde, vale decir: contra quienes se atreven a inconformarse con las desmesuras del impostor. ¿El precio por la ejecución de la obra negra? Una estrellita en la frente; una beca del Fonca, de Conaculta. En los comelitones palaciegos, Ariel y los de su ralea cantan así a su benefactor: «Bécame – bécame mucho – como si fuera esta beca la última vez…»
Lean La Tempestad. Aquí el primer parlamento de Ariel todo un intelectual: -¡Salve por siempre, gran dueño! ¡Salve, grave señor! ¡Vengo a ponerme a las órdenes de tu mejor deseo; haya que hender los aires, nadar, sumergirse en el fango (en el fuego, dice la obra), cabalgar sobre las rizadas nubes, a tu servicio estoy; dispon de Ariel y de todo su influjo».
Más adelante, Próspero, a Miranda, su hija: – Ven conmigo; visitaremos a Calibán, mi esclavo, que nunca nos da una contestación amable.
Miranda: – Es un villano, señor, que no me agrada ver.
Próspero: – Pero, comoquiera que sea, no podemos pasarnos sin él. Enciende nuestro fuego, sale a buscarnos la leña y nos presta servicios útiles. ¡Hola! ¡Esclavo! ¡Calibán! ¡Terrón de barro! ¡Habla!
Calibán: – ¡Esta tierra me pertenece, y tú me la has robado! Cuando viniste por primera vez, tú me corrompiste ¡Porque yo soy el único súbdito que tienes, que fui rey propio!
Próspero: – ¡Fuera de aquí, semilla de bruja! Ve a buscar combustible.
Próspero, mientras los perros persiguen al rebelde Calibán: – Ariel, mi polluelo, pájaro mío: ve y encarga a mis duendes que trituren las junturas de Calibán con secas convulsiones: que encojan sus músculos con terribles calambres. (Ariel: -Sí, dueño mío…)
Esto leyendo, mis valedores, me ampollan la mente esos nombres, las cataduras, los torvos conceptos que tales intelectuales Arieles, genios del aire (ese aire que forma el alma del carrizal), proclaman en todos los medios de condicionamiento de masas; intelectuales Arieles que, siempre cercanos al Próspero sexenal, «justifican» todas sus medidas de gobierno contra las masas.
Y si no, piensen en las opiniones que expelen ante la «reforma energética» que, con la mano de su gato, pretende imponernos La Casa Blanca, y relacionen tales opiniones con las que en 1968 soltaron a favor de Díaz Hordas, y de LEA en 1971, y de Zedillo allá por el 2 mil, cuando el Próspero sexenal se echó con toda la fuerza de sus policías contra UNAM y sus estudiantes en huelga. Las opiniones de los intelectuales Arieles:
«No obstante lo ocurrido, Zedillo no es ni podrá ser un presidente autoritario». Héctor Aguilar C. «Es tarde, pero presidente habemus». Ikram Antaki, dondequiera que ande a estas horas. «La UNAM no es una universidad elitista, pero tampoco debe ser una universidad de lumpens o de baja clase media ofendida». Carlos fuentes. «El llamado operativo fue muy cuidado y hoy, gracias a ellos, no tenemos víctimas que lamentar. La administración de la violencia legítima también puede ser profesional». Federico Reyes G. «Firmé el desplegado porque en ese momento creí que era lo mejor, estaba todo tan empantanado. Me importó el plebiscito por compartir el fastidio ante una huelga tan prolongada y por esto también participé en un manifiesto de intelectuales, guiado por una certeza: es mejor dialogar en la universidad abierta y evitar así la represión». Carlos Monsiváis. El resto es silencio. (Ariel.)