Pavana para un poeta muerto

Tierra, a ti descendemos, para dilatarse en todo hombre – tierra de nuestras derrotas y nuestras victorias, que asciendes en todos los corazones en un misterio pascual.

El poeta, mis valedores, acaba de morir. Polaco de origen, fue bautizado hace 85 años con el nombre de Karol Wojtyla, por más que décadas más adelante, cuando ocupó la sede papal en El Vaticano, lo trocó por el más conocido de Juan Pablo II. Su último libro de poemas fue publicado a mediados de 2004, y uno de sus poemas alude al sufrimiento por la patria, «su» Polonia ocupada por los nazis. Hoy, a la muerte del hombre de su tiempo, sigo los rastros de su ardida evocación de la ausente Polonia, siempre presente en ese que como poeta nunca llegó a lastimarme, como sí su decidida política proimperialista:

Cuando pienso: Patria, me expreso y me arraigo; el corazón me habla entonces como de una secreta frontera que va de mi hacia los otros, abrazándolos a todos en un pasado más antiguo que nosotros. Es de ese pasado – cuando pienso: Patria – de donde emerjo para aprisionarlo dentro de mí como un tesoro. Sin cesar me pregunto cómo multiplicar, cómo ensanchar el espacio que comprende – Cuando pienso: Patria – escucho la guadaña golpear el muro de trigo que forma un todo con la altura celestial. Los segadores están segando…

«Cuando pienso-. Patria, busco el sendero que divide los flancos de la montaña como una línea sobre las alturas. Así corre la Patria, abrupta, en cada uno de nosotros. El camino recorre las mismas vertientes, vuelve a los mismos lugares, se convierte en ese gran silencio, que visita noche a noche los pulmones de mi tierra -Tierra, que no cesas de ser una partícula de nuestro tiempo. Ya que conocimos nueva esperanza, vamos atravesando este tiempo en la búsqueda de una tierra nueva. Y a ti, vieja tierra, fruto del amor de las generaciones, te elevaremos con un amor que sobrepasa al odio…»

Cuando escucho lenguas diversas siento crecer las generaciones, aportando cada una un tesoro de su tierra, -cosas antiguas y cosas nuevas. La tierra se vuelve un canal de luces que brillan profundamente en los hombres, ríos iguales que corren con agua siempre igual y siempre nueva; el torrente del lenguaje en torno a la tierra arrastra en su crecida la historia.

Las aguas de los ríos manan hacia abajo, el torrente del lenguaje monta hacia la cima. La cima, es todo hombre que surge de la tierra, todo hombre es la cumbre. La cumbre se levanta a la vez por encima de cada uno y de todos, se levanta siempre más escarpada, se mete cada vez más en las conciencias.

«Cuando se escuchan en torno diversas lenguas, una sola -la propia- tiene resonancias para nosotros. Ella se clava en el pensamiento de las generaciones, se derrama alrededor de nuestra tierra, se convierte en el techo de la casa donde nos congregamos – Fuera de ella resuena raramente (en los hombres que hablan en derredor, islas en el océano de la palabra universal, no encuentro ya mi propia ola) – Los activos de mi tierra no han aumentado; si el lenguaje ha manado más allá, es para perderse en canales que se secan».

La lengua de mis padres. En las grandes asambleas de los pueblos, hablamos otra lengua que la nuestra. Nuestro propio lenguaje nos encierra entre nosotros: nos reúne, pero no nos abre el mundo – Estrechados día tras día por la belleza de nuestra lengua, no resentimos nada de amargura, aunque nuestros pensamientos ya no tengan venta en los mercados del mundo, pues nuestras palabras son demasiado costosas -Pueblo viviente en el corazón de su lenguaje, de generación en generación, misterio de un pensamiento no cabalmente descifrado.

«Penetro al corazón del drama – Patria; desafío de esta tierra, para los antepasados y para nosotros, para que determinemos el bien común y cantemos la historia con las palabras de nuestro lenguaje, como un estandarte. El cántico de la historia se eleva de los actos fundamentales sobre la roca de la voluntad – Sentencia proclamada por los héroes seculares: se encaraban al desafío de la tierra como al de la noche oscura, gritando; «¡La libertad es más preciosa que la vida!» Un grito de libertad más fuerte que la muerte…»

Tierra, a ti descendemos, para dilatarse en todo hombre -tierra de nuestras derrotas y nuestras victorias, que asciendes en todos los corazones en un misterio pascual. Tierra, que no cesa de ser una partícula de nuestro tiempo. Ya que conocimos una nueva esperanza, vamos atravesando este tiempo en la búsqueda de una tierra nueva. Y a ti, vieja tierra, fruto del amor de las generaciones, te elevaremos con un amor que sobrepasa al odio…

Karol Wojtyla, poeta. No más. Qué más. (A su memoria.)

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